🌌CAPÍTULO 11🌌

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No busques saciar tu curiosidad, mejor ocúpate de desaparecerla.
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Si ser curiosos es de humanos, sé un unicornio.
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La curiosidad no mató al gato; el gato se suicidó por saciar su curiosidad.

  Desde los seis años de nacida Emily, su frase favorita fue decirme lo muy curiosa que era, ya que eso no pasaba desapercibido por nadie de mi familia

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  Desde los seis años de nacida Emily, su frase favorita fue decirme lo muy curiosa que era, ya que eso no pasaba desapercibido por nadie de mi familia. Emi, al crecer, no paraba de decirme que la curiosidad tenía un límite que yo no respetaba, que si la curiosidad fuese un cordel rojo yo lo habría roto hace mucho. Tuvo toda la razón.

La tarde del sábado la tenía libre, por lo que invité a Erika a mi humilde y morada habitación. Costó muchísimo trabajo que aceptara; se estaba comportando muy rara desde hacía días, o quizás desde que la conocía y no me había dado cuenta de ello.
Estaba tan distante... Incluso sus calificaciones comenzaban a decaer, me había fijado que en las clases se quedaba mirando a la nada y en que unas ojeras comenzaban a ocupar su rostro.

A la hora indicada por mensaje, Erika tocó la puerta y le fui a abrir con mi genuina emoción. Me fijé en que esa tarde se había esmerado con el maquillaje para ocultar su rostro cansado. Y, si hablamos de su atuendo, no iba nada mal; traía un overol con una camisa naranja debajo, una que a pesar del color tan chillón le quedaba fantástica. Su cabello castaño estaba recogido en una coleta y sus mechones rebeldes detrás de la oreja.

Yo, en cambio... Mhmm, ya sabéis que mi interés por la moda era casi nula. Traía una camisa blanca muy aburrida y unos shorts cortos. En cuanto al cabello, me lo recogí en un moño como si fuese una cebolla.

—Buenas tardes —saludó Erika con ayuda de su sonrisita.

—¡Buenas tardes por la tarde!

La tomé de la muñeca y la arrastré por el largo pasillo hasta que llegamos a la cocina, donde saludó a mis padres. Avergonzada y con las mejillas incendiadas, tuvo que aceptar todo lo que mis padres le ofrecieron —jugo, panqueques y dulces—, pues con mi madre era así: si te brinda, debes aceptar; y ella adoraba que yo llevara amigas a casa, así que estaba contenta.

Un rato más tarde, decidí que sería buena idea subir al techo de tejas de la casa. Allí nos sentamos, en la última teja, la más inclinada, para conversar de trivialidades. Apenas sí teníamos miedo de resbalar un poco y caer a una gran altura, pues estábamos en un tercer piso. Nuestro primer error fue confiar en los tenis que traíamos.

—Estuve trabajando en la biblioteca de mi madre —me iba contando Erika, entusiasmada— y con ese dinero me pude comprar una cámara nueva; con ella podré fotografiar mejor cuando ocurra el fenómeno de lluvia de estrellas.

—¡Quisiera ver esas fotos! —exclamé, compartiendo su emoción—. He buscado en Google sobre ello y salen fotos preciosas.

—Da la casualidad que el concurso de fotografía es un día antes del fenómeno, así que no podré fotografiarlo para el concurso.

Las mejores historias terminan trágicamente ©Kde žijí příběhy. Začni objevovat