XVII. ABANICO

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Draco se había quedado anonadado al ver a Hermione cuando abrió la puerta de la casa; por poco no había dejado caer el florero de vidrio en el que había colocado los bulbos de los tulipanes. Estaba realmente hermosa y hubiera deseado tener la posibilidad de besar aquellos labios con un ligero brillo que parecían llamarlo.

Había tenido que recurrir a servir el vino con la idea de mantener su mente ocupada, pero no ayudaba tampoco el tenerla frente a él en esa mesa, sonriendo y hablando sobre su sorpresa del día siguiente y posteriormente sobre lo rica que le había quedado la comida.

Él propuso ir a algún lado por un postre, sintiéndose incapaz de seguir a solas con ella en esa casa, su deseo por besarla aumentando con cada segundo que estaban bajo ese techo, ese ferviente deseo contenido durante siete años.

—Para seguir en la temática italiana, hay una gelatería deliciosa en Covent Garden y después podemos caminar por ahí.

—Lo que tú elijas está bien para mí.

Hermione sonrió, murmuró «accio gabardina» y colocándose la prenda, propuso una aparición conjunta que lo sorprendió, pues implicaba tocarse: él tendría que tocar su brazo para aparecerse en algún lugar londinense y la situación le aceleró el corazón. De pronto se sintió muy idiota al comportarse como un adolescente incapaz de frenar sus hormonas y no como el adulto de veinticuatro años que era. Rápidamente cerró su mente para calmar todo ese flujo de pensamientos que estaban empezando a avergonzarlo y, como si tocarse fuera lo más normal del mundo, posó una mano sobre el antebrazo de ella.

Una vez que se aparecieron en un callejón del famoso distrito comercial, ella bajó su brazo y lo guió hacia la heladería italiana que había mencionado. La cantidad de personas en el lugar era impresionante, mayormente porque era sábado; había actividades culturales de diferentes tipos, música, malabaristas, estatuas humanas, entre otros. A Draco le hizo reír el que una mujer que tenía toda la piel pintada de gris, al igual de su vestido, sombrero y un abanico, le había guiñado un ojo y tirado un beso cuando él pasó a su lado.

Después de que compraron el gelato —vainilla con trozos de chocolate para él y pistacho para ella— y los cuales habían pedido en un crujiente cono, empezaron a caminar en dirección del Puente de Westminster.

Una vez que terminaron de comer, el tenerla tan cerca mientras iban caminando le suscitaba el querer abrazarla, pero no sabía cómo hacerlo, temiendo que ella lo rechazara. ¿Y si tomaba su mano? Algo en su interior le decía que era muy pronto aún, que debía llevar las cosas con calma, no podía echar a perder lo que había avanzado dejándose llevar por sus impulsos. Tuvo que apuñar su mano varias veces para aplacar las enormes ganas de tomar su mano, que se hallaba tan cercana. Al final, prefirió mejor introducir las manos dentro de su pantalón.

Estaba ligeramente nublado, pero era posible ver la silueta de la luna apenas empezando a menguar —había sido luna llena el martes anterior, según comentó ella—, los colores cobrizos de las hojas abundaban y las que cubrían el suelo crujían al caminar. Una suave brisa hacía que el cabello de la joven se moviera con gracia; a pesar de lo fresco de la noche, no había indicios de que fuera a llover.

Habían estado hablando un poco de sus trabajos, luego Hermione le había comentado que visitaba a sus padres en Australia una vez al año y que los había visitado a principios de febrero, cuando era verano en ese país aprovechando que el frío arreciaba en Londres.

—Todos los años vamos a una playa diferente. A papá le encanta el mar y ahora que vive allá lo disfruta muchísimo, especialmente si tomas en cuenta que el Reino Unido no tiene ese rico clima tropical.

—Igual sucede en Suiza... son climas más bien frescos por su ubicación, y bueno, Suiza no tiene litoral marítimo, pero sí hay lagos donde he escuchado que los muggles han hecho playas artificiales y disfrutan de sus actividades acuáticas —comentó Draco orgulloso de haber entrevistado a Olivia en días anteriores para poder tener un tema de conversación acorde.

—¿A qué hora debo estar lista mañana? —preguntó Hermione cuando volvieron a aparecerse en el porche de la casa. Draco lamentó que la noche hubiera llegado a su final, aunque agradeció que horas más tarde se iban a volver a encontrar.

—Pasaré por ti a las dos de la tarde.

—Perfecto...

El silencio se instauró, ambos perdidos en las miradas del otro sintiendo una conexión especial, una dulce tensión que impregnaba la atmósfera. Hermione sonreía con timidez, con las mejillas levemente sonrojadas quizá por lo que podía pasar pero que él no se atrevía a hacer. El corazón de Draco se había acelerado y temía que se escuchara en todo el barrio a su alrededor. Con cierto temor por la forma en que ella pudiera reaccionar, se aventuró a tomar una de sus manos; ella, ante el gesto inesperado por estar atenta a su rostro, se había asustado un poco para después empezar a reír con nerviosismo.

—Lo siento... —murmuró sonriendo, bajando su mirada a las manos apenas conectadas. Draco quiso retirar la mano pero ella lo impidió, presionando ligeramente.

—Buenas noches, Hermione. —El sonido de su nombre en sus labios fue como una caricia al alma, un momento mágico en el que había cruzado una barrera invisible que hasta ese instante los había separado, un pequeño paso hacia lo que podía ser el inicio de algo importante.

—Buenas noches, Draco.

Sin poderse contener al escuchar su nombre pronunciado por ella como si recitara un poema, él se inclinó para besar tímidamente una de sus mejillas; sintiendo la piel arder por el constante sonrojo, se apareció, sabiendo que si no se iba en ese momento, no iba a poder hacerlo nunca más.

Una vez en la quietud de su dormitorio en Sunserley House, se cercioró que no había sufrido una despartición por lo veloz de su huida y luego, cerrando los ojos, se enfocó en el hormigueo en sus labios por el roce que apenas había experimentado al besar su rostro. Su corazón aún parecía que se iba a salir del tórax por lo que había hecho, ansioso por el día siguiente, con la esperanza de que su tarde en Suiza fuera el preámbulo de lo que hace mucho anhelaba su corazón.

 Su corazón aún parecía que se iba a salir del tórax por lo que había hecho, ansioso por el día siguiente, con la esperanza de que su tarde en Suiza fuera el preámbulo de lo que hace mucho anhelaba su corazón

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Dulce sufrimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora