Capitulo 17

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Una cueva, Anastasia.

Ana no se sorprende al despertar de nuevo en la versión sepia de su departamento. Esta vez está acostada en la cama, las sabanas cubren un enorme y maloliente bulto a su lado. Se levanta con cuidado, da vuelta a la cama para mirar mejor y ve que el bulto tiene silueta humana.

Un brazo cubierto de moratones cuelga en un ángulo extraño en por borde, con uñas moradas, quebradas hasta la raíz. Mechones de cabello rojizo sobresalen de la sabana, cerca del tope, con algunas piedras enredadas, y una sustancia viscosa pegada a varias partes, que parece ser gasolina.

Es Olivia.

De no ser por el evidente maltrato en su cuerpo muerto, cualquiera habría creído que disfruta de una plácida siesta.

Ana ni siquiera considera remover la sabana para ver su rostro. Se levanta a tropezones y corre lejos, pero no llega a tiempo al baño, y vomita en la puerta. En lugar de comida a medio procesar, al suelo cae un montón de tierra húmeda infestada de gusanos, la visión que le provoca más arcadas.

Puesta sobre la mesa hay un mantel amarillo, con una botella de champaña y tres copas llenas. Cuando acaba de vomitar, Ana se acerca y toma directo de la botella, para quitarse la sensación arenosa del paladar. Pero lo escupe todo al instante, la champaña le sabe tan amarga que no puede tragarla.

De pronto alguien toca la puerta, los golpes son más fuertes y constantes cada vez.

Sin saber que terrible cosa pueda estar del otro lado, Ana camina a la puerta y abre. Del otro lado solo hay oscuridad.

Después de dudarlo un poco, Ana entra. Necesita respuestas, y tal vez sea ese el único modo de conseguirlas.

Al entrar, la negrura frente suyo parece dilatarse. Ana quiere retroceder, pero ya no hay una puerta, en su lugar tropieza con una pendiente de piedra gris que se materializó de la nada.

Su visión poco a poco se adapta, y descubre está en una cueva.

En el centro hay un lago que parece no tener final. El agua, tan oscura que no podría estimarse su profundidad, permanece tan inmóvil que inquieta a la vista. Las paredes se curvan hasta donde alcanza la vista. Y sobre ella, una enorme mancha oscura hace las veces de cielo.

Ana empieza a sentir que le falta el aire, avanza pasos lentos hasta el lago, se agacha en la orilla y ve su reflejo. Una chica asustada, con una zanja abierta en la frente, y sangre cubriendo la mitad de su rostro, le devuelve la mirada.

—Ayúdame. —Dice Anastasia.

Ana busca con su mano la cicatriz dejada por el accidente, en su frente, ya casi invisible. Y siente miedo.

No puede dejar a Anastasia allí, debe salvarla. Salvarse.

Solo entonces descubre algo más aterrador que la lúgubre escenografía montada en torno suyo los últimos días. Algo incluso más trágico que el recuerdo de la muerte de Olivia.

Anastasia no murió el día del accidente, solo se ocultó en la inconsciencia para ahuyentar el dolor.

Necesito bastante tiempo para sanar, y cuando trato de volver, Ana lo impidió para protegerse, y protegerla, de volver a desmoronarse.

Tratando de cuidarla, casi la deja morir.

—Ayúdame. —Repite Anastasia

Ana mete el brazo en el agua, tan helada que quema, pero lo ignora.

—Toma mi mano. —Le dice Ana.

Aunque el reflejo se ve cercano, Ana tiene que hundir el brazo hasta el hombro para dar con su mano. Anastasia se aferra a su brazo con fuerza, y casi la arrastra consigo. Ana tira de ella hasta que Anastasia saca la cabeza del lago y toma una larga bocanada de aire, como si fuera la primera vez.

Las Pesadillas de AnaWhere stories live. Discover now