II. ENSALADA

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Draco no podía entender por qué siendo tan jóvenes, en uno u otro bando, casi todos los de su generación habían estado involucrados en una estúpida guerra gracias a un loco mestizo que había renegado de su sangre muggle y por quien, semanas después de finalizada la reconstrucción del castillo, estaba sentado dentro de una estrecha jaula frente a un tribunal que lo veía como si él fuera el peor mago oscuro y un peligro a futuro, cuando la realidad era que no había tenido elección acerca de lo que había hecho en contra de su voluntad. Tortura e intento de asesinato eran acciones difíciles de borrar y perdonar, aunque tenía claro que su castigo era más que merecido, rogaba a quien lo escuchara que no lo confinaran de por vida en Azkaban.

Cuando le dieron veritaserum y le preguntaron si deseaba ver muertos a todos los muggles o nacidos de ellos, su respuesta había salido casi como una explosión, un claro «no» que a él mismo conmocionó. Estaba asustado por todo lo que estaba pasando, pero su voz no había temblado al responder y quizá fue esa seguridad la que jugó un poco a su favor.

Observó a su madre y su rostro inusualmente desencajado lo aterrorizó. Ella, la experta en ocultar sus miedos, la que siempre estaba en perfecto control de todo a su alrededor, su torre, su fortaleza, se estaba derrumbando al ver a su hijo vistiendo el raído uniforme de prisionero, mucho más delgado que meses atrás y siendo tratado como el peor de los criminales. Y eso era aún más doloroso que cualquier tortura. Era una daga maldita directo a su corazón. La conocía bien, sabía que estaba a punto de exigirle al Juez Supremo que la dejaran hablar, y si se lo permitían, iba a echarse la culpa de todo; decir que, aunque quizá no era el camino correcto, era el que debían seguir en ese momento, y él no lo podía permitir. Ella ya había sido juzgada semanas atrás y gracias al testimonio de Harry Potter por salvarle la vida había sido absuelta. De todos modos, no todo había sido obra de ella sino de Lucius, su padre; en realidad, los tres habían sido títeres de unas ideologías que siempre habían existido, pero que habían tomado mucho más poder en manos de un hombre frustrado que los había orillado a una guerra que, para terminar de hundirlos, en ese momento les pasaba una costosa factura, una que no podrían pagar con su dinero. No podía culpar a su madre por haberse enamorado de su padre aunque sí la había culpado en algún momento por haber permitido que él le inculcara tan severamente sus estupideces sobre la pureza de la sangre.

Horas más tarde, mientras daban el veredicto, Draco no dejaba de verla, deseando que ella también alzara su mirada, lo viera y fuera capaz de leer la muda súplica que le estaba lanzando. «Déjelo así, madre, por favor déjelo así. Yo soy más fuerte, esto tampoco me derrumbará». Se aclaró la garganta y al fin ella lo vio. Su mirada estaba nublada por las lágrimas, esos hermosos ojos de azul tan intenso que no tenían comparación habían perdido su brillo, pero ella reaccionó cuando él le sonrió. Fueron apenas unos instantes porque los aurores lo estaban sacando de la sala, pero fueron suficientes para que Narcissa apaciguara su angustia. Ella asintió muy ligeramente, resignada y eso le infundió tranquilidad ante la idea de pasar otros seis meses en prisión por el uso de maldiciones imperdonables imperius y cruciatus, una condena prácticamente risible, suavizada por su corta edad.

Por otro lado, su padre había sido condenado a veinticuatro meses... Sonaba poco y a la vez tanto... Su fuga en meses pasados fue lo que tuvo más peso. El que no se hubieran ido del Gran Comedor después de la muerte de Voldemort jugó un papel importante para rebajar la condena. A los otros mortífagos les habían dado cadena perpetua. Lucius tampoco había asesinado a nadie. Aún así, Draco vio a su padre derrumbarse e hizo un gran esfuerzo por ahogar un sollozo. El patriarca Malfoy había caído de rodillas, pero el auror no había tenido piedad y lo había arrastrado como si fuera un saco de basura. Draco deseaba ayudarlo a levantarse, pero él también estaba siendo obligado a regresar a su celda. Sabía que su reacción se debía más que todo al dolor que podía estar sintiendo Narcissa en ese momento.

Pasada su condena en Azkaban, el Wizengamot también había sugerido, prácticamente obligado a Draco entrar a la Academia de Aurores para, según ellos, resarcirse con la sociedad y él, por supuesto fingiendo lo contrario para no quedar en evidencia, había amado cada día del entrenamiento pues secretamente ese había sido uno de sus sueños de niño, esto a pesar de que, para su desgracia, tenía como compañeros a Harry, Ron y Neville, quienes para ese momento llevaban muchos meses de formación no solo jurídica y táctica, sino también física, lo que lo había dejado en mucha desventaja. El nivel de exigencia era demasiado y después de meses de carencias en prisión, y el hecho de que ninguno de sus superiores le tenía consideración debido a su pasado como mortífago, muchas veces sufrió colapsos físicos que eran motivo de burlas especialmente por parte de Ron, quien también lo provocaba con frecuencia para empezar alguna discusión. Cuando esto sucedía, Neville se quedaba callado sin siquiera mirarlo y Harry se limitaba a ignorarlo, aunque la mayoría de las veces intentaba aplacar la necedad de su amigo, por supuesto sin éxito ya que la sola presencia del ex-mortífago era para Ron, motivo suficiente para encenderlo.

Con el paso de las semanas, debido a una mejor alimentación pero sobre todo al gran deseo de dejar callados a los demás, el rendimiento de Draco fue mejorando poco a poco en todos los aspectos y con ello su seguridad; sus habilidades de defensa con la varita en las clases de duelo eran muy superiores a lo esperado en tan poco tiempo y, la verdad sea dicha, todos terminaban sus entrenamientos tan cansados que llegó un momento en que no había tiempo para nada más y se fue dejando atrás el pasado para enfocarse en el futuro.

Gracias a la costumbre de verlo diariamente y a las conversaciones que tenían en sus momentos de ocio en las que se limitaba a escuchar, empezó a conocer a Hermione a través de esos tres magos con quienes no solo compartía lecciones, sino también tiendas de campaña y misiones, todo por supuesto, como parte del plan del alto tribunal mágico con la idea de que purgara sus culpas conviviendo con quienes había tenido grandes roces en su niñez.

Los meses se transformaron en años, Hermione continuó siendo un constante tópico de conversación, tanto que Draco llegó a saber que le gustaban los claveles y tulipanes, que su color favorito era el rosado en su amplia gama de tonalidades, que le gustaba ir a la ópera, al ballet y al cine -ya se había tomado el tiempo para conocer qué era cada cosa-, y que su género literario favorito de lectura era el romántico. También descubrió que odiaba cuidar plantas, cualquier tipo de deporte y el género de terror; además, detestaba hacer labores de casa y tampoco era muy anuente a participar en actividades sociales donde se volvían a rememorar sus hazañas. Era más que todo hogareña, disfrutaba armar rompecabezas, su comida favorita era el pollo a la parrilla acompañado de puré de camote, brócoli y espárragos al vapor y una ensalada de nueces y manzana; su golosina preferida eran los chocolates con almendras.

Draco se descubrió leyendo los libros que ella mencionaba en las cartas que les enviaba a sus amigos, yendo a cenar a sus restaurantes favoritos en el Londres muggle, observándola más de lo que era correcto en alguna actividad social en la que participaban; pensando en ella...

Aunque había llegado a tolerar a sus compañeros, cada vez le resultaba más patético que Hermione estuviera en una relación romántica con Ron, pues estaba convencido de que no tenían nada en común. Probablemente haría más pareja con Seamus Finnigan que con el pelirrojo, e incluso el mismo Harry parecía notarlo, aunque evidentemente no podía ponerse en contra de uno de sus amigos sin afectar al otro. Para nada envidiaba la posición del mago vivo más famoso del mundo mágico, mucho menos si se detenía a analizar su propia existencia.

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Dulce sufrimientoWhere stories live. Discover now