Capítulo 16

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Sobrepensar, es todo lo que Cinco ha hecho las últimas horas; encerrado en su habitación, vió como todos salían de la casa, avisaron que irían a cenar fuera y pasarían unas horas paseando, nada más, pero le insistieron a él quedarse porque tenía cosas que hablar con Miranna. Pasada una hora luego de que sus hermanos y su cuñada se fueran, un taxi se detuvo al frente, dejando a la bella chica descender elegantemente, pálido, Cinco se acercó al principio de las escaleras, viéndola entrar, sin dejarla siquiera apartar la mirada de la puerta, le dijo: 

"Estás evitándome".

Y ella se congeló por un momento en la puerta de entrada, volteó para verlo de cierta manera, él no aceptó excusas, diciendo "No hay nadie en casa, no hay manera de que me evites ahora". 

Su voz era seria, algo fría, pero ella no sabía que no estaba molesto, estaba confundido. 

"¿De qué quieres hablar, Cinco?" preguntó, aclarando su garganta, intentando contener los nervios. 

"Sería más convincente tu pregunta si no estuvieras tan nerviosa" observó el dueño de los ojos verdes "Sin los nervios, quizá hasta hubiera pensado que no recuerdas lo que pasó". 

Silencio, un silencio que se sentía eterno y doloroso para él. No pudo más. 

"Realmente lo siento si te hice sentir incómoda, no sé por qué me dejé llevar así-"

"No eres tú, Cinco, yo..." ella cierra los ojos y suspira, frustrada, hay algo que no está diciendo. Cinco detecta que hay algo que la detiene, resulta que ella no estaba enojada con él, ni incómoda. Entonces ella continúa, bajando la mirada, sin saber que él caminaba lentamente hacia su posición. "Yo... creo que..." sintió como él tomaba su mentón y levantaba su cara para que pudieran verse a los ojos, directamente a los ojos. 

"En serio, discúlpame, no debí dejarme llevar así" insistió. "En ningún momento pienses que es culpa tuya, por favor". 

Esos ojos eran tan hipnotizantes, tan adictivos, justo ahora se veían preocupados y con un dejo de tristeza, y es que eran cercanos realmente, cuando todos dormían, pero ellos no podían dormir, se escapaban a la cocina a tomar café, a conocerse un poquito más, o a tomar café y gozar juntos el silencio. Había tardes que, a pesar de todos los sonidos que los Hargreeves generaban alrededor de la casa, ella y Cinco se sentaban en el sofá a leer, sin necesidad de hablar o verse directamente, bastaba con la presencia del otro para que pudieran permanecer en santa paz. 

Y ninguno de los dos podía echar su lazo especial a la basura por algo que ocurrió debido al alcohol.

Después de ese momento, ella tomó su brazo y juntos fueron al jardín de atrás, que se veía mucho más vivo y colorido desde que la anfitriona y los hermanos pusieron su atención semanal ahí; Miranna y Cinco tomaron asiento en el suelo, sin lastimar las rosas de Luther (que plantó y cuidaba con enorme dedicación para Sloane), y con especial cuidado en la hierbabuena de Víktor (prepara unos excelentes mojitos con ella), la chica entonces puso la cabeza en el hombro de Cinco sin pensarlo demasiado, viendo a las estrellas, en efecto, a Cinco le sorprendió la acción, pero la imitó, apoyando suavemente su cabeza sobre la de ella. 

Justo ahí, en ese momento, en ese silencio cómodo, junto a ella, en medio de ese hermoso jardín, de toda esa paz... ahí es donde Cinco se quedaría para siempre. 

Ahí, en la seguridad de su presencia, en la paciencia que le tiene, en donde esos hermosos ojos verdes estén, en medio de toda su paz... ahí es donde Miranna se quedaría para siempre. 


El Derecho a Vivir (Five Hargreeves)Where stories live. Discover now