🎈𝗖𝗮𝗽í𝘁𝘂𝗹𝗼 𝟭𝟯🎈

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Bill no podía evitar sentirse nervioso

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Bill no podía evitar sentirse nervioso.

Tal vez Milán está igual que yo, pensó.

Se observó una última vez en el espejo y terminó por abrochar los últimos botones de su camisa ―su madre le había aconsejado usarla― al fin y al cabo, era un momento importante.

Su primera cita y mejor aún con la niña que le gustaba.

Había vaciado su alcancía en donde estaban la mayoría de sus ahorros. Pensaba llevarla al cine y luego por un helado. Incluso comprarle un pequeño peluche. Ella se merecía lo mejor.

―Bill ―se giró al escuchar la voz de su madre a sus espaldas―, cuídate mucho, cariño ―la señora Denbrough se acercó a su hijo―. No vengas tarde, por favor.

Bill asintió con una sonrisa. Sabía que su madre aún luchaba con la perdida de un hijo y el saber que podría perder a otro en cualquier momento, le aterraba. Desde lo ocurrido con Georgie las cosas habían cambiado en casa y él solo intentaba ser un buen hijo mientras batallaba con la culpa de aquel día.

Aún en su mente estaba fresco el recuerdo de Georgie con aquel maldito payaso y, algo dentro de él, le decía que esa maldita cosa había sido la culpable. Culpable de sucumbir al pueblo en dolor por la perdida.

Pero, también era su culpa.

Durante noches soñaba con que, él salía ese día con su hermano y lo cuidaba, juntos volvían a casa y cenaban entre risas, pero no fue así, los fríos recuerdos de lo vivido lo sumergían en un abismo una y otra vez.

Sus padres llegando a casa.

Georgie no había regresado.

La policía.

La cena que ese día nadie probó.

La culpa carcomiéndole cada fibra de su ser.

Fue un mal hermano y Georgie había pagado las consecuencias al igual que su madre, porque sabía que una parte de su madre murió en cuanto Georgie desapareció.

No queriendo ahondar más en aquellos pensamientos, se despidió de su madre y abandonó el lugar. Caminó por algunos minutos hasta que se detuvo frente a la casa de Milán.

Llenó de aire sus pulmones al igual que su corazón de valentía antes de caminar hacía la puerta subiendo una a una aquellas gradas. Se llenó de valor para tocar a la puerta, aunque aquello no fue necesario. Toda la valentía y el valor que había reunido se esfumó en el momento en que su vista se topó con la del hermano de Milán.

―Hola ―saludó el chico al otro lado de la puerta.

―Ho... hola.

―¿Quién eres? ―preguntó autoritario Daniel.

Aunque en el fondo quería reír.

―Soy Bill y ¿us... usted, señor?

Daniel podría jurar que ese chico se desmayaría en cualquier momento.

𝗘𝗩𝗜𝗧𝗘𝗥𝗡𝗢 | 𝗕𝗶𝗹𝗹 𝗗𝗲𝗻𝗯𝗿𝗼𝘂𝗴𝗵 ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora