veinte.

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Meses después.

Y así pasaron los meses, los más largos de todos, los más largos desde que el invierno se fue y comenzó la primavera, y luego trajo al verano. Se llevaron todo, exactamente todo. Los vientos en la madrugada, las noches de frío, las lluvias torrenciales, las alergias, las inestabilidades del tiempo, la temporada de mariposas, se llevaron todo.

Menos mi corazón.

Venecia había sido un fraude, de esos fraudes que debían ser escrito con mayúsculas y con dolor. Recorrí exactamente cada rincón, cada metro cuadrado, bebí en cada bar desesperado por verla, en cada góndola que paseaba por los ríos de Venecia, pero no encontré nada, trate de divisar todas las cabelleras moradas que me pillaba, pero ninguna me quito el aliento y me hizo perder la noción del tiempo.

La vuelta a casa fue lo peor, llegar a dormir en una cama donde ella ya había estado, donde ella ya había compartido todos sus secretos conmigo, sus mañanas, sus lagrimas, aspiraciones en las que algunas me podía ver yo ocupando un lugar importante.

¡Joder si que dolía!

Dolía más que puta y jodida madre, llegue a pensar que mi búsqueda obsesionada por ella me estaba volviendo loco, a la par de un lunático, lunático de amor.

Quizás fue todo parte de una ilusión, que ella no había existido jamás y que yo seguía aplacando el dolor que me habían dejado anteriormente, ni a Katie había visto.

Escribí y escribí, con los dolores de mi alma, poniendo cada letra en la hoja, tan loco estaba que podía verla frente a mis ojos tomando fotos de mi mientras escribía, y la comencé a ver como una ilusión, algo que nunca paso y que en mis sueños me hizo sentir más vivo que nunca jamás. Pero luego cerraba los ojos y podía volver a sentir su tacto de sus labios tocando los míos, el placer de tocar su mano, y el eco de su risa que ahora se había convertido en la melodía de mis canciones.

Mire hacía la ventana y las lluvias caían igualmente en New York aunque se suponía que el sol debía estar resplandeciendo en el cielo. A cada lugar que iba mi amargura me acompañaba y cuando sentía que algo iba bien, la vida me pegaba una bofetada castigándome como si sentirse bien estuviera inaudito.

Los últimos versos de la canción y las notas ya hacían en la partitura, Candy me regalo una tierna sonrisa y cuando se la devolví sus mejillas se sonrojaron y volteo la mirada. Su aspecto había cambiado dentro de estos meses, más como una niña lucia como una mujer que cada vez que tomaba el escenario lo repletaba de gritos en el publico y con una dulce voz cantando sobre la realidad.

Me gustaba el trabajar con ella, no tenía pelos en la lengua cuando se trataba de hablar sobre una relación traicionera o que te volvía demente de amor. Y algunas veces soltaba versos que me describían tan bien, que su compañía me hacía sentir seguro.

El teléfono vibro unas veces antes de salir del trance que había estado teniendo, la mano se estiro y sonreí cuando la foto que tenía de Parker apareció en la pantalla.

- ¿Qué sucede? - grito desde el otro lado del teléfono y solté una carcajada.

- ¿Qué sucede contigo diría yo, porque han de estar tan feliz?

- Solo es felicidad de hablar con mi mejor amigo, estúpido - soltó riendo y bufé.

- Felicidad aprobada en ese caso.

- Pero la verdad de esta llamada es importante - su voz se torno seria y tuve una cierta certeza o aspiración en una cabellera violeta. - ¿Qué harás después de salir?

El pecho me rezongo y un nudo en la garganta se formo.

- Exactamente nada. - solté frio y suspirando.

Cigarros y Café.Where stories live. Discover now