III. PÚRPURA

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La vida de Draco Malfoy no era menos complicada.

Después de todo lo que había vivido, se había prometido no volver a lastimar a alguien y estaba haciendo precisamente eso, lastimando a Astoria, la dulce bruja que lo veía con adoración desde su adolescencia, deseando que esa mirada proviniera de otra mujer. Había puesto todo su esfuerzo en aprender a amarla, al menos quererla como a una amiga con la que tendría que compartir el resto de su vida, pero su corazón amaba a otro con el que no había tenido que aprender, porque Hermione, sin saber se había adueñado de todos sus pensamientos.

Su último esfuerzo con Astoria había sido la tarde anterior. Para complacerla, le había llevado un hermoso ramo de narcisos porque ella le había comentado a Blaise que eran sus flores favoritas -aunque le parecía que era más una forma de congraciarse con él al ser el nombre de la flor que había inspirado el nombre de su madre-, habían ido de paseo por el Fairy Glen, el valle de las hadas en la isla de Skye en Escocia, donde habían visto el atardecer y luego habían ido a cenar al restaurante que a ella tanto le gustaba.

Astoria se había esmerado en su arreglo personal y estaba radiante con un hermoso vestido color púrpura manga tres cuartos, botas y un moño bajo. Al terminar de comer, con los ojos brillantes de felicidad, ella había catalogado la noche como «mágica». Draco supo que todo su empeño por organizar la velada perfecta había sido un éxito; sin embargo, no logró que el lugar o la compañía deshelaran su corazón. Ni siquiera el beso que le dio cuando se despidieron —porque sintió que era lo correcto cuando ella saltó a sus brazos en un arranque de euforia, al mismo tiempo que aseguraba que había sido un día maravilloso—, fue capaz de sacarlo de ese ensimismamiento en el que vivía desde hacía varios años. Sentía su vida vacía, sus noches parecían eternas.

Quería amarla, quería hacerla feliz, pero más bien había querido llorar, odiándose a sí mismo por no tener el valor de enfrentarla, y es que sus lágrimas ya se habían agotado en otro amor, ese que jamás tendría, porque él no merecía nada bueno, mucho menos proveniente de Hermione, la mujer que amaba en silencio.

Sentado en el prado en algún lugar de los terrenos de Sunserley, con solo la iluminación de las estrellas, pensaba en lo irónica que era su vida: sufrir por amor, él, Draco Malfoy, y precisamente por el amor no correspondido de Hermione Granger, la hija de muggles de la que tanto se había burlado durante años.

Había llegado a la conclusión de que a lo largo de su vida, de alguna u otra manera se había sentido atraído por ella, primero por ser lo que debía menospreciar según las enseñanzas de su familia sobre los estatus de la sangre mágica, luego por ser mejor que él a nivel académico, más tarde por tener la valentía de la que él carecía por completo. Hermione siempre había estado presente.

Una brisa empezó a correr por entre los árboles y las flores comenzaron a caer uniéndose a otras más, dejando el suelo como si estuviera cubierto por una alfombra. Cerró los ojos y dejó que la brisa refrescara su mente. En ese momento supo que no podía seguir con la farsa de relación que tenía con Astoria, y decidió terminar su compromiso, por carta, por supuesto. No podía verla a la cara y decirle que amaba a otra mujer, y aunque sabía que era innecesario confesarle ese detalle, sintió que sería la única manera de que ella se olvidara de él, aunque le rompiera el corazón en el proceso; debía cortar de raíz toda posible esperanza que ella guardara de un posible futuro juntos.

Animado por la decisión que había tomado, se apareció dentro de la habitación que había acondicionado como su despacho personal y buscando un tintero y varios pergaminos que tenían el sello de la familia, se colocó unos lentes que le ayudaban a ver mejor, tomó la pluma de pavo real albino que su elfo doméstico personal Cavell mantenía perfectamente afilada para evitar los derrames de tinta y se dispuso a escribir una breve misiva.

