XXX. FAROL

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Los meses fueron pasando y su noviazgo avanzaba, iban conociendo sus intereses comunes, las cosas que les molestaban y la novedad de los primeros meses dio paso a rutinas compartidas que afianzaban la relación.

Era normal que pasaran juntos prácticamente de viernes en la noche al domingo en la tarde, y una que otra noche entre semana, incluso si no podían hacer planes debido al cada vez más acaparador trabajo de Draco como investigador; era el hecho de estar en la compañía del otro lo que importaba, lo preferían a no verse durante semanas. Por eso, Hermione disfrutaba de sentarse en un sillón de tres plazas en la oficina en Lauterbrunnen y verlo tan serio y concentrado con sus documentos, el nudo de la corbata en su lugar, las mangas de la camisa —que ya no eran solo negras— dobladas hasta la mitad del antebrazo, dejando apenas visible una fea cicatriz donde una vez estuvo la Marca Tenebrosa, los lentes que a ojos de la bruja aumentaban su atractivo, sumado a los flequillos rebeldes que se volvían a la frente cuando su dueño insistía en ponerlos tras la oreja. Ella no lograba prestar atención a ninguno de sus libros y Draco sonreía cuando ella no estaba atenta, fingiendo no darse cuenta de que era sometido a un riguroso escrutinio.

Él también tenía sus momentos; cuando ella se dormía con el libro en sus manos, entonces invocaba una frazada y se dedicaba a verla dormir, a contar las respiraciones de la bruja, tocando su cabello y la suavidad de su piel, deseando que el tiempo se detuviera, que la inmortalizara en ese momento. Jamás se hubiera imaginado pasar sus minutos prestando atención a esos pequeños detalles, a esas cursilerías...

Y es que la vida de Draco se había llenado de cursilerías. Ocasionalmente ella le dejaba pequeñas notas de amor que él luego encontraba entre sus cosas, y él también lo había hecho una que otra vez, incluso le enviaba pequeños regalos sin ningún motivo; con frecuencia era sorprendido por un efusivo beso de ella y en un momento él también había hecho lo mismo seguido de un susurrado «te amo». En una ocasión, Hermione lo había presionado para caminar bajo la lluvia una noche que inesperadamente había empezado a lloviznar mientras iban por la ciudad y luego había insistido en bailar entre risas y torpes pasos que ocasionaron aún más risas. Con lo que él odiaba la lluvia, pero de repente, el compartir con ella ese tipo de momentos tenían otro significado por el solo hecho de estar juntos. Un apasionado beso debajo de un farol había sellado ese mágico momento. Con menos frecuencia, sin detenerse a pensarlo, de repente él tomaba la pequeña mano de Hermione y se aparecían en algún lugar del país para ver el atardecer. Ya habían recorrido muchos sitios turísticos de Suiza cuando cumplieron un año juntos, país al que se escapaban varios días cuando querían olvidarse del mundo entero. Draco había comprado el chalet ya que a Hermione le encantaba la arquitectura y ubicación.

Por supuesto no todo era color de rosa, pues también tenían pequeños momentos de tensión relacionados sobre todo con malentendidos por falta de comunicación o desacuerdos sobre cómo manejar el tema social con los Malfoy, los Weasley o a nivel general con otras amistades. Draco a veces estaba de mal humor o de pronto su snobismo llegaba a niveles intolerables y eso sacaba de sus casillas a Hermione, quien a su vez era testaruda y perfeccionista. Una extraña combinación que con el paso del tiempo fue llegando a un equilibrio. La mayoría del tiempo sus momentos eran cargados de jocosidad.

—Ahora que vimos Charlie y la fábrica de chocolates —le dijo Hermione un sábado de diciembre—, debemos ver la de Piratas del Caribe y la Leyenda del Jinete sin cabeza.

—¿Debemos? —inquirió Draco alzando una ceja con escepticismo.

—Es que Johnny Depp es muy lindo, me encanta como actúa. No puedes negarte, ya vimos algunas de Julia Roberts, Sandra Bullock y Jennifer Connelly. Es mi turno.

—¿Lindo? —inquirió alzando una ceja con escepticismo. Ella asintió con gesto de satisfacción—. Bueno, en ese caso, este tal Johnny se suma a la lista de hombres que muestran tu pésimo gusto... Weasley, Potter...

—Me gustas tú —le interrumpió con picardía, tomándolo por sorpresa.

—Lo dicho, pésimo gusto —respondió luego de unos segundos—, y yo que creía que Pansy estaba loca cuando en tercer año me dijo que le gustaba Adrian Pucey.

—Oye, no compares —frunció el ceño indignada—. Johnny Depp es un feo lindo, en cambio Pucey...

Draco negó con la cabeza varias veces intentando no sonreír; Hermione le guiñó un ojo con picardía.

—Termina de comer que estoy deseando que pruebes el tiramisú. Estoy segura que hoy me ha quedado mejor que nunca. Quién necesita a Marie Helene's Bakery cuando ya me queda mejor que el de ellos —comentó la joven con orgullo.

—No es educado presumir, señorita Granger —declaró Draco con ese tono que recordaba al niño de antaño e intentando no sonreír.

—Mira quién lo dice —casi se carcajeó—, Draco Rey de los presumidos Malfoy en persona. Supongo que también te perdiste esa lección.

Draco al fin liberó sus labios en un remedo de sonrisa y desvió la mirada hacia el frente. Ella sabía que por dentro estaba disfrutando de molestarla.

—Le he cambiado el tono a tu cajita de música —dijo cuando hubieron terminado el postre.

Draco con frecuencia actualizaba las tonadas de la caja de música que le había regalado para su primera Navidad para que así fuera siempre una sorpresa cuál melodía sonaría los siguientes meses. Los ojos de Hermione se iluminaron con genuina alegría. Draco la invocó con su varita y la joven la abrió. Una mirada de sorpresa apareció en su rostro al ver un anillo de compromiso centelleando en el interior. Con la mano temblorosa y el corazón desbocado, sus dedos rozaron la bonita joya, un anillo de platino con un engarce de seis garras que hacían parecer que el diamante flotaba. Draco se había arrodillado frente a ella con la emoción escrita en sus ojos, una suave música saliendo de la caja era la aliada perfecta para el romántico momento.

—Hermione —empezó a hablar con voz ligeramente temblorosa—, no necesito decirte cuánto te amo porque eso lo sabes desde hace mucho tiempo cuando te envié aquella carta. Sin embargo, creo que nunca te he dicho que quiero pasar contigo el resto de mi vida, que deseo que seas mi compañera de aventuras, que sigamos enfrentando juntos cada desafío... ¿Te casarías conmigo?

Hermione estaba con lágrimas en los ojos debido a la emoción del momento, pero los segundos seguían pasando y no lograba articular palabra, sin quitar los ojos de la joya, recordando rápidamente todo lo que habían vivido en el año y dos meses de relación. Sus momentos más lindos juntos, los más tensos cortesía de los Malfoy, el apoyo incondicional de Harry, Theo, Ginny y Daphne, sus mejores amigos.

—Te quedaste sin palabras —dijo Draco sonriendo de lado— y eso me halaga porque el que te quedes callada me da esperanzas de que digas que sí.

—¡Sí, Draco! —dijo asintiendo y al fin sonriendo, las lágrimas de felicidad rodando por sus mejillas sonrojadas—. ¡Sí quiero!

Draco deslizó el anillo en su dedo anular y luego se levantó, momento que ella aprovechó para alzarse de puntillas, aferrarse a su cuello y besarlo, un beso que sabía a esperanza, a promesas compartidas, a un futuro juntos.

Draco deslizó el anillo en su dedo anular y luego se levantó, momento que ella aprovechó para alzarse de puntillas, aferrarse a su cuello y besarlo, un beso que sabía a esperanza, a promesas compartidas, a un futuro juntos

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