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Nací en mi Venezuela querida, específicamente en la tierra del sol amado, en dónde todos te saludan y te ofrecen una taza de café, en donde por las tardes todos suelen reunirse en el frente de sus casas y hablar de todo un poquito. Soy de dónde abunda la calidez humana y muy a pesar de las circunstancias encontramos un modo para salir adelante y siempre con una sonrisa en cara. Somos felices con tan poco porque solemos buscarle el lado bueno a todo.
Y me complace decirles que soy orgullosamente Zuliano.

Crecí en un hogar lleno de amor, con unos padres atentos a pesar que trabajaban nunca estuvieron ausentes. Buscaban el modo de tener tiempo conmigo. Por ejemplo; mi padre solía enseñarme béisbol en sus días libres o por las tardes que venía de descanso, a pesar de que venía agotado (nunca lo dejó ver) sacaba el bate, el guante y la pelota para jugar conmigo, o también solía tocar la guitarra para enseñarme a cómo tocarla, también me daba clases de canto, era muy bueno en eso y también me decía lo bueno que era yo, que si no me iba bien con el béisbol lo intentara con el canto porque lo hacía muy bien.
Con mi madre me metía en la cocina y hacíamos la famosa torta de tres leches. Mi favorita y la de mi padre también. Y cuando estábamos solos encendía la radio y bailábamos, a ella le gustaba mucho y por verla feliz yo me sumergía con ella en el baile pero cuando estábamos los tres juntos todo era más increíble.
Mi madre con el piano, mi padre con la guitarra y yo con el canto armábamos un pequeño concierto para mis muñecos de peluches.

Cuando tuve la edad de quince años toda esa felicidad se vino abajo.

¿por qué no vino mi mamá por mi?— le pregunté al subirme al auto

Mi papá había ascendido en su trabajo, tenía un cargo mucho más grande lo que significaba mucha más responsabilidad para él y pocas horas de descanso. Ya no sacaba el bate, el guante y la pelota para jugar, ni siquiera su guitarra para tocarla porque lo único que quería hacer al llegar a la casa era descansar y yo entendía eso perfectamente bien pero mi mamá no. Ella quería seguir teniendo esa misma atención que él solía brindarle pero ya no era lo mismo y ella no lo entendía así que buscaba un modo de pelear con él.

Esa noche que fue por mi a casa de Daniel todo cambió.
Mi padre estaba durmiendo en casa, mi madre lo despertó para que fuese por mi, a pesar de que él siguiera muriendo del cansancio lo hizo y fui yo quien al final se sintió culpable cuando desperté en un hospital con muchas cosas conectadas a mi y con un tuvo que ayudaba a mis pulmones a no colapsar. Era una sensación horrible. Entonces fue ahí que me di cuenta lo que había ocurrido.

Mi padre se iba durmiendo por el camino, yo le hablaba para mantenerlo despierto pero se me ocurrió la grandiosa idea de yo manejar

no, ¿estáis loco?, yo no te voy a dejar manejar a vos. Nonono, ni lo penseis

Y mientras yo trataba de convencerlo y él se negaba, salió de la nada otro carro que nos sacó del camino y terminamos aquí. En este hospital

Pregunte por mi padre y nadie me daba noticias de él, no sabía si estaba bien o si estaba peor que yo

mi Jey tu papá...— pasó saliva. Le noté su mirada triste, sus ojos llorosos y oí en su voz tristeza. No hacía falta que me dijera nada me di cuenta lo que quería decir pero que de su boca no podía salir.

Enloquecí. Maldije y quise irme con él también.
Le pregunté a Dios en dónde estaba, por qué me hacía esto. Le pedía explicaciones, mismas que no sabré

Cuando salí del hospital lo primero que hice fue ir a visitarlo y disculparme por todo lo malo que hice, por haberlo distraído y por como terminaron las cosas. Me sentía culpable, muy culpable

Y no hubo tiempo para lamentaciones. Para llorar, para nada más. Después de esos días me tocó el rol más difícil. Ser el hombre de la casa.
Mi madre había perdido su empleo por echarse a la cama y estar ahí, llorando por mi padre, abrazando una almohada con una camisa de él. No comía, no salía del cuarto, no hablaba conmigo, con nadie. Sus amigas iban a visitarla por las mañanas porque yo me iba a clases y no quería dejarla sola, ellas aceptaban ir gustosas para ayudarme un poco con el aseo de la casa y con la comida, así que por lo único que debía preocuparme era estudiar y sacar buenas notas pero eso cambió después que llegaron las cuentas que pagar.
Mi papá había pedido un préstamo en el banco del cual ya sabíamos pero debíamos pagar porque sino, adiós casa, adiós todo.
Así que después de clases me iba a los buses y cantaba, con la cabeza gacha porque no me gustaba que me viesen, me daba pena. Me ganaba muy poco que apenas y nos alcanzaba para comer.
Fui a supermercados, a tiendas, restaurantes, panaderías buscando un puesto, quedé en el último. En la panadería como ayudante del panadero. Era algo muy nuevo para mi pero continué y aprendí quedando así fijo y obteniendo el rol de mi padre.
Después del trabajo llegaba hacía mis tareas, trabajos de exposiciones, terminaba por la madrugada y aún y con todo el cansancio me despertaba para hacerle el desayuno con lo que había y me iba de regreso a clases. Así fueron mis siguientes días.
Ya no tenía la vida de un muchachito de quince años, no salía al parque con mis amigos y ya no tenía planes con mi novia pero ella era muy paciente y la amaba por eso.
Todo había cambiado tanto que ya no soportaba esto, quería llorar pero no podía, no había tiempo para eso, ni para deprimirme porque si yo caía me llevaba conmigo a mi mamá y yo no quería eso, lo único que quería era que por lo menos ella también intentar levantarse y que me ayudara a que esto no fuese tan difícil para mi.

Junto a ti, siempre Where stories live. Discover now