Capítulo 2. En Bilbao llueve

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—Luz, salimos en media hora ¿Estás lista? —dijo mi madre al otro lado de la puerta de la habitación. Remoloneé un poco en la cama. ¿Treinta minutos serían suficientes? Solamente había una manera de comprobarlo. La noche anterior en la cena, mi madre se había indignado un poquito en que mi padre y Martínez me acompañasen a la estación, así que ella también se apuntó. Jon no dijo nada en absoluto, dormir para el era demasiado sagrado como para despedirse de su hermana.

Me levanté a toda prisa y cogiendo la ropa que me iba a poner me dirigí al baño. En diez minutos estaba duchada. No tenía hambre para desayunar, más tarde cogería algo en la estación. Si mis padres y Martínez esperarían conmigo a subir al autobús, tendría tiempo de invitarles a desayunar para compensarles el favor. 

Salimos cargados con maleta y mochila al coche oficial. Mi madre había insistido en que llevar ese coche era demasiado, pudiendo llevar ella el suyo y dejando a Martínez tranquilo. Pero ambos se habían puesto cabezotas para variar. Al salir el Cabo ya estaba esperándonos dentro, sería el quien condujera. Algo que no había visto hasta la fecha, sería por la ocasión especial. 

—¡Buenos días Luz! —exclamó el chico el volante cuando me metí en el cubículo, siempre estaba alegre y con una sonrisa en la cara, daba gusto.

—Buenas Martínez, gracias por el favor —apreté su hombro desde la parte trasera. 

—Ya sabes que es un placer —se giró para sonreír —¿Estamos ya listos? —preguntó cuando mi padre cerró la puerta del copiloto. Mi madre se había sentado a mi lado, apretando mi muslo con su mano. Estaba respaldada por ellos, como siempre lo había estado. El conductor preparó los espejos y arrancó camino a la gran capital.

El autobús salía en un par de horas, nos daba tiempo a llegar sin problema, incluso a estar allí esperando. Siempre contaba con esos minutos extra por lo que pudiera pasar. Estaba alterada, tenía que reconocerlo, la aventura a la que estaba a punto de embarcarme era lo más grande que había hecho en mis veintidós años de vida. El viaje se me hizo corto, ya que me pasé la gran mayoría de él durmiendo. 

Una vez allí, aparcamos el coche y nos dirigimos con los bártulos a la cafetería que quedaba a unos metros de las puertas desde donde salían los autobuses. Había localizado ya el andén que cambiaría el rumbo de mi próximo capitulo vital, por lo que podríamos pasar los últimos instantes desayunando. Como apasionada de la cocina y el buen comer debía admitir que los desayunos que daban eran una auténtica mierda. ¿Dónde quedaban los desayunos elaborados no congelados previamente? Ya no te podías fiar de nada. Opté por un café con leche, ya comería algo en la para que se hacía a mitad del viaje.

—Bueno cariño, avísanos de cualquier cosa, por favor —insistió mi madre una y otra vez antes de subirme al transporte. 

—Que sí, no os preocupéis, que me voy a unos kilómetros, no a América... Además ya soy mayorcita ¿eh? A lo mejor vengo con bombo y todo —bromeé, pero a mi padre no le hizo ni pizca de gracia —Ay papá —le dije a ver lo pálido que se había quedado —, que era una broma...

—Esas bromitas, esas bromitas, no me gustan eh... Anda ven aquí —dijo dando un paso hacia delante para abrazarme. 

Martínez en cambio dudó si abrazarme o no, fui yo la que tomé la iniciativa. Minutos después estaba sentada en mi plaza, conectando los auriculares para poder pasar las siguientes horas entretenida, aunque la verdad es que poco iba a durar despierta. 

Así fue, en la parada que hizo el autobús fue la primera vez en toda la primera parte del trayecto en la que abrí los ojos. Duró en torno a media hora, y el viaje continúo. Los nervios comenzaron a apoderarse de mi y no pude volver a conciliar el sueño. Mientras recorría la carretera que me llevaría a un nuevo comienzo, eché un vistazo a la carta de recomendación que me había dado Pepe para el restaurante de Bilbao. Más me valía estar a la altura del altar donde mi había subido mi mentor. Los chefs siempre son conocidos por ser estrictos, ordenados y serios, no me quería imaginar tener que dar el doscientos por ciento de mi ante un chef...vasco.

Bajo La Lluvia [Luznhoa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora