26|Rojo para los comprometidos.

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Diana.

Lo que resta del trayecto lo pasamos escuchando las 72639497429 canciones que Bill pone y que Georg intenta quitar, paramos sólo en algunos lugares para tomarnos fotos porque los paisajes son muy lindos. Increíblemente, Tom y yo no nos hemos separado ni un segundo, incluso en todas las fotos salimos juntos y yo no sé qué pensar al respecto. Bueno, claramente me están dando veinticinco mil micro infartos cada que me sonríe o está muy cerca. Está actuando muy extraño y creo que todos nos damos cuenta porque hay algunos momentos en que me percato que los otros tres se nos quedan mirando con confusión. Bueno, amiguitos, yo también estoy confundida. ¡No sé qué está pasando por su cabeza! Que no me estoy quejando, eh, la verdad me la estoy pasando muy bien y todo.

Puedo sentir el aroma del mar en mi nariz desde que pasamos por un arco de piedra que dice el nombre del lugar y la gente va en shorts diminutos, en bañadores, en vestidos de verano y gracias a Dios no hay gente desnuda. Después de que no me quisieran decir exactamente a dónde íbamos, recordé dentro de mis muchas lagunas mentales que ellos mencionaron el ir a una playa nudista y la verdad se me bajó la presión, me dije a mí misma «Hoy Tokio Hotel me va a ver como Dios me trajo al mundo, desnuda y en contra de mi voluntad». Pero ahora que veo por las calles a la gente parcialmente vestida, ya estoy más tranquila.

Al parecer nos vamos a quedar en un condominio de cabañas masomenos cerca de la playa, porque en un hotel no hubiésemos entrado todos y los dependientes de aquí no pueden pasar dos segundos sin el otro. Le envié a Emma un mensaje, dijo que se quedaría en un hotel, ya que, sería más cómodo para ella de esta manera.

Abro la boca cuando me encuentro con la cabaña más hermosa que he visto en toda mi corta vida.

—Doy cien dólares a que fue Bill quien escogió esto —apuesta Georg con una sonrisita mientras comienza a llevar su maleta de la puerta hasta la sala. Es enorme, con unas escaleras en forma de caracol de madera y cuando me escabullo para echarle un vistazo a lo demás veo un... ¿Eso es un jacuzzi? ¡No te creo! Creo que la única cosa pequeña es la cocina.

—Doy doscientos a que fue Tom —señala Gustav en cuanto vemos un cuadro de una mujer semidesnuda, me río y burlo de Tom con un «Uhhhh» y él me rueda los ojos.

—Pues ya puedes ir dándole esos cien dólares a Georg —refunfuña Tom y se va a una de las habitaciones para dejar su maleta, él toma la tercera.

—Págame —Georg extiende su mano hacia Gustav, pero lo único que se lleva es una bofetada leve y Georg abre de par en par su boca, ofendido—. Nunca me va a pagar, pero me voy a encargar de recordárselo toda su vida.

—Mucha suerte —murmuro y levanto mi puño para darle apoyo moral, pero me ve de arriba a abajo con asco y suspira—. Ojalá te coma un tiburón.

—Gracias por tus buenos deseos —asiente con una sonrisa y se va. Bill no está, al parecer tenía que ir a registrar nuestra hora de llegada para que los dueños supieran que la cabaña había sido ocupada y no la pusieran en renta otra vez.

Yo empiezo a recorrer toda la cabaña, es muy bonita y me gusta el estilo desgastado que tienen algunas de las cosas, como la sillas o cuadros. Salgo a uno de los pequeños balcones y me encuentro con Tom fumando, cuando escucha la madera rechinar por mis pies se da la vuelta. Ay no, recuerdos de Vietnam. Me sonríe y extiende el cigarro para mí, pero lo rechazo con un movimiento de mi cabeza.

—Si sigues fumando con tanta regularidad vas a destrozarte los pulmones.

—¿Ahora eres mi doctora particular? —Tom levanta una de sus cejas junto a una sonrisa de lado, me acerco junto a él y me recargo en el barandal viendo hacia la playa. No puedo creer que el universo me haya dejado venir y sin necesidad de faltar a la universidad.

Al diablo las rubias. 「𝐭𝐨𝐦 𝐤𝐚𝐮𝐥𝐢𝐭𝐳 」Where stories live. Discover now