Predicción maldita

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Capítulo 12

Todos tenemos pavor cuando se trata de predecir el futuro. Lo incierto y lo prohibido vienen de la mano al querer buscar más de lo que podemos, y cuando no somos capaces de aguantar el peso del mañana, las puertas del pasado se abren de nuevo.

A veces es mejor contemplarlo todo desde la distancia de un ignorante. Bien dicen que ellos son mucho más felices, con lo poco que saben, o con lo que quieren saber.

¿Estas seguro que quieres ver al otro lado del telón? Pequeño ignorante.

Narrador Omnisciente /Año 1940/

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Narrador Omnisciente /Año 1940/

Los bosques son reliquias sagradas. A todos los individuos de Belburg les trasmitían de generación en generación la tradición de rendirle tributo a estos, a través de las bendiciones sagradas que les enseñaban las abuelas de la aldea. Cada extremo del pueblo, estaba rodeado de tipos diversos de plantas y hierbas. Cada ser habitante en esas tierras, cosechaba un poder divino, un regalo de la energía sobrenatural que el lugar poseía.

Los seres de la tierra estaban agradecidos con aquellas criaturas. Las observaban desde los rincones olvidados de los árboles, espectadores de la algarabía incesante de los pequeños que cuidaban las florecitas crecientes y soñantes. Eran una sociedad pacífica, y una colonia alejada del mundo humano.

Una que debía permanecer oculta, por su bien y el del bosque.

—¡Niños, busquen a la señora Valdi, su madre está de parto!

El grito desesperado de una señora resonó en toda la aldea, que apenas estaban empezando a llegar de un día duro de caza. No tenían programado que aquel nacimiento se adelantara, pero las cosas casi siempre no resultaban cómo predecían.

Ninguna predicción es exacta.

Una joven que jugaba con los conejos blancos de su abuelo, fue la primera que escuchó el grito de Mara, la persona que habían dejado al cuidado de la mujer embarazada. La muchacha se levantó, provocando que los conejos se esparcieran a correr nerviosos, y se hechó a correr en busca de la abuela Valdi.

Llegó despavorida a la cabaña de la anciana, encontrándosela mirando fijamente el cielo que empezaba a tornarse anaranjado por el ocultamiento del sol. Antes que pudiera decirle el motivo de la interrupción, Valdi levantó su mano arrugada y extremadamente delgada por la edad, hacia la adolescente .

—Ya sé, Gianna. Sentí primero que nadie que el bebé se acercaba —su entrecejo arrugado lucía preocupado.

—¿Entonces que esperas? Date prisa , necesitan tu ayuda.

—Esperaré la hora acordada —dijo con firmeza , mientras se sostenía un viejo manto tejido a mano , de color rojo vino aterciopelado, que mantenía encima de los hombros por el frío.

—¡Valdi , el bebé nacerá ya! ¡No podemos esperar a la hora acordada!

—No insistas niña. Los espíritus dijeron que debía ser a medianoche , ni un minuto más ni un minuto menos.

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