🌌CAPÍTULO 3🌌

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 Si hubiera habido alguien en la cercanía, de seguro oiría mis risas al unísono de las del chico misterioso aquella noche. El viento hacía de las suyas con mi cabello azabache en lo que la liga cada vez se aflojaba más. Pero yo estaba demasiado ocupada leyendo como para prestarle atención a pequeñeces como esas.

En mis manos tenía el libro que le había regalado al chico misterioso. Como si fuese un cliché de películas, él sentado a mi lado en postura de flor de loto en lo que yo terminaba de leer. Ambos teníamos las mismas reacciones en las diferentes páginas; reíamos cuando había un chiste, incluso el más malo, sonreíamos en los momentos más románticos y a mí se me escapaban lágrimas al llegar al trágico final, en lo que él se reía de mis reacciones y malas caras.

—Ay, vamos, ¡¿cómo se le ocurre a la autora escribir semejante final?! —solté yo, bastante indignada por el final. Cerré el libro y me le quedé mirando. No sé en qué momento, pero ya la posición había cambiado; ambos estábamos acostados boca abajo en el césped y teníamos el libro cerrado en frente.

Nos incorporamos y no pudimos dejar de mirarnos. Mi rostro reflejaba la furia pura por ese final del libro. ¡Nunca superaría el final trágico de una historia de amor por más que lo leyera mil veces! Él me miraba con cierta burla en sus ojos. Luna nos observaba desde el árbol más alto detrás de nosotros, muy ocupada en lamer sus patitas e ignorarnos. Esa noche ya la había alimentado, por lo tanto estaba contenta y no nos necesitaba.

—No vas a llorar, ¿o sí? —me preguntó de repente.

Mis ojos se cristalizaron pero me aguanté para no llorar. Giré mi cara al sentir que no podría hacerme la valiente y escuché sus carcajadas.

—Vamos, el final fue bueno —me dijo para animarme.

—¡Fue un asco total! Terminó en tragedia. ¿Tú sabes lo que duele leer eso?

—A mí me gustó.

—¿Por qué te gustaría eso? ¡Terminaron una hermosa relación!

—Ellos necesitaban tiempo, princesita. La relación se volvió monótona, y para tener algo así mejor ver los Simpson, que ellos al menos no son lo mismo con lo mismo.

No pude evitar echarme a reír por lo bajo al escucharlo. Él siempre tenía una mala comparación. Hacía apenas cinco noches que hablábamos y pude conocer mucho de él; por ejemplo, sabía que amaba leer los clásicos, o los animales como caballos y gatos, o todo lo relacionado con la vainilla. En cuanto a cosas de su vida personal como su nombre, familia, o algo por el estilo, de eso sí nunca me platicó nada. Esquivaba esos temas enseguida.

Estuvimos las dos noches anteriores y ésta leyendo el libro de poco en poco. Cuando por fin lo terminamos pude asegurar que la lectura le apasionaba muchísimo más que a mí.

Estando uno al lado del otro, observando el césped y las flores violetas, él arrancó una y la repasó por un momento. Su próximo movimiento me hizo mirarlo con curiosidad; acercó su mano a mi oreja y dejó descansar allí la florecilla. Casi pude sentir que no podía despegar mis ojos castaños se cruzaron con los suyos verde oliva. Desde hacía unas noches ya lo consideraba mi amigo, uno al que le pude contar mucho de mí sin incomodidad, como mi relación de amistad con Erika o mi pasado en la ciudad vecina.

He de confesar que adoraba pasar las noches con él. Mis ojeras no decían lo mismo, claro, pero yo sí. Él era tan divertido y sonreía tanto que podía animar a cualquier persona que se cruzara por su camino, pero era tan misterioso a la vez que todo lo que decía te lo tenías que tomar como spoiler de su vida para saciar tu curiosidad.

—¿Por qué exactamente trajiste un libro que termina así? —interrogó, acercándose más a mí.

—El día que lo elegí estaba... pues sacando mi lado masoquista —me encogí de hombros y él sonrió, haciendo aparecer esos hoyuelos que eran tan característicos en él.

Las mejores historias terminan trágicamente ©Where stories live. Discover now