VII. INTERNET

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A la mañana siguiente, después de haber pasado una noche prácticamente en vela, Hermione se levantó antes de lo usual y vistiendo con ropa cómoda para hacer yoga, puso música suave en el antiguo equipo de sonido de su padre y empezó a practicar Qi Gong, lo único que había sido efectivo para calmar su ansiedad posterior a la guerra. Tras una noche sin poder dormir, lo necesitaba especialmente para empezar la semana, aunque ese día no logró meditar. Ni siquiera los suaves movimientos y posturas y la respiración consciente lograron sacar a Draco de sus pensamientos.

Rindiéndose, se dirigió a la cocina para preparar el zumo de toronja rosada que siempre tomaba y luego subió a su dormitorio para alistarse.

Llegó temprano al ministerio con la idea de investigar un poco sobre lo que se decía de Draco. No sabía cómo abordaría la situación ni qué excusa usaría con Harry para haberlo ido a buscar cuando, para su satisfacción, se encontró con Neville, quien se veía muy angustiado. Se hizo la encontradiza con él, segura que tendría las respuestas a sus dudas.

-¿Todo bien? -preguntó caminando a su lado.

-El departamento está de cabeza. Aparentemente Malfoy renunció. Harry está vuelto loco porque le habían asignado un caso muy importante, y no sabe cómo lo que se suponía que llevaría meses de investigación, lo resolvió en solo cinco días. Malfoy ha dejado instrucciones muy precisas que debo analizar, aunque probablemente todo esté correcto y solo tengamos que detener a los sospechosos, presentar los cargos formales con todas las pruebas que él nos dejó y esperar el juicio. No sé cómo lo hace, pero el hecho de que haya renunciado es una pésima noticia para todos; se había convertido en un elemento prácticamente indispensable en casos de alta complejidad, especialmente en crimen organizado. -Neville se rascó el cuello con nerviosismo.

-Vaya... qué pena -intentó sonar sorprendida con la noticia, y habiendo satisfecho su necesidad, pero sobre todo sabiendo que Harry estaría histérico con la situación, prefirió no entrometerse y se despidió de su amigo para dirigirse a su propia oficina.

Una vez en ella, se quitó la túnica que usaba sobre su ropa estilo ejecutiva, la colocó sobre el perchero y se sentó frente a su escritorio, ignorando por primera vez en mucho tiempo la pila de documentos que tenía frente a ella y en las que había estado trabajando el viernes anterior. Recostó la cabeza en su cómoda silla y empezó nuevamente a divagar sobre lo que Draco había escrito, puesto que se había aprendido la carta de memoria de tanto leerla. Trescientas palabras que habían revolucionado su interior.

La naturaleza surrealista de lo ocurrido volvió a atormentarla. Quizá si ella hubiera sido menos seca con su trato, si le hubiera sonreído alguna vez, si hubiera propiciado un encuentro con él; tantos «quizás si» y «si hubiera» que ya no tenían cabida, pero si hubiera hecho algo distinto, a lo mejor él no se hubiera ido del país y tal vez se habría declarado personalmente. Esa posibilidad le aceleró el corazón, porque no tenía idea de cuál había podido haber sido su respuesta. Había ideado tantos posibles escenarios que perfectamente podía hacer un libro con ellos. La versión estilo Elizabeth Bennet en la que ella le sacaba en cara todas sus acciones pasadas, esto a pesar de que hacía demasiado tiempo que había dejado todo eso en el olvido, le hacía reír, sobre todo porque intentaba imaginar los gestos de Malfoy/Darcy al ella rechazarlo.

-Te amo a pesar de la inferioridad de tu sangre. -Y habría hecho el mismo gesto de repugnancia que hizo cuando en segundo año le dijo «asquerosa sangre sucia», pero Hermione insistía en que, dada las palabras usadas en la carta, el Draco actual no calzaba con un tipo de declaración así.

Apenas si recordaba su voz, una voz de un joven de diecisiete años. Fantaseó con escucharlo declararse en un tono de voz quizá más grave del que conocía, más maduro, y pensar en eso le erizó la piel, al punto que se regañó a sí misma por reaccionar como si fuera una adolescente.

Sacudió la cabeza repetidamente, como si con eso los pensamientos que tuvieran que ver con el mago fueran a desaparecer y se obligó a concentrarse en el trabajo. Era principio de mes y debía encargarse de la gestión presupuestaria, a las once tenía una importante reunión a la que iría en representación de Kingsley, y a la una tenía un almuerzo ejecutivo con los jefes de varios departamentos para ver el estado de unas políticas que se habían implementado recientemente y valorar si se habían estado cumpliendo los objetivos eficazmente; esta última reunión le consumiría toda la tarde. Ciertamente ese día no habría espacio en su cabeza para pensar en declaraciones y cierto mago huyendo de ella.

Cuando salió del ministerio era ya entrada la noche y decidió pasar por un local de comida, pues se había percatado que aparte del zumo de toronja rosada que tomaba todas las mañanas, no había probado bocado en todo el día. Durante el almuerzo había estado tan absorta en los resultados, que no fueron los esperados, que su apetito se había esfumado. La planeación de nuevas estrategias les había tomado más tiempo de lo usual y estaba exhausta; lo último que quería era llegar a cocinar algo para cenar.

De vuelta en la casa de sus padres, quienes habían preferido quedarse en Australia cuando ella les devolvió sus recuerdos, comió lo que había comprado, luego subió a su dormitorio -el mismo de su niñez-, se bañó, peinó su largo cabello y lo trenzó, se colocó el pijama y se colocó una crema en el rostro, dando énfasis en las ojeras que no se había dado cuenta que tenía. Luego, se sentó en la cama con la computadora portátil que había comprado para comunicarse con los Granger gracias al nuevo sistema de videollamadas de Skype, pues quería adelantar algo de su trabajo del día siguiente. Se conectó al internet para buscar información sobre una ley muggle que pudiera ayudarle en uno de sus casos; sin embargo, sin percatarse de lo que hacía, había tecleado las palabras «Draco Malfoy» en el buscador de Explorer, obviamente sin generar ningún resultado.

Con un sentimiento de desazón, de nuevo se quedó perdida con el recuerdo de la carta. Sabía que era algo real, puesto que sobre la mesa de noche tenía el sobre. Lo tocó como si necesitara convencerse que estaba ahí, que Draco sí le había confesado su amor, y con un sentimiento de desolación que no pudo controlar, cerró la máquina y se hizo un ovillo en la cama. Se sentía tan sola en esa inmensa casa, tan abandonada que tuvo que hacer grandes esfuerzos para no llorar; amaba sus momentos con ella misma, amaba su espacio, su vida, pero todo había cambiado de un pronto a otro dejándole la sensación de que había perdido algo importante y odiaba sentirse así.

Cerrando los ojos con fuerza, se abrazó como si con eso pudiera transmitirse consuelo y se propuso quedarse dormida para no pensar más, algo que logró rápidamente quizá por el hecho de no haber dormido la noche anterior. Empero, unos ojos grises la persiguieron en sueños también y a la mañana siguiente, Hermione se preguntó por milésima vez en aquellos dos días, qué debía hacer ahora que sabía que sus sentimientos por Draco, una vez enviados a un rincón del corazón por saberlos imposibles, eran correspondidos.

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Dulce sufrimientoWhere stories live. Discover now