Capítulo 7: Te encontré.

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Los brillantes y anhelantes ojos azul verdoso de Milo se perdieron en la lejana figura que se dejaba arrastrar por la furiosa ventisca como un muñeco sin vida, sin embargo, la mirada decidida y tenaz que irradiaban de ese par de zafiros, decía tod...

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Los brillantes y anhelantes ojos azul verdoso de Milo se perdieron en la lejana figura que se dejaba arrastrar por la furiosa ventisca como un muñeco sin vida, sin embargo, la mirada decidida y tenaz que irradiaban de ese par de zafiros, decía todo lo contrario.

Milo sonrió con melancolía, observando a la distancia al fuerte, culto y al poco expresivo hombre que conoció desde niño, al que acompañó a crecer y al mismo que sepultó en contra de su voluntad cuando murió en la batalla de las doce casas, dejando un dolor irreparable en su corazón tras haberlo perdido para siempre, eso pensó.

Hacía mucho tiempo que no lo veía, que no lo admiraba con esa misma devoción que surgió de niño al verle ganar la armadura dorada antes que él. Las circunstancias estuvieron en contra de ese encuentro que finalmente se dió, sin forzaduras de por medio, y era imposible ocultar su felicidad después de haber discutido con él la última vez que se vieron.

—¡Camus! —gritó con desesperación, impaciente por llamar su atención y que le mirase con aquel cálido cariño que tanto extrañaba.

No obstante, el mencionado no podía compartir aquel sentimiento, y es que apenas escuchó su nombre dicho por aquella voz que tan bien conocía, le miró de soslayo antes de comenzar a prácticamente correr lejos de él.

Y entonces, lo entendió.

Camus tenía fuertes razones para huir de él, después de todo, era el indicado para cazarlo y llevarlo frente a Athena para recibir el castigo que como desertor se merecía por ley. Así que hizo lo que tuvo que hacer en una situación como esta, corrió detrás suyo como un loco.

—¡Camus! ¡Camus, espera! —No se le dificultó alcanzarlo, Camus no estaba empleando una mínima estela de su cosmos, pero aunque su resistencia física fuese excelente, tener sellado la fuente de su poder como caballero le jugó en contra y perdió—. ¡Hey! Cálmate. Soy yo, Milo.

—Eso ya lo se —profesó con una furia que le heló la sangre por un instante—. Ahora suéltame que me estás lastimando.

Milo se miró así mismo sosteniendo con fuerza bruta la muñeca derecha de Camus, casi torciéndola en el aire en su afan de retenerlo aún en contra de su propia voluntad.

Avergonzado, lo soltó.

Y al hacerlo, Camus continuó corriendo, la larga capucha negra que vestía sobre su ropa para ocultar su identidad e impedir que algún caballero de Athena lo reconociera y lo capturara, dejó al descubierto su larga y lacia cabellera viridian que tanto atraía la atención de todos, se incluía, misma que revoloteó fulgorosamente en medio de la ráfaga de viento que se hacía cada vez mas intensa.

El clima tendía a cambiar drásticamente durante los últimos días, solo esperaba que los dioses no estuviesen planeando levantarse en una guerra porque indudablemente no era el mejor momento. De nadie en realidad.

Se talló el puente de la nariz con irritación y lo observó alejarse cada vez mas y más; estaba exhausto, no había estado descansando lo suficiente últimamente, y todavía tenía que ir tras él y cazarlo como si fuese su presa. Entonces, sonrió victoriosamente y con un escalofriante brillo depredador en los ojos, Camus no podía irse a ningun lado en esas condiciones, porque pasara lo que pasara, huyera lo que huyera, él siempre lo iba a encontrarlo a menos que, por supuesto, se dejara de juegos y encendiera su cosmos.

Y conociéndolo como lo hacía, no iba a hacerlo, porque le pondría en el radar automático de Athena y todo el Santuario en cuestión de segundos. Su ubicación sería descubierta, y eso no le convenía, ni a Camus, ni a él.

—Sabes, si intentas escapar de mi una vez más, no te seguiré de nuevo porque no estoy en mi mejor momento, y solo te lanzaré la restricción sin contemplación alguna —amenazó con los labios fuertemente apretados.

Camus, se dio el lujo de mirarlo directamente y bufó con un marcado ceño entre las cejas.

—No te atreverías.

Milo subió una ceja, sorprendido de su seguridad.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —increpó con falsa prepotencia—. Athena me ha ordenado llevarte a rastras al Santuario si es posible, mientras que Aioria me exigió llevar tu cabeza.

—Porque si tu intenciones hubiesen sido esas, hace mucho que me hubieses capturado fácilmente —dijo en medio de un suspiro pesaroso—. En estas condiciones, no soy un oponente digno ni siquiera para una persona común, mucho menos lo sería para un caballero de Oro.

—Ya que has tocado ese punto, necesito que me digas algo —lo tomó de los hombros y subió el gorro de la capucha con una dulzura que enrojeció suavemente las mejillas del ex caballero de Acuario—. ¿Qué fue lo que realmente pasó?

—No adivinarías —bajó la cabeza, avergonzado y afligido por la magnitud de recuerdos dolorosos que cargaba consigo tras desertar.

—No. Así que dímelo —pidió amablemente, pero con un tono demandante que hizo dudar a Camus—. Prometo no sacar conclusiones apresuradas y juzgarte impulsivamente.

Camus desearía creer en él, pero la realidad es que Milo le había fallado tantas veces, y no, no se trataba de una traición como en su momento él lo hizo, todo lo contrario. Él le falló a Athena, pero jamás le falló a Milo como amigo, lamentablemente, éste a él si.

Infinidad de veces le dio la espalda cuando mas lo necesitaba, cuando mas se sentía solo y angustiado por una responsabilidad como caballero de Athena que se le hacía muy pesada, y que lo torturaba día y noche sin cesar.

Confiar en él después de aquella pelea que pareció ser el detonante perfecto para huir de su destino, el destino que las estrellas habían marcado desde antes su nacimiento, pero que no estaba dispuesto a seguir soportando mas, lo hizo actuar con la insensatez que debió tener desde el inicio, sin embargo.

El resultado era siempre el mismo; él escapando de los problemas sin molestarse en mirar atrás y reflexionar un poco de sus desiciones y acciones. Cuán irónico se volvía aceptar que no había cambiado en lo mimimo, y que seguía siendo ese niño reencoroso y egoísta del pasado, hoy convertido en un hombre desdichado que no sabía ni que hacer con su vida. 

—Aiorios murió —dijo en un delgado hilo de voz.

—Sé. El Santuario entero lo sabe, Athena misma ha asegurado a todos sobre su repentina muerte, al igual que la de Aphrodita. Pero aunque nadie dice nada, en el fondo todos empiezan a dudar de sus palabras, ¿cómo pudo un solo caballero de Oro, además herido gravemente, asesinar a sangre fría a dos caballeros dorados al mismo tiempo? No tiene lógica alguna —sacudió la cabeza, incapaz de seguir creyendo esa vil mentira.

—Milo, ¿de qué hablas? —replicó Camus, torciendo los labios y observándolo sin entender —. Aioros fue el único que murió en batalla.

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Milo y Camus por fin se encontraron 😊

Besos.

Y recuerden «No a la lectura fantasma»

🍃Yessie.

𝑫𝒆𝒔𝒆𝒓𝒕𝒐𝒓 ❥ 𝑴𝒊𝒍𝒐 𝒙 𝑪𝒂𝒎𝒖𝒔 ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora