Luna

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Después de clase, había quedado con Ross, en mi nueva casa —su antigua casa, en la que vivía actualmente—, pero antes de eso, Luna le pidió de hablar a solas con Ross cuando las clases se acabaran. Últimamente ellos dos habían estado más juntos de lo normal; hasta Luna pasaba más tiempo con él que conmigo. Y eso me fastidiaba mucho. No por Luna, sino por Ross. Si yo quería estar con él una tarde, me decía: <<He quedado con Luna, pero ya iremos mañana.>> o también <<Luna quiere hablar, ya pasaremos juntos otro día.>>. Excusas. Odiaba eso. Estaba empezando a odiar mucho a Luna. Ya no era mi mejor amiga; era algo mucho peor. Ya no era una persona que me aportaba cosas buenas, era una que me aportaba toxicidad.

Un día decidimos quedar los tres. Cuándo llegamos al parque —el lugar de quedada— cuando nos vimos, Ross me abrazo y luego lo mismo con Lu —Luna—.
Fuimos a una cafetería y me senté al lado de Ross, y Lu delante.
Eso te ha gustado y no lo vas a negar.
En fin, había sido Ross el que había echo esta quedada; esperábamos impacientes a que dijera algo. Pero la que habló fue Lu. Y no lo hizo de la mejor manera;
—Ross, lo he estado pensando, y quiero que salgas conmigo. Eres guapo. Eso me sirve. Quiero que seas mi novio.
Bom, ¡golpe bajo!
—¿Te has parado a pensar que igual él no quiere? ¿Que no solo eres tú en el mundo? ¿Que las cosas no giran a tu alrededor? Y ni tendías que haberlo dicho, porque eso se pregunta. Eres una acosadora tóxica.
—¡Como se nota que te gusta eh!
Miré hacia el suelo avergonzada, ya viendo que Ross me miraba. Bueno, más bien tenía las miradas de todos sobre mi, pero con una diferencia; Ross me mirada con una cara indiferente, aunque un poco tensa, y Lu me miraba con una sonrisa burlona.
Esa horrible situación se volvió más incómoda cada segundo, hasta que vi las manos de él, que estaban en puños. Parecía que en cualquier momento fuera a darle un puñetazo. Pero en vez de eso me puso el brazo entre los hombros. Y ya sabía que iba a hacer. Siempre estaba ahí para defenderme y esta vez no iba a ser excepción.
—¡Y como se nota que te gusto! —ironizó—.Por dios, solo hemos quedado cinco veces y ya quieres salir conmigo. ¡Relaja! Y ni te atrevas a hablarle así a Header si no quieres tener problemas con nadie. Ni conmigo, ni con ella. Ah, y ni con la policía. Tóxica, que eso es lo que eres.
—¡Aaron, tú no me hables así a mi que me vas a romper el corazón!
—Primero, solo hay una persona que me puede llamar así. Spoiler; no eres tú. Y segundo, tú corazón va a estar bien, manipula a otro a ver si es tan idiota como para no darse cuenta de lo que haces.
—¡Vale! Pero el dinero me lo vas a dar, ¿no?
—De eso ya hablaremos.
Se levantó y me cogió de la mano, con la otra libre, se la pasó por el pelo, frustrado.
—Wal, nunca nunca creas a esa chica.
—Lo del dinero...
—Ya lo hablaremos, te lo prometo.
—Hablemos.
—Algún día.
Suspiré, agotada. No quería discutir. Había tenido demasiado en una tarde.
Nos subimos a la moto. Quería ir a ver a mi familia.
—¿Me llevas al cementerio?
—Claro que si Wal.
Menos mal que los viajes en moto siempre son silenciosos, y aprecié que aún así no dijera nada.
Llegamos al cementerio y fui incapaz de moverme. De nuevo, me paralizé. Noté como si no pudiera entrar. Algo me lo impedía. Quizá mi madre. Me sentía muy culpable. Si no hubiera dejado que se fueran estarían aquí. De repente Ross me cogió de la mano; estaba sentado en el suelo, él quería que yo me sentara, pero le solté la mano y fui a la tumba, casi como algo automático. Y ahí si que me senté, frente a mamá. De la nada, gotas tan frías como los sudores que tenía, empezaron a teñir mi mundo de un color oscuro. Un gris parecido al de la tumba, igual que el cielo, que de ahí también empezaron a caer gotas. Llegó un punto en el que no sabía si las gotas eran mis lágrimas o la lluvia.
