🦅┊CAPÍTULO XIII

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Como era propio de su personalidad, Derek no dejó pasar su derrota con Somi

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Como era propio de su personalidad, Derek no dejó pasar su derrota con Somi.

Esta vez fue Somi, la próxima no va a ser un oponente tan amistoso le había dicho para después darle un sermón de lo imprudente que había sido al desperdiciar su entrenamiento estos últimos años. Nashira discutió con el macho fae unas cuantas veces ante esto.

Por esa razón, la despertó a primera hora de la mañana de la forma más delicada que pudo lograr—lo cual era mucho decir, ya que bien podría haberla tirado de su catre— para sacarla de su camarote a rastras, y después de un desayuno rápido la llevó a la cubierta, al mismo círculo dónde había luchado contra la bruja el día anterior.

—Tienes que separar más las piernas para tener estabilidad—le corrigió su postura por cuarta o quinta vez, ya había perdido la cuenta, con un suave empujón en uno de sus pies—, a la anchura de tus hombros—insistió de nuevo.

Pese a que hizo su mejor intento en seguir al pie de la letra sus palabras, Derek negó con la cabeza frustrado al observarla. Luego de tantos intentos fallidos decidió acomodarla él mismo: su piel seguía caliente donde él la había tocado y todavía podía sentir un pequeño hormigueo subir por donde sus manos rozaban su piel.

Era el calor abrasador que hacía ese día se dijo así misma.

O quizá eran las marcas de la maldición recordándole su presencia. Eso tendría más lógica. Había días en los que no parecían estar ahí en absoluto y otros en los que el ardor y el dolor eran tan insoportables que no podía lograr levantarse de su catre. Debía verse tan miserable como se sentía porque en unos de esos días, donde el dolor era demasiado fuerte, Glan —un macho fae que era el cocinero del barco—se había acercado a darle una lata de ungüento, asegurando que lo solía usar para sus quemaduras y que podría llegar a aliviar un poco el dolor. La princesa se acostumbró a ponerse una pequeña cantidad de ungüento tanto al despertarse como al irse a dormir. Tal vez estaba usando más cantidad de la recomendada pero, mientras aliviase el dolor, no le importaba en absoluto.

A pesar del intento del amistoso cocinero por ayudarla, nadie en la tripulación sabía a qué se debían exactamente sus marcas. Y solo se habían percatado de ellas por un descuido suyo: fue en uno de esos días donde el sol estaba mucho más fuerte que otros, por lo que había decidido ponerse un vestido sencillo que le había dado Vikton. Nadie emitió ningún comentario al respecto aunque varias veces atrapaba a Somi observándolas cuando creía que nadie le prestaba atención.

Una fuerte ráfaga de viento la devolvió a la realidad. Sacudió los hombros para ahuyentar la sensación incómoda y desenvainó su espada, el macho fae hizo lo mismo en frente suyo. Su prometido tenía razón, de esa forma estaba más estable y se sentía más segura. Invocó una brisa para refrescarlos a ambos.

Derek le había dicho que su defensa había mejorado mucho pero que su ofensiva seguía siendo un desastre, por lo tanto, quería que ella atacara primero. El macho fae bloqueó su estocada con facilidad y con un solo movimiento hizo que su espada se escapase de su mano. La princesa frunció el ceño.

—No me mires con esa cara, cariño. Nunca dije que sería fácil.

Estuvieron sumidos en la misma dinámica durante horas hasta que Nashira vino a buscarlos para el almuerzo, un poco ofendida de que no la hayan invitado a su entrenamiento matutino.

En eso se basaban sus mañanas. Ya habían pasado dos semanas y la princesa estaba comenzando a cansarse de estar a bordo de ese barco. Vikton, el atractivo capitán del barco, les había dicho que tardarían alrededor de cuatro semanas en llegar a la isla.

Extrañaba su hogar y los paseos matutinos por el jardín junto a Nashira. Extrañaba el simple hecho de sentarse allí y charlar sobre cualquier cosa que se les viniese a la mente, por más ordinaria que sea. A esa altura del mes, ya habría terminado la Semana de la honra. Si hubiese sido como en los años anteriores, ella y Nashira habrían disfrutado de las fiestas características de los últimos días de la semana bailando hasta el amanecer, con su amiga evitando que tome demasiado de la sidra de Hana, diosa de las festividades: una bebida famosa por su presencia en cualquier tipo de fiesta en el país caracterizada por su sabor dulzón, el cual se volvía amargo luego de unos segundos.

Un olor fuerte a eucalipto la alcanzó. Derek había aparecido al lado suyo, apoyado en la barandilla, disfrutando de sus minutos de descanso mientras veían el movimiento del mar. Por más que su complexión robusta y sus movimientos silenciosos y sigilosos fuesen un constante recordatorio, Beth a veces olvidaba que Derek era el comandante de una de las legiones más feroces de Iconio, la Legión del Sol.

—No me digas que estás pensando en arrojarte al mar.

El inicio de una sonrisa se formó en los labios de la princesa.

—¿Vas a detenerme si quisiera hacerlo?

Derek meditó su respuesta durante varios segundos. Finalmente dijo:

—Sí, todavía no estamos casados. Tu muerte no traería ningún beneficio para mí—por como sonaba su voz, parecía estar bromeando. O eso esperaba Betsabé. Su prometido era todo un romántico.

La princesa observó su rostro y su mirada se posó en la cicatriz que tenía en el labio, la misma en la que se había fijado cuando se conocieron. ¿Algún día él llegaría a contarle la historia de esa cicatriz? ¿De todas sus cicatrices?

Sintiendo su mirada, Derek se volteó a mirarla. Sus ojos lobunos recorrieron todo su rostro y luego su cuerpo. Notó que el guerrero tragaba con fuerza mientras sus ojos lobunos se posaban sobre sus labios. Casi como si quisiera besarla.

Decidiendo dar rienda suelta a sus impulsos, Betsabé avanzó un paso hacia donde se encontraba el guerrero. En algún momento iban a tener que hacerlo, ¿cierto? Tal vez adelantar las cosas hiciese todo menos incómodo más adelante. Suponiendo que ella lograse liberarse de la maldición y viviera para ver ese futuro.

Leyendo la determinación en sus orbes grises, él también dió un paso hacia ella. Se encontraban tan cerca que podían escuchar y sentir la respiración del otro. Derek era mucho más alto por lo que la princesa tuvo que alzar la cabeza para mirarlo a los ojos.

Antes de que pudiese arrepentirse y dar un paso atrás, Betsabé lo tomó del cuello de su camisa y unió sus labios con los de Derek. Él correspondió a su beso, pero por alguna razón los labios de Beth se quedaron quietos.

No era para nada como lo había imaginado.

No era debido a que Derek besara mal, simplemente sentía que lo que estaba haciendo era incorrecto, lo cual era absurdo ya que el macho fae en frente suyo era su prometido y, aunque intentaba negárselo, había imaginado este momento en innumerables ocasiones atrás. Las marcas negras en su espalda y brazos comenzaron a hormiguear con intensidad, como si respaldasen sus sentimientos negativos. Era gracioso de una forma retorcida. Ese pensamiento hizo que las ganas de reírse la invadieran. Y no pudo evitarlo.

Dioses. Acababa de reírse en su cara.

Era la primera vez que veía la sorpresa plasmada de forma tan clara en su rostro.

Lo único que logró decir antes de salir corriendo por la vergüenza fue:

—Yo... lo siento mucho.

Una balada de maldiciones [#1 REINOS OSCUROS] EN PROCESOWhere stories live. Discover now