🦅┊CAPÍTULO XI

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A esa hora de la madrugada, fue más difícil de lo que Beth esperaba encontrar una taberna abierta en el muelle

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A esa hora de la madrugada, fue más difícil de lo que Beth esperaba encontrar una taberna abierta en el muelle. Los ojos carentes de vida de una sirena de madera los observaba mientras cruzaban el umbral, un escalofrío recorrió su cuerpo y las marcas malditas, que ahora abarcaban más lugares que solo su espalda, ardieron en respuesta. De alguna forma extraña —ignorando los dos cuernos que poseía sobre la cabeza—la sirena era exactamente como la princesa siempre imaginó a aquellas criaturas, y a su vez, le inspiraba una sensación de inseguridad y miedo que provocaba que la vea con ojos completamente distintos. Sabía que las sirenas no eran lo que aparentaban ser: eran seres astutos que se deleitaban engañando a los marineros con su armonioso y endulzante canto para después conducirlos a una muerte no tan dulce. Pero aquella sirena parecía representar a una criatura mucho más perversa, malévola.

Con un movimiento de hombros intentó deshacerse del temblor que recorría su cuerpo, la temperatura del lugar pareció subir drásticamente y podía sentir como si estuviera incendiándose desde adentro. La taberna no tenía ventanas, lo que contribuyó a su repentino sentimiento de asfixia. Se trastabilló contra sus propios pies, chocando contra la espalda dura del guerrero fae. Soltó una maldición, bastante impropia para una princesa, por su propia torpeza y volvió a acomodar la capucha sobre su cabeza, ocultando su cabello dicromático.

Derek volteó levemente la cabeza con una pregunta en sus ojos marrones, asintiendo una vez Beth le indicó que estaba bien. Él caminaba por delante suyo mientras Nashira era una sombra a sus espaldas, los dos protegiendo ambos flancos de la princesa. La vaina de la espada que su amiga le había dado golpeaba contra su pierna izquierda al caminar.

Antes de salir del castillo ambas mujeres habían hecho una parada rápida en la armería de la guardia real, llevándose consigo todo lo que consideraron necesario para el viaje. Las dagas con empuñadura violeta que había visto en los estantes ahora se encontraban perdidas entre la ropa de la princesa, escondidas de la vista de cualquier mirador curioso.

Aunque podía valerse de sus propios poderes en cualquier situación, sus dos compañeros habían estado de acuerdo en que confiar únicamente en ellos era algo imprudente. La espada que llevaba era modesta, nada en comparación a la legendaria espada de Freya, que portaba su padre, el rey de Listra. El recordatorio de su padre hizo que se le oprimiera el corazón.

El ruidoso bullicio del lugar la sacó de sus pensamientos. Derek las condujo a una mesa, igual de sucia que las demás, al fondo de la habitación donde los ruidos de las alcobas cercanas donde las mujeres del lugar ofrecían sus servicios para ganarse la vida alcanzaban sus oídos. En ese momento deseó tener orejas humanas.

Su prometido pidió tres tarros de cerveza, al parecer diluida con agua, y Beth no supo que era peor: si el olor del lugar o el de la bebida. Al macho fae no pareció importarle ya que segundos después estaba pidiendo otra. Nashira estaba inmutable a su lado, dando pequeños tragos de vez en cuando, su cabello pelirrojo oculto al igual que el de Betsabé.

Una balada de maldiciones [#1 REINOS OSCUROS] EN PROCESODonde viven las historias. Descúbrelo ahora