🌌2/ CAPÍTULO 17🌌

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La confianza... La jodida confianza.

Si empezamos desde ese amigable punto, quiero creer con el alma que Galen deseaba confiar en mí, o al menos hacerme saber que ése mes a mi lado, noche con noche, sí habían causado algo para ambos. La conexión jamás fue suficiente si la confianza era inexistente, era cosa que solo en mis sueños podía entregarme.

Pero ahí estaba él, con los ojos tan abiertos como canicas y esperando casi con desespero que le dedicara alguna frase. Yo estaba casi en blanco. Verle a los ojos tal vez fue otro golpe de realidad, como cuando crees que no hay más que te pueda sorprender pero el universo te da un manotazo; éstos eran verdes, un verde que admiré tanto con él como con Fred, ya que ahora, enterada de su hermandad secreta, comprendía el parentezco. Y de sus ojos, bajé a sus labios, esos que se abrían con la intención de soltar alguna frase, empero prefirió esperar mi respuesta ante esta declaración de que Rita era su madre.

No soy capaz de entenderlo por completo, sin embargo en éste punto idealizaba a Galen como ese chico capaz de guardarse dolores dentro, incapaz de hablar fluidamente sobre sus sentimientos o aquello que le molestase. Nunca lo escuché quejarse sobre su vida, o lo poco que de ésta me quiso contar; más bien, lo vi dudoso a cada palabra que revelaba, tal cual persona que se acostumbra a callar.

Y yo comprendía ese sentimiento de callarlo todo, de obligarme a omitir detalles por mi bien propio o quizás por el de alguien más. Pero la confianza y la sinceridad aquí llevan cabida, necesitan cabida si queremos un cambio. Entonces esa noche pude ponerme en su lugar, porque guardarse todo es agobiante, causa tormenta en donde fácilmente puede haber un cielo azul tan hermoso; su vida fue una tormenta con tanto misterio.

Jamás mis ojos fueron cómplices junto a unos tan dispuestos a hacer explotar a su dueño, tan expresivos que me brindaban el placer de adivinar. Y vaya que adiviné. Fueron tantas las piezas que junté en instantes, tantos hilos enredados que desenrredé y tantas cadenas que lo vi cargar y pude intentar romper con mis propias manos. Tal vez desde ahí la historia trataría de eso: cadenas.

Para lástima, mi mente se volvió un revoltijo de pensamientos, todos sobre el chico que dejaría de ser completamente misterioso. Aunque, ésto último, realmente no era una noticia. Lo tenía presente bastante tiempo, en mi mente como si anhelara no olvidarlo; las mejores personas no se olvidan fácilmente, y las que te marcaron se piensan constantemente.

Una mano algo temblorosa se juntó con la mía tal cual pieza de puzzle que queda en el lugar correcto. Ésta era gélida, no podría entender por qué no lo noté desde entonces, sin embargo la calidez que transmitía al acariciar mis nudillos prometía que podría brindarme cariño. El dueño se mostraba nervioso, ansioso, una mezcla de todo; supe de inmediato qué debía hacer, porque quedarme tiesa durante tanto solo le haría creer en lo malo. Las personas nos guiamos por lo malo primero, no es secreto, es prevención.

—Fred y Giselle... son tus hermanos.

Lo único que fui capaz de pronunciar casi le hizo suspirar, aliviado porque mi reacción no fue alejarme, sino aclarar. No obstante, pude ver un nudo invisible formándose en su garganta, y admiré lo valiente de que, lejos de ocuparse del nudo, lo echara a un lado. A veces en la vida la solución es deshacerse del problema, no intentar resolverlo. Él hizo eso, entonces, cuidadoso, de encargó de medir toda palabra que soltaría en adelante.

—Lo son. Perdóname por no contarte antes.

Estábamos aun en el césped, en nuestra zona favorita de aquel parque que nunca llegué a conocer totalmente. Me acomodé para verlo a los ojos, o puedo confesar que fue para que él me viese a mí; mis ojos le mostrarían complicidad mezclada con confusión que a cada instante se volvía un árbol en crecimiento; imparable y necesitado de tiempo, en mi caso para procesar.

Las mejores historias terminan trágicamente ©Where stories live. Discover now