El pueblo oculto

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Capítulo 19

Lo único que nos puede devolver al pasado, son los recuerdos

...

Estaba descalza.

Mis pies arrastraban consigo la tierra seca del suelo plano. Parecía estar pulcramente limpio, la luz del sol lo hacía parecer una superficie chirriante, pero mi delicada piel siempre encontraba rastros de polvo y piedritas rotas, diminutas a la vista. Siempre se me clavaban en las zonas más sensibles, y luego me dolía al caminar.

Pero aún así, me gustaba estar descalza.

Podía sentirlo todo mejor. Los zapatos mentían mucho. No me dejaban disfrutar del frío, del pasto húmedo, de las piedritas  que me arrancaba de la planta de mis pies.

—Daphnet, ¿tus papás saben que vienes aquí?

—No.

Mi respuesta era inmediata, pues no necesitaba mentir. Allí las mentiras no eran necesarias.

—¿Y no crees que se den cuenta?

Sentí un pinchazo debajo de mis pies. Me detuve de mi caminata y levanté este con la planta hacia arriba. Tenía una piedrita incrustada. Me la saqué y la removí en mis dedos mientras la observaba atenta. Era gris y rugosa, con forma parecida a un cubo de rugbi, aunque menos cuadrada y más deformada.

—Eso te debió doler —me quitó la piedra de la mano y la lanzó lejos de nosotros—. Cuando algo te haga daño, mándalo lejos. Eso siempre me funciona a mí.

Su sonrisa de oreja a oreja brillaba como una luna. Aunque sabía que esta no brillaba sola. El sol de aquella persona debía ser extremadamente luminoso, y cálido.

Yo no tenía un sol así. El mío era ardiente.

Demasiado a veces.

—No crees que simplemente debería ponerme zapatos.

—Creo que simplemente deberíamos eliminar todas la piedras. El mundo no necesita piedras, y a ti te gusta caminar descalza. ¿No crees que deberías priorizar lo que quieres hacer tú?

¿Lo que quería yo?

¿No se suponía que quería lo mismo que ella?

Las puertas de la habitación se abrieron de golpe. Miré hacia atrás y comencé a retroceder mientras encogía mi pequeño cuerpo; comencé a temblar sin darme cuenta. Él se paró delante de mí, pero yo no podía oír lo que le estaba diciendo. Parecían gritar. Me metí dentro de mi burbuja, y dirigí mis ojos hacia el suelo.

Aún brillaba. Estaba limpio.

Mi cara se ensució, mi ropa también. La cama, las piedritas , el suelo. Todo se ensució. Ya no estaba limpio.

Todo dejó de brillar. El también.

Yo nunca lo hice.

Deseé con todas mis fuerzas haber traído zapatos.

—No..—susurré con temor a ser escuchada, pero sin embargo con la necesidad de que alguien me oyera—. Ellos nunca se dan cuenta.

...

—¿Qué quiere decir?

Carlotta retiró sus manos de mi rostro y yo me volví a mi posición anterior, al lado de Elías. Su rostro no me daba ninguna señal, seguía con aquella sonrisa que ratificaba quien tenía el control en aquella habitación.

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