6|Roja esencia.

28.1K 2.1K 1.4K
                                    

Diana.

Apenas parpadeo y ya es sábado, son las cinco de la tarde y mi ropa está repartida por toda mi habitación. Hay blusas en mi escritorio, faldas en mi mesa de noche, ropa interior tirada sobre la cama y perchas por todo el piso, zapatos, pantalones, medias, literalmente toda mi ropa está fuera de dónde debería de estar y todo es culpa del maldito Oliver Graham. Oliver es el amigo de Gustav, un chico millonario que está a nada de entrar a la universidad y decidió que hacer una mega fiestota e invitar a todos sus amigos famosos era una buena idea. Yo no soy famosa, pero Tom me invitó y yo acepté y no sé por qué lo hice sí yo prometí no volver a salir a ninguna fiesta con ellos.
En mi defensa, Tom me convenció con esos ojazos y su gran habilidad de persuasión.

—¡Mira cuánta jodida ropa tengo! —le grito a nadie en específico, estoy sola y probablemente el fantasma de la esquina se la esté pasando bomba con mi numerito—. ¡Y de tanta ropa que hay aquí, no puede ser que no tenga un vestido de noche! ¿De qué me sirven estos shorts a la cadera horribles? —tomo los diminutos shorts y los examino—, ¡De absolutamente nada! Nunca me los voy a poner.

Lanzo los estúpidos shorts fuera de mi vista y me dejo caer sobre la cama, derrotada. Es increíble que salir de fiesta sea tan complicado, digo, cuando salgo a cualquier lado sólo es necesario un pantalón y una blusa que combinen, claro, me tardo mi tiempo escogiendo qué combina con qué, pero por lo menos hay una idea de qué quiero usar. Ahora mismo no tengo idea de nada.

Había pensando en un vestido azul que tengo por ahí, es de un azul pálido con encaje mínimo en el escote que también es mínimo, pero cuando me lo puse parecía un camisón para dormir y dado que voy a pasar –según Tom prometió– toda mi noche con él, quiero verme algo más que a punto de echar la siesta.

Paseo mis ojos por toda la habitación, y de entre todo encuentro un atisbo de algo negro con botones que no recuerdo haber visto antes. Corro por él y lo cojo, es un vestido negro ceñido al cuerpo y le perteneció a mi mamá cuando era joven, tiene tres botones en la parte del escote cuadrado y mangas largas. Sopeso mis opciones, tengo unos veinte minutos para que los chicos estén frente a mi puerta, sólo tengo hecho el pelo, me falta el maquillaje y zapatos, y ciertamente no tengo otra opción de vestido. Me encojo de hombros y me lo pruebo, pues tan mal no se ve.

Termino todo lo que me falta en un tiempo récord, incluso me sobran diez minutos para comerme una tostadita y llamar a mi mamá.

(Las letras en cursiva, significan que hablan en español. Idioma natal de Diana)

—¡Hola mami! —le sonrío al teléfono cuando escucho su voz—. ¿Cómo está mi niña la más hermosa?

Estoy bien, gracias por preguntar —esa es mi hermana pequeña, que bromea con mi mamá y escucho a ambas reír.

Estoy bien —mientras sigo comiendo, puedo escuchar la voz de mi papá muy lejana decir «¿Es Diana? Dile que si me ha comprado las pasitas que le pedí»—. No, pa. No puedo comprar las pasas ahora porque van a echarse a perder para cuando vuelva a visitarlos.

Está bien, no tardes en regresar.

¿Ya has entrado a la escuela? —pregunta mamá.

No, mis clases comienzan el lunes y estoy muy nerviosa —confieso, aunque es muy probable que ellos ya lo sepan.

Lo harás bien, mami. Siempre has sido resiliente y tú inteligencia te ayudará a encontrar las soluciones necesarias.

Al diablo las rubias. 「𝐭𝐨𝐦 𝐤𝐚𝐮𝐥𝐢𝐭𝐳 」Where stories live. Discover now