Prólogo

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El pueblo de Geralds Carrison es uno de los lugares más pacíficos que existían en la zona de Santa Cruz del Norte de Estados Unidos. Con una amplia vegetación que solo hace que el aire sea mucho más fresco, dándole al lugar una dulzura qué enamora a cualquier persona que pase por sus alrededores. Es un pueblo pequeño, pero sus pobladores generalmente son personas consideradas y amables, que se apoyan unos a otros en momentos de desgracias. Está rodeado por montañas y unos cuantos ríos, por lo que su red fluvial es muy variada y potente. Son una comunidad apasionada por el arte y la religión, pero a pesar de tener una enorme iglesia en el centro del pueblo, respetan las creencias y privacidad de las personas. Son el hogar soñado por cualquier familia para criar a sus hijos, su mejor opción si quiere establecerse con su feliz matrimonio y el lugar de descanso deseado de cualquier anciano que quiere disfrutar de su merecido retiro.

No espere más, y venga, Geralds Carrison te espera.

Apagué mi teléfono y miré de nuevo las tan mencionadas montañas de Geralds Carrison. Tenían razón cuando decían que el aire era fresco, y sus ríos no olían a desechos. Se escuchaban bastante fuertes las corrientes de agua, pero la situación apestaba.

Odiaba cuando las cosas se salían de mi control, pero últimamente era imposible prevenir algunas situaciones, incluso para mi madre.

—Daf cierra la ventanilla, apesta ya a pueblerinos —me dijo Elías mientras fruncía el ceño con evidente enfado.

Cualquiera diría que lo decía para molestar, pero mi hermano era más sensible a los olores que cualquiera de nosotros, así que era probable que de verdad le molestáse.

—¿Y a qué huelen los pueblerinos, si se puede saber?

Mi padre, que estaba conduciendo, miró por el espejo retrovisor a Elías, mientras el mencionado se encogía en el asiento murmurando molesto.

—Huelen a polvo, tierra mojada e ignorancia, pura gente de campo —refunfuñó.

Mi padre soltó una pequeña risa volviendo a mirar hacia el frente, mientras tomaba la mano de mi madre. Esta se giró hacia atrás para vernos.

—Y es por esa misma razón que nos estamos mudando a este pueblo, Eli, ya hablamos acerca de esto. De nada sirven los berrinches —sus dulces ojos azules se dirigieron después hacia mí—. Pero tiene razón, hay un olor extraño en la tierra. Debe ser algún fertilizante biológico, dicen que este pueblo es muy activo con la agricultura. Cierra la ventanilla, Daf. —me ordenó.

Hice lo que me pidió, mientras otra voz sonó en el auto con una energía infantil ya conocida.

—Pero má, ahora tengo calor.

Morgan protestó con un exagerado puchero. Mi hermano menor era muy hiperactivo, así que fue todo un logro hacer que se quedara quieto durante estas cuatro horas de viaje. Estaba entre Elías y yo sentado, para que no jugara con el seguro de las ventanillas; siempre que se montaba en el auto se entretenía subiendo y bajando los cristales de las puertas.

—Mocoso, quédate quieto, ya casi llegamos.

Elías seguía de mal humor y su mala cara estaba empezando a molestar a cierta personita sentada en mis piernas.

—Pero...

—Mo tiene calor, y no tiene culpa de que estés de malas. Tonto.

Y ahí salió Mell en defensa de su gemelo. Era extraño que hablara tanto, pero Elías tenía un gran talento para sacarla de quicio. En su defensa, mi hermano era bastante insoportable, y nisiquiera podía culpar a la adolescencia, el ya había terminado esa etapa hace tiempo.

WitchbloodWhere stories live. Discover now