Las palabras fluyeron sin necesidad de pensarlas mucho, y casi que se sorprendió cuando al terminar, se percató que no había hecho varios borradores sino que le había salido al primer intento.


No puedo sacar a Hermione Granger de mi mente y corazón.


No sabía por qué había escrito esa frase, no sabía si era necesario que Astoria supiera lo que pasaba en su corazón, pero de alguna forma sentía que al menos, la joven necesitaba saber por qué no podía estar con ella, aunque eso la destrozara.

Sosteniéndose la cabeza con ambas manos mientras apoyaba los codos en el escritorio, cerró los ojos y se imaginó a Astoria leyéndola. Sabía que ella jamás lo perdonaría y eso le dolía, sobre todo porque quizá también afectaría su estrecha relación con Theodore Nott y su ahora esposa Daphne, de soltera Greengrass, sus mejores amigos desde la niñez, pero de todas maneras, si todo salía como llevaba horas pensando, lamentablemente tampoco estaría en contacto con ellos.

Draco se despertó al día siguiente con un intenso dolor en la zona temporal izquierda de su cabeza. Se había quedado hasta entrada la madrugada sentado en el escritorio con su mirada fija en la carta que le había escrito a Astoria y pensando qué debía hacer a continuación. Cuando se percató que eran casi las tres de la mañana, se apareció en su dormitorio y sin cambiarse de ropa, se dejó caer en la cama sin quitar el edredón, seguro de que tampoco ahí podría conciliar el sueño. Las ojeras en su rostro eran un claro reflejo de la mala noche que había tenido.

Era domingo y tenía por costumbre reunirse con sus amigos ese día de la semana, pero estaba seguro que no iba a poder soportar las preguntas de Blaise sobre su aspecto, mucho menos contarle lo que iba a hacer pues sabía que él tenía una especie de enamoramiento con la menor de las Greengrass desde sexto año, cuando Theo al fin se había declarado a Daphne y por ende habían empezado a relacionarse más con Astoria, quien para ese entonces apenas cumplía catorce años pero que no pasaba desapercibida con sus grandes ojos verdes, cabello ondulado color castaño claro y perfectamente peinado en una coleta alta. Por aquel entonces era una jovencita que se sonrojaba tímidamente ante los comentarios de Zabini o cuando Draco le dirigía la palabra.

Draco sabía que, a pesar de la corta edad de Astoria, Blaise intentaba llamar la atención de la joven cada vez que ella los acompañaba en la sala común de Slytherin o en el Gran Comedor; por eso sintió el mundo caer sobre su cabeza cuando pocas semanas después de fugarse de prisión, su padre lo remató con la noticia de que llevaba algún tiempo con la idea de que, al llegar a sus diecisiete años se comprometiera con la joven: como si su vida ya no fuera un verdadero infierno ante su fracaso de matar al profesor Albus Dumbledore y tener a Voldemort viviendo en su hogar ancestral. ¿Quién pensaba en matrimonio en esos tiempos? Ni siquiera sabían si iban a sobrevivir al día siguiente; cada hora era una carrera de obstáculos que hacían que las pruebas que habían pasado los chicos del torneo de los Tres Magos parecieran un simple día tranquilo, su diario vivir era un juego de niños donde en lugar de dragones y sirenas locas tenían a mortífagos y hombres lobo sedientos de muerte y siendo felices humillando a su familia.

Draco le escribió una corta nota a Theo, enviándola con su águila real, disculpándose por no acompañarlos esa tarde, pero tal y como lo esperaba, esa misiva no fue suficientemente creíble, ya que mientras almorzaba, Cavell le anunció su presencia acompañando al joven hasta el comedor. No podía engañarlo, se conocían demasiado bien y sabía que no se tragaría la excusa que le había puesto: «No me siento bien, nos vemos en una semana.»

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Dulce sufrimientoWhere stories live. Discover now