Capitulo 5

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Un alma, Anastasia.

Ana despierta sobresaltada, cubierta por completo con las sabanas, con un punzante dolor de cabeza y sin recordar mucho de lo que paso el día anterior, ni como llego a la cama.

Sin embargo, al levantarse y ver la carta acomodada en la mesa, junto al brazalete, la primera idea lógica de esa semana surge de inmediato en su cabeza, sabe que debe hacer.

<<Recibí un paquete de Olivia, un hombre apareció en mi casa, me ofreció algo, le grité ¿¡Y luego qué!?>>

Piensa todo eso mientras se lava la cara con agua fría, para acabar de despertarse, y se viste para salir. Una parte suya todavía insiste en que todo solo fue una pesadilla muy alocada, como si fuera obvio que la llamada de Madre la altero más de la cuenta.

<<Pero jamás recuerdo mis sueños. ¡Da igual!, siempre hay una primera vez>>

Cuando está lista, toma su bolso y sale de casa sin pensarlo mucho. Debe comprobar que el paquete lo envió algún bromista enfermo, de lo contrario, empezaría a creer que está volviéndose loca.

Tras salir de la calle C... y cruzar los edificios de la calle L..., Ana llega a la calle K..., su favorita de todas.

Montones de tiendas apretujadas dominan ambos lados de la vía. Algunas remodeladas, con sus enormes letreros y vistosas luces en el frente; como el club "Un paso", lleno de divorciadas entusiastas por las mañanas y universitarios ebrios por las noches; o la farmacia 24 horas, que abre a las seis de la mañana y cierra a las diez y media de la noche.

Otras tiendas parecen estar atrapadas en distintas épocas muertas, como la tienda de lámparas exóticas en la que nadie compra, o la librería antiquísima Plaza & Janes, en la que las niñas entran a tomar fotos y los ancianos, a recordar viejos tiempos.

Ana sabía que cada cumpleaños encontraría un ejemplar de esa tienda envuelto en papel periódico bajo su tapete. Olivia tenía una peculiar manera de hacerse notar.

La tienda de su padre es la más simple de todas. Ubicada frente la librería, un letrero blanco con grandes letras azules invita al público a contratar los servicios de "Envíos Salazar Y Salazar". Al entrar, el local resulta igual de básico que su anuncio. La iluminación del techo recuerda más a una farmacia que a un negocio de envíos; Tras el mostrador, y a juego con las paredes color hueso, hay un mueble de madera enorme lleno cajones con pequeñas etiquetas bajo la manija, donde se guarda registro de facturas, cartas, papeles y algunos paquetes extraviados, que si nadie reclama en una semana, pasan al almacén en la parte de atrás. Solo al llegar, Ana percibe el olor a vainilla del aromatizador oculto bajo el mostrador.

Su padre atendía a Doña Cecilia, que recibe unas cartas y abandona la tienda pocos minutos después, no sin antes mirar a Ana con desprecio y decir por lo bajo.

—Estos chicos de ahora son unos indigentes, Dios me libre.

Padre sonríe al verla.

—¿Te caíste de la cama? —Bromea.

—Buenos días también. —Dice Ana sonriendo.

Padre y Ana antes solían tener una buena relación. Después del accidente, Padre cubrió todos los gastos del auto y el hospital. Ana cree la culpa por todos los gastos, y desde entonces se distanciaron mucho. Pero Padre está tratando de llevarse mejor con ella, y están avanzando.

—Esto tiene que ser un chiste, ¿Por qué no viniste ayer mismo?, —Dice enfurecido Padre, tras lo que Ana le cuenta.

Como es evidente, no le dice nada sobre el brazalete, la tierra, los gusanos o el hombre del saco negro.

Las Pesadillas de AnaWhere stories live. Discover now