🌌2/CAPÍTULO 18🌌

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Galen Jace

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Era costumbre que una cortina abriéndose fuese el impedimento de que continuara inmerso en mis sueños. Los rayos del sol rápidamente se colaron por la ventana que también fue abierta, y no tardé en comenzar a dejar salir quejidos de molestia en cuanto abrí un ojo con esa claridad golpeando mi rostro. Abría mis ojos con mi habitual cansancio y poco a poco comencé a visualizar una silueta tomando asiento a mi izquierda, hundiendo el colchón.

Me quejé una que otra vez por lo bajo, hasta que recibí varios almohadazos por ella y tuve que despertar por completo y acomodarme para mirarla. Los rayos de sol ahora llegaban a su rostro, a sus ojitos verdes y su nariz pequeña; sonreí al repasarla y verla con el uniforme de primaria, uno nuevo que le habían entregado.

—¿Qué soñaste ésta vez?

Su interrogante era repetida casi todos los días. Estaba interesada en mis sueños porque eran anécdotas tras anécdotas y, aunque yo exageraba al contarle sobre ello, notaba que le gustaba. O quizás solo le gustaba escucharme hablar. Y eso hice con mi voz somnolienta en lo que me levantaba y me ponía una camisa cualquiera; solía dormir con ropa debajo, aunque aquello fuese una atrocidad, porque sabía que ella vendría a despertarme.

—¿Recuerdas Disneyland? Estaba obsesionado con ese lugar cuando tenía tu edad. Soñé que te llevaba allí. Sé que te encanta todo ese rollo de las princesas.

Me planté frente al espejo para acomodarme la camisa oscura y bostecé contemplándola por el reflejo. Se levantó de la cama y, entre saltitos, emocionada, me abrazó por detrás. Era pequeña, de un tamaño considerable para una niña de diez años, pero muy minion a mi punto de vista. Supongo que eso, sumado a que cuando me giré a ella me puso una de esas caritas adorable, me hacía el día. Seguía dando saltos y vueltas en su propio eje cuando comenzó a exclamar:

—¡Quiero ir a Disneyland contigo! ¡Llévame, llévame!

Le sonreí de medio lado y me agaché para quedar de su tamaño. De veras era enana. Aunque, de ser sincero, a pesar de que ella fuese mi hermana menor, hacía conmigo lo que quisiera. Me dominaba de tal manera que, a día de hoy, no me explico cómo Giselle causaba tanto en mí. No era solo por tema de apellido, tampoco la sangre que corría por nuestras venas; era más que eso: era una hermandad irrompible, una sensación de que ninguno estaría sólo y que, pasara lo que pasara, esa niña me despertaría a cada mañana.

—Vale, veré qué hago con eso... —prometí en un tono de voz suave—. Por ahora, ve a despertar a Fred con tus súper-almohadazos.

Me devolvió la gran sonrisa de hoyuelos y no pude evitar notar que, dándose la vuelta para marcharse dando brincos, no traía en su cabello castaño su preciado cintillo. En realidad, fue un regalo de Fred cuando Giselle cumplió los nueve años, y desde entonces no se lo había quitado de la cabeza; no dudé al ponerle una mano en el hombro para evitar que se fuera.

—¿Te han vuelto a molestar, Giselle?

Mi pregunta hizo que mi hermana, en vez de hacerse la indiferente como con mis padres, bajase el mentón y se quedara en silencio. Sus silencios eran una respuesta suficiente. La obligué a cruzar nuestros ojos, tan parecidos un par con otro, y no necesité que me dijera que seguían molestándola. Conocía a mi hermana como la palma de mi mano; había pasado por esa época como ella y podía sentirme identificado; pero, para su suerte, ella tenía un hermano mayor que no permitiría esas cosas.

—Te acompañaré hoy a la primaria.

—No... El profesor Juliams te regañará si llegas tarde.

—Me da igual, Giselle. Te voy a acompañar.

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⏰ Last updated: Jul 10, 2023 ⏰

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Las mejores historias terminan trágicamente ©Where stories live. Discover now