40|Quédate o regresa.

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Diana.

¿Qué fue lo que hice? ¿Qué pasaba por mi cabeza cuando hice eso? Estaba nerviosa, y llena de dudas y no sabía qué más podía hacer para que Tom se fuera. Ahora he pensado mejor las cosas y lo arruiné todo.

La cama de Mack se siente suave bajo mi cuerpo. Dejé el apartamento unos días porque Tom no dejaba de ir y tocar y gritar, mis vecinos salieron muchas veces y al verlo ahí casi llaman a la policía. La mayoría de esas veces no estaba yo en casa, casi siempre me enteraba después de llegar de la universidad.
La profesora de Anatomía –Elizabeth– estuvo toda la semana detrás de mí pidiéndome una respuesta, le dije que aún no lo sabía y ella me dijo que el plazo estaba por terminarse. La ignoré por completo.
Tom también iba a la universidad, esperaba estacionado frente a la puerta y no se iba. Habló con Eve, incluso habló con Aaron y después de esa última charla dejó de aparecerse.
Siempre le pregunto a Aaron que fue lo que le dijo y él responde «la verdad», sé que no es la verdad sobre David porque no se lo he dicho a nadie más que Mack y le hice jurarme que no se lo diría a nadie. Bill también llama y justo anoche me dijo que quería verme, sólo por eso es que estoy levantándome de la cama y caminando directamente a la cocina de Mack.

Salgo de la habitación y me encuentro con ella muy sonriente, que de inmediato la felicidad se le desvanece cuando me ve.

—¿Vas a ir a tu casa? Te acompaño —no me deja responder y simplemente se quita el delantal y lo deja colgado sobre el respaldo de una silla—. Aunque primero deberías desayunar, hice waffles y robé de tu casa la asquerosa mermelada de higo.

Niego con la cabeza —No tengo hambre y sólo iré a casa porque Bill quiere que hablemos.

—¿Sobre qué? —cuestiona, creo que puedo ver un poco de esperanza en sus ojos. Desde ese día me ha dicho cada noche que debo hablar con los chicos, con Tom, con el maldito David Jost. Pero no lo hago porque tengo miedo—. ¿Estarán todos?

—Espero que sólo Bill —empiezo a caminar a la puerta, cojo mi chaqueta y empiezo a irme.

—¡Tu teléfono! —extiende su mano y me entrega el teléfono, trato de prenderlo, pero no tiende batería así que voy a ir a tirarlo por ahí o destruirlo. No sé.

El camino hasta casa es horrible, me tiemblan las manos, los pies y a pesar de llevar puesta la chaqueta más grande que encontré sigo teniendo frío. Hay una serie de paradas durante todo el trayecto para respirar, estornudos, dolores de cabeza y nudos en la garganta.
He pasado la mayor parte de los días durmiendo, aunque estos últimos tres no he podido hacerlo porque estamos en finales y los profesores han dejado tarea tras tarea.
También he evitado mirar la televisión o las redes sociales o cualquier aparato tecnológico, aunque no con mucho éxito. Siempre digo que no voy a buscar su nombre en Internet, pero termino haciéndolo y realmente dejé de buscarlo desde la última vez que los chicos aparecieron en un programa diciendo «Nos vamos de Alemania en unos cuatro días. ¿Por qué? Una gira mundial». Bueno, por lo menos de algo sirvió todo esto.

Llego a casa más cansada que otros días, sé que Bill ya está esperando en el apartamento porque su inconfundible auto rojo está estacionado en frente del edificio. Subo lo más sigilosamente que puedo, esperando que no se le haya ocurrido traer a los demás con él. Cuando llego a mi piso y el ascensor abre, Bill está sentado contra la puerta mirando su teléfono, probablemente esperando a que le llame. Mala suerte, no hay teléfonos ya.

Camino hacia Bill y no nota que ya he llegado hasta que estoy frente a él, sube la mirada y se levanta tan rápido como puede, casi tropieza en el intento y cuando al fin está de pie, me abraza.

Al diablo las rubias. 「𝐭𝐨𝐦 𝐤𝐚𝐮𝐥𝐢𝐭𝐳 」Where stories live. Discover now