—Perdón mamá... todo fue mi culpa. Me enfadé por una tontería y no fui con vosotros. Si hubiera conducido yo igual... no habrías muerto. Ahora no sufrirás más por mi. Papá está vivo, pero no despierto. La tía está triste, y de la peor manera. Y yo... a veces me olvido de ti. No puedo soportar la idea de pasármelo bien si tú no estás. De vez en cuando estoy feliz, y no me lo merezco. Te quiero. Perdóname. Algún día te visitaré.
—Claro que te mereces ser feliz. ¿No crees que a tu madre le gustaría que su hija fuera feliz? ¿Porque no puedes ser feliz? ¡Claro que puedes! A ella le gustaría verte feliz. A ella le gustaría que la recordaras, pero no llorando y lloviendo, sino con sol y una sonrisa. Recuerda todo lo bueno.
Se sentó a mi lado y apoyé mi cabeza en su hombro, y luego me rodeó la espalda con un brazo.
Murmuró algo que no escuché.
—¿Que?
—Nada.
—Va, que has dicho.
—Nada pesada. Anda, cállate y llora.
Era el único que podía hacerme reír en esos instantes. Era increíble. Increíblemente especial para mi. ¿Como podía hacer eso? ¿Como podía hacer que riera incluso en un momento tan emocionalmente triste?
—Emmm... mira, dime una anécdota de tu madre y tú. A ver si juntas explotasteis una casa.
—Una casa no pero el microondas si. Hacia frío y papá aún no estaba en casa, llegaba tarde de trabajar. Mi madre y yo hacíamos chocolate caliente y yo puse la cuchara dentro de la taza. Y no se pueden poner cubiertos, ya sabes. Y bueno, seguro que te puedes imaginar lo que pasó.
Estuvimos un rato riendo, o más bien escuchando sus carcajadas, que era lo que me importaba
—Si me lo imagino si.
Un rato más tarde seguíamos allí, explicando anécdotas y cosas divertidas que no habían pasado en nuestra infancia. Sin embargo, el no explicó demasiadas; que le encantaba escuchar la música que ponías sus padres, que a veces salían a comer juntos... o que se les rompió la luz del comedor y tuvieron que comprar una nueva, y una televisión, porque la lámpara se cayó sobre ella.
—Te quiero —murmuró—.
Eso había dicho antes. Ese era el susurro que había dicho, y el que no había entendido. Todo mi cuerpo se tensó. Tenía la piel de gallina. Nunca pensé que lo de la sensación de las mariposas en el estómago no existía, pero Ross me enseñó que si existía. Y a partir de ese momento, todo estaba bien, extrañamente bien. A pesar de que tenía a mi madre delante, lo tenía a él a mi lado. Y eso era todo lo que importaba.
Porque no me estaba enseñando a olvidar, me estaba enseñando a recordar, pero recordar feliz.
Pero más que nada estaba así porque me lo había dicho él. No todo el mundo es tan directo, y sin embargo, el me había dicho que me quería.
—Eso es lo que te había dicho antes tonta. Te llevaré al médico a que te miren las orejas, sorda. Te quiero, ¿vale? Más que a nada. Así que no te pongas triste una vez más, te juro que yo voy a morir de depresión. O estás contenta, o estás contenta. Difícil elección, ¿eh? No hace falta que me contestes. Solo es para que lo sepas.
—¡Eres un boto!
—¿Ya estamos con eso otra vez? Y lo peor, te acabo de decir que te quiero y lo primero que haces es insultarme... bueno, insultarme a tu manera, porque la verdad, boto, no sé si se le puede decir un insulto. Pero gracias, eh, que maja que eres.
Sabía que se estaba poniendo nervioso porque empezó a tocarse el piersing de la nariz, peor sobre todo, empezó a hablar mucho y muy rápido. Me reí, pero al ver que no sonreía mi risa paró al instante.
—Vale vale, perdón.
—¿Eso es todo lo que vas a decir?
—Me ha dicho que no hacía falta que conteste.
Me hizo mala cara y le contesté con una mueca, sacándole la lengua.

Los polos apuestos se atraenWhere stories live. Discover now