🌇CAPÍTULO 14🌇

26 18 3
                                    

—¿Qué significa efímero, abuelita?

—¿Por qué preguntas eso, mi niña?

—Mamá le ha dicho a tía que el amor a veces es efímero. Quiero saber qué significa.

Mi abuela me permitió sentarme en su regazo. Entristecí al notar que cada año su cuerpo se volvía más delgado y me preguntaba si a su edad sería así. Lo que sí nunca cambiaba era el brillo de sus ojos que, al contrario de los míos, reflejaban un azul cielo que me resultaban intrigantes.

—Sabes que tía se ha separado de tío, ¿no es así? —accedí con la cabeza—. Bueno, mi niña, resulta que entre ellos ya no hay esa chispa de romance.

—No entiendo.

—A lo que me refiero es que —comenzó a toser, haciéndome asustar, pero tomó el control y pudo proseguir— efímero significa algo que no dura para siempre, como algunas veces pasa con el amor.

—¿Entonces ya no se aman?

Mi ingenuidad típica de una adolescente de doce años que jamás había visto una ruptura amorosa en su camino hizo sonreír de medio lado a mi abuelita, causando unas arrugas en sus finos cachetes que me recordaban a las pasitas.

—Sí se aman, pero no como pareja.

Entendí perfectamente, no obstante diferentes dudas atacaron mi cabecilla.

—¿Y eso está bien?

—¿Qué exactamente?

—¿Está bien terminar una relación que ha durado tanto?

—Claro que está bien, mi niña. Todo lo que hagas, mientras te beneficie y no afecte a nadie, está bien. Y aunque hay veces que por beneficiarnos dañamos a alguien, se deben hacer sacrificios. No sería justo seguir una relación si no hay amor, ¿no?

—No, no es justo.

Hubo un momento de silencio en donde mi vista apuntaba al suelo y, en realidad, no observaba nada por estar centrada en entender la situación.

—¿Y no duele terminar una relación? —pregunté en un tono bajo. Ni siquiera yo entendía por qué de pronto me surgían esas dudas o el tema me daba curiosidad.

—Duele, claro que sí. Pero... mi pequeña curiosilla —acarició mis mejillas con sus yemas suaves—, ¿a qué vienen tantas preguntas?

—Mis amigas dicen que algún día me enamoraré —confesé, viéndola fijamente.

Me levanté del regazo de mi abuelita y dejé que se paseara por el salón hasta subir las escaleras de su casa. Me quedé ahí parada, esperando a que llegase y me explicara su alejamiento. Ojitos míos curiosos se topaban con la chimenea vieja del salón, los sofás que servían para mantener el trasero cómodo en las reuniones familiares y el televisor donde antes veía animados acompañada de mi hermana menor.

Abuelita tardó unos minutos en regresar con una cajita de madera blanca en manos, una que nunca en mis años de búsquedas por toda la casa había visto. Sí que la habría de esconder muy bien, porque la cajita era llamativa con ese listón rosado que se ocupó de quitar para enseñarme su contenido.

Nos dirigimos a la mesa grande y tomamos asiento una al lado de la otra, con la cajita abierta encima de la mesa. Estaba repleta de cartas amarillentas y con olor a viejo, fotos de una generación pasada y más cosas triviales a las que les presté atención unos mini segundos.

—¿Ves ésta carta? Me la regaló mi primer novio y la guardé incluso después de casarme con tu abuelo años más tarde.

—¿Has tenido más novios que solo abuelito? —mis ojos se abrieron por la información, analizando la carta.

Las mejores historias terminan trágicamente ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora