VIII. BOCA

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Un año y cuatro meses... Ese era el tiempo que llevaba Draco viviendo en Lauterbrunnen, prácticamente metido entre la montaña rocosa y con vista hacia el hermoso valle.

No es que su aislamiento hubiera podido hacer que pensara menos en ella; al contrario, la distancia y el no saber nada de Hermione lo estaba volviendo loco, sumado a que se había arrepentido una y mil veces de haber escrito, pero sobre todo enviado esa carta.

Él podía haber ocultado sus sentimientos toda la vida, pero en un momento de arrebatada valentía, se había comportado como un iluso creyendo que a ella le hubiera podido haber interesado saber de sus sentimientos. Siendo sincero consigo mismo, se avergonzaba de lo que había puesto en palabras, palabras que ella probablemente había leído con horror. Hubiera dado toda su fortuna si con eso pudiera comprar el giratiempo que tanto tiempo había guardado su padre en el sótano de Malfoy Manor antes de que lo incautara el Ministerio de Magia, y así tener la posibilidad de deshacer todo lo hecho.

Sentado en su amplia sala de estar, vestía un grueso suéter de lana color negro y las botas de Quidditch; a un lado de la mesa de centro había dejado la escoba y una snitch dorada volaba a su alrededor como si deseara llamar su atención. Estaba a cientos de kilómetros del país que lo había visto nacer, con el cabello más largo que nunca, los flequillos de la frente acomodados detrás de las orejas y un poco de barba; llevaba minutos con la mirada perdida en la espectacular vista que tenía desde su chalet, pero aun en ese paradisíaco lugar, no encontraba paz.

En aquel momento, una leve llovizna se vislumbraba a través de la neblina y la melancolía se hizo presente como siempre que el tiempo estaba así, sumado al gélido frío que penetraba hasta sus huesos a pesar del buen fuego que crepitaba en la chimenea. Odiaba ese clima de Suiza; era peor que el de Inglaterra; sin embargo, sabía que el frío no era precisamente por el estado del clima en el exterior sino por su constante desolación, desolación que ni siquiera el jugar su deporte favorito alejaba.

Fijó la vista en el reloj mágico que le habían regalado los Nott poco tiempo después de dejar Sunserley House y en donde se podía ver el paradero de sus mejores amigos y sus padres. Lucius estaba en Malfoy Manor, Narcissa estaba de compras, Theo y Blaise en sus respectivos trabajos y Daphne en modo viajando para después posicionarse en la casa de la señora Greengrass. Todos habían continuado con sus vidas; solo él se sentía estancado a pesar de que, a la distancia, estaba actualmente dedicado al cien por ciento y con mucho éxito, a los negocios familiares.

Minutos después, Cavell lo sacó de su ensimismamiento en forma de un molesto murmullo. Estaba en pie al lado de la mesa del comedor, con las manos en la cintura, una pose que se suponía debía imponer miedo.

—¿Por qué estás renegando ahora? —inquirió Draco con mal humor sin mirarlo.

—El amo tampoco ha probado su desayuno hoy y está próximo a llegar la señorita Frankhauser. A Cavell no le gusta que su comida sea despreciada. Cavell se preocupa por el amo porque ese es su trabajo, pero el amo...

—No quiero escuchar más reclamos —ordenó el mago levantándose del sofá para dirigirse a la mesa donde el elfo había dispuesto una comida copiosa. Partiendo un trozo de la tostada con mantequilla y miel, se la metió con desgana en la boca y luego de masticar y tragar, tomó un poco del jugo de calabaza—. ¿Estás contento ahora?

—No. Cavell está seguro que el ama Narcissa lo reprenderá por no cuidar adecuadamente al amo. El amo se ve demacrado y...

—Mi madre no está por acá ni tiene por qué enterarse que no como, así que no te preocupes —insistió Draco casi a punto de perder los estribos volviendo a caer pesadamente en el sofá. Cavell podía sacarlo fácilmente de sus casillas, pero no había forma en que la criatura lo dejara solo en el chalet y se regresara a Malfoy Manor.

Dulce sufrimientoWhere stories live. Discover now