Epílogo.

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Diana.

Mis manos tiemblan por el frío mientras sostengo una sombrilla sobre mi cabeza, escucho las gotas de lluvia golpear en un ruido seco la superficie de éste y mi corazón martillea contra mi pecho con rapidez.
Estoy en la acera frente a un enorme edificio, cubierta por un suéter de lana tejido y una chamarra tres tallas más grandes que la mía.
Mi barbilla tiembla mientras trato de soportar el aire que golpea mi rostro, pero me olvido de mi cuerpo congelado, cuando lo veo bajarse de un auto lujoso, con un chaqueta negra enorme y sus usuales pantalones de mezclilla holgados. Lleva una bandana negra y sonríe deslumbrante, no ha cambiado en nada.

Abre la puerta trasera del auto y sale una linda chica de cabello negro, caminan juntos hasta la entrada del edificio y mi corazón se detiene cuando los veo sonreírse con una conexión genuina. Ella lo abraza con mucha fuerza y Tom, mi Tom, corresponde al abrazo de inmediato.
El auto se aleja, así que tengo una vista mucho más amplia de aquel par. No sé cuánto tiempo paso observándolos, observando específicamente a él y sus perfectos ojos. Pero es hasta el momento en que los ojos de Tom se encuentran con los míos, que me doy cuenta que seguramente fue demasiado tiempo.

Mi pulso se acelera, mi respiración deja de ser constante y me recorre un escalofrío por toda la espina dorsal. Tom me observa de arriba a abajo, da un paso adelante con vacilación, sus ojos repasan cada parte de mí y mis nervios se destrozan cuando lo veo sonreírme con ternura. Entonces me doy cuenta que sí, tomé la mejor decisión aquel día en el aeropuerto.

EL DÍA DE LA DESPEDIDA.
Diana.

Los asientos del avión son muy incómodos o es que soy yo la que no se siente a gusto estando sentada aquí. Me remuevo de lado a lado, la mujer a mi lado me observa con curiosidad y yo trato de sonreírle.

La sobrecargo camina por el pasillo revisando que todo esté en su lugar, dando algunas indicaciones, pidiendo que bajen las ventanas y apaguen sus teléfonos.

—"No me llames así. Bill olvidó que eres como una hermana para nosotros y si vuelves a llamarme «papi» yo podría hacerlo también."

La sobrecargo se acerca y nos pregunta si queremos agua o alguna bebida. La chica y yo negamos con amabilidad.

"Eres más importante que cualquiera de esas chicas, no te dejaría por ellas."

Mis manos tiemblan y tengo que guardarlas en el bolsillo de mi sudadera para calmar los nervios.

"Tienes unos ojos muy lindos. Son como el café: oscuros, indescifrables y amargos."

Dejo de respirar porque la sobrecargo empieza a explicar qué debemos hacer durante el vuelo.

"Estoy bastante ansioso por verte en traje de baño."

Mi pierna sube y baja en un intento de controlar mi ansiedad.

—"Razón número uno, porque me gusta como te ves en rojo."

Sus ojos vuelven a mi cabeza y cuando la sobrecargo se da la vuelta para escuchar qué le dice el capitán, me quito el cinturón.

—"Todo. Siento todo por ti."

La chica a mi lado me observa con los ojos bien abiertos, pero se hace a un lado cuando me levanto del asiento.

"A mí me encanta la música y tú, así que tener ambas cosas juntas es un sueño."

Al diablo las rubias. 「𝐭𝐨𝐦 𝐤𝐚𝐮𝐥𝐢𝐭𝐳 」Where stories live. Discover now