🌌CAPÍTULO 4🌌

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Señorita Quins, ¿de nuevo tarde?

Reí silenciosamente al ver al profesor Juliams y sus zapatos raros. Me recosté en el marco de la puerta y pedí disculpas con la mirada. Él casi que me aniquiló porque toda esa semana estuve llegando tarde; mi madre se estaba quedando con mi tía en la ciudad vecina y mi padre en las mañanas iba al hospital, por lo que yo acompañaba a Emily a la secundaria. No le gustaba que lo hiciera, pero igual yo lo hacía.

—Tuve que acompañar a mi hermana al colegio —puse cara de cachorrito para ablandarlo, pero apenas sí bufó y negó con la cabeza.

—Ésta vez no te lo puedo perdonar, Quins.

Supiré largamente y supe enseguida lo que quería decirme. No le di más largas al asunto y me giré para marcharme, pero justo al hacerlo choqué con el pecho de alguien y todo sucedió a cámara lenta; alcé mi vista y vi unos labios finos que sonreían al bajar la mirada, después esos ojos verdosos con destellos azules que hace bastante no veía. Era ese chico con el que, casualmente, me tropezaba a cada rato.

—Eh... Lo siento, chico.

Él me repasó por un instante y no fue incómodo, pero tampoco me dio buena espina su mirada. ¿Cómo lo explico?

—Parece que el destino nos une de raras maneras —dijo, entre coqueto y alegre.

—Yo ya me iba.

Quise pasarle por el lado pero él me agarró suavemente del brazo. No tuve tiempo de quejarme cuando me arrastró adentro del salón y se acercó al profesor Juliams. Le dijo algo al oído, no sé qué, y tomó asiento en la última mesa. Me quedé mirando cómo dejaba su mochila en el suelo y me sonreía. Estuve a punto de hacer una mueca e irme, pero entonces Juliams me dedicó palabra:

—Entre, señorita Quins. Es la última oportunidad que le doy.

Abrí mis ojos como platos y aproveché para entrar, no fuera a ser que se arrepintiera. En lo que pasaba entre los asientos veía a ese rubio con la vista muy fija a la ventana de su izquierda. No había ningún puesto vacío mas que el de su lado, por lo tanto me senté a su derecha y de reojo me miró. Me sentía agradecida, por lo tanto un rato después, mientras Juliams explicaba un ejercicio de matemáticas, me eché más a su lado y le susurré.

—No sé qué hiciste, pero gracias.

Sentí que reía por lo bajo, no una de esas risas cómicas y pegajosas, sino de esas que te hacen temblar en la silla y desconfiar de que dirá algo bueno.

—Me debes una.

—¿Eh?

Se giró a mí y puse una mueca de desagrado.

—Yo te ayudé, ahora me tienes que ayudar a mí.

—Yo no te pedí ayuda.

—Si tan agradecida estás, puedes hacerme un favor, ¿no?

Fruncí el ceño. No me estaba gustando para nada la conversación con el rubio de ojos verdes.

—¿Qué quieres?

Puso una mano en su barbilla, como pensando, y la otra en su abdomen. Verlo en esa posición me recordó muchísimo al chico misterioso e hice comparaciones.

—Quiero que me presentes a tu amiga.

—¿Cuál de mis amigas imaginarias? Está la esquizofrénica —comencé a contar con los dedos—, la lectora compulsiva, la apática, la sociópata y la nerd.

A él no le pareció hacer mucha gracia, por lo tanto fue al tema.

—La morena de allá —señaló a Erika y de pronto lo entendí todo—. Las he visto muy juntas. En realidad no sabía que ella tuviera amigas.

Las mejores historias terminan trágicamente ©Where stories live. Discover now