25|Rojo Carmesí.

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El antiguo palacio, una vez hogar de esplendor y poder, estaba envuelto en un silencio inquietante cuando los guardias irrumpieron en sus salones

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El antiguo palacio, una vez hogar de esplendor y poder, estaba envuelto en un silencio inquietante cuando los guardias irrumpieron en sus salones. Mahidevran, quien descansaba en sus aposentos, no tuvo tiempo de reaccionar antes de ser bruscamente agarrada por ambos brazos. Sus ojos se abrieron de par en par en una mezcla de sorpresa y terror, su cuerpo temblando mientras los guardias la arrastraban hacia la salida.

—¡Déjenme! ¡No pueden hacerme esto! —gritó Mahidevran, su voz resonando por los pasillos. Luchó con todas sus fuerzas, intentando liberarse del agarre implacable de los hombres, pero sus intentos fueron inútiles. Las lágrimas comenzaron a correr por su rostro mientras el pánico la consumía—. ¡Por favor, suéltenme! ¡No quiero irme!

Sus súplicas y sollozos alertaron a las antiguas concubinas y a la Valide Ayşe Hafsa, quienes salieron de sus habitaciones solo para presenciar la escena con horror. Sin embargo, ninguna de ellas se atrevió a intervenir. Permanecieron inmóviles, sus rostros pálidos y sus ojos llenos de miedo, viendo cómo Mahidevran era sacada del palacio contra su voluntad.

—¡Ayúdenme, por favor! ¡No quiero irme! —continuó gritando Mahidevran, su voz quebrada por el llanto. Pero su súplica no encontró respuesta. Ayşe Hafsa, parada en el umbral de su habitación, sintió una punzada de arrepentimiento en su corazón. Había traicionado a Hurrem, su lealtad había sido comprada por Humasah, y ahora veía el precio de su traición ante sus propios ojos. Pero era demasiado tarde para deshacer sus acciones, demasiado tarde para cambiar el curso de los acontecimientos.

Mahidevran fue llevada fuera del palacio, sus gritos silenciados por la vastedad del exterior. Los guardias la subieron a un carruaje, donde, con manos temblorosas, le vendaron los ojos. El terror se apoderó de ella cuando se dio cuenta de que tal vez nunca volvería a ver a su amado hijo, Mustafá, ni a su querida hermana Kosem, ni a sus sobrinos. El carruaje comenzó a moverse, y Mahidevran sintió que su mundo se derrumbaba.

El viaje fue largo y silencioso, su pánico solo empeorado por la oscuridad que la envolvía. Finalmente, el carruaje se detuvo y los guardias la bajaron con brusquedad. Mahidevran sintió cómo el miedo la paralizaba mientras esperaban en silencio. Entonces, las manos ásperas de los guardias le quitaron la venda de los ojos.

Se encontraba en una kafe, un cuarto sin ventanas, iluminado solo por unas pocas velas parpadeantes. Era una prisión. Mahidevran retrocedió, sus ojos llenos de terror al comprender su destino. Corrió hacia la puerta y comenzó a golpearla con todas sus fuerzas.

—¡Abran la puