🌌CAPÍTULO 8🌌

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—¡Kae!

El chillido de Erika me hizo voltear y pillarla corriendo con la bandeja de comida en la mano. Inmediatamente llegó a mi lado y me saludó con la mano para tomar asiento. El comedor de la preparatoria estaba medio vacío, y teniendo tantas mesas libres agradecí que se decidiera a sentar a mi lado. Esa mañana se notaba que no se esmeró en acomodar su uniforme, no obstante definitivamente se había detenido en un espejo a hacerse dos trenzas perfectas a cada lado de la cabeza, dejarse varios mechones de cabello rebelde en su frente lisa y echarse gloss en sus labios tan carnosos y rosados.

—¿Qué cuentas, Erika?

Con la agresividad con la que tomó los cubiertos y dejó descansar la bandeja en la mesa de madera, no me extrañaría que me dijera que se había muerto su pecesito Fish, el único ser viviente que Erika podía cuidar.

—¡Estoy harta de ésto! —se quejó, clavando con cólera su cuchara en el pudín que traía en un bandeja. Oh, pobre pudín—. ¿Ya supiste lo de la cuarentena? ¡Ay, por Dios, qué estupidez¡ Lo único que hacen es alarmar a la ciudad y causar miedo por una tontería.

—Eh, habla despacio, por favor...

—¡Es solo una tontería, madre santa! —siguió atentando contra el pudín.

—Oye, oye, el pudín no tiene la culpa. Si no lo quieres, dámelo, pero no lo dañes física, mental ni moralmente.

Erika se giró automáticamente hacia mí y frunció el ceño. Vale, no estaba nada contenta para mis bromas.

—Dicen que la cuarentena solamente va a durar una semana —informé.

—¡Lo sé, pero es injusto! Ayer mismo necesité ir a la tienda para mascotas en la noche y no me permitieron entrar —resopló y apartó un mechón de su cabello castaño—. Incluso me dijeron que a partir de hoy habrían policías custodiando las calles.

Me alarmé al instante. Claro que había tenido suerte la noche anterior al ver a Galen, pero al parecer ahora se me complicaría más, porque ya que el Parque de Invierno era propiedad privada y en las noches no se podía entrar, de seguro habría seguridad también.

—¿Y para qué querías ir tú a la tienda para mascotas? —decidí preguntar, entre cómica y confundida.

—Buscaba una correa para mi alien, no te jode —bromeó, haciendo una sombra de sonrisa.

—O quizás una correa para Larry.

—Larry ya es pasado —sus mejillas enrojecieron y evitó el contacto visual, muy graciosa—. Lo olvidé hace cuatro días y cinco horas.

Entonces recordé que le había contado ya a Erika hace bastante que Larry era gay, e incluso recordé cómo reaccionó:

—¡¿El chico que me gusta es gay?! —esa mañana, Erika se aterró y exclamó por lo bajo.

—Sí...

—¡¿Mi crush?! —aun no lo superaba.

—Sí.

—¿Mi anaranjado?

Fruncí el ceño e hice una mueca.

—¿Anaranjado?

Sus cachetes hervían por el sonrojo y esquivó mi mirada, muy cómica.

—Bueno..., sí. Así le llamo.

Mordí mi lengua para no reír.

—Mira... Él te lo había intentado decir, pero es la verdad; Larry es gay.

Las mejores historias terminan trágicamente ©Where stories live. Discover now