🌌2/ CAPÍTULO 16🌌

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Costumbre se hizo que la cafetería de la preparatoria fuese lugar de reuniones para nuestro club de perdedoras y los dos populares. En el mismo rincón de siempre, la mesa pegada a los ventanales fue bautizada como nuestra desde que Erika y yo nos hacíamos inseparables. Allí, en ese instante, me ponía a pensar en lo contenta que terminé por bloquear a Ethan y no recibir ni un «hola» de él.

Aquella mañana donde el aburrimiento hacía de las suyas conmigo, paseaba la cuchara por la comida cuando mis ojos captaron un movimiento y giré mi rostro. Fred, con su uniforme tan impecable como de costumbre, parecía querer marcharse de un redondito club de sus fans más agraciadas. En cuanto tuvo la oportunidad, se apartó de ellas para emprender camino a la morena, que lo miraba embobada, y a mí.

—¡Buenos días, señoritas!

Tomó asiento a mi izquierda, justo en frente de Erika, quien toda tomatica no babeaba solo porque no era bebé. No pude evitar sonreír con la cabeza en la mano y mi codo en la mesa; posición de monotonía total en mis tardes. Necesitaba lo antes posible que la Luna se mostrase para verme con Galen.

—Buenos días, Don Juan —saludé yo—. ¿Cómo te fue en las clases?

—Horrible. El profesor Juliams no ha dejado de joderme la semana como acostumbra a hacer. Sin embargo —y pasó sus ojos por los nuestros—, ahora que os veo mi mañana ha mejorado.

—¿Nos estabas buscando? —preguntó Erika, acomodando sus lentes y capturando toda su atención.

—A ti siempre te estoy buscando, hermosa.

—Basta, Fredy, la vas a matar de un ataque al corazón —reí yo, ganándome un codazo por parte de Erika.

—La cosa es que... os buscaba por necesidad.

—Vaya, parece que todos me buscan solo por necesidad.

—No digas barbaridades, niña.

—¿Y en qué podemos ayudarte?

—En cuatro días comienza el Festival de invierno y necesito ayuda con los preparativos. He pensado que sería divertido y...

—Y que te podríamos ayudar con la causa porque no tenemos nada mejor que hacer —terminé en una sonrisa amplia por saber que ya tenía plan para la tarde. Por dentro cantaba canciones de Morat para colaborar con subirme el ánimo.

—Exactamente.

—Por mí bien; si no fuera por ustedes sería antisocial. ¡Me apunto!

—Yo también me apunto, pero a las ocho debo estar en casa.

—Tranquila, te llevaré yo mismo.

—Gracias, azulito.

Casi me ahogo con el batido que tenía por la garganta, llamando la atención de Erika, quien me socorrió con tremendas palmadas en la espalda que casi me sacan los órganos internos. Comencé a toser y terminé por aniquilarla con la mirada, a lo que ella no comprendió enseguida.

—¡No hacía falta la violencia, Erika!

—¡L-lo siento!

—No te preocupes —logré tomar aire—. Y mejor ni pregunto sobre ése nuevo apodo...

—Es uno de nuestros secretos —Fred le sonrió de manera cómplice a Erika, quien accedió sin quitarle los ojos de los hoyuelos que se le formaron.

Las mejores historias terminan trágicamente ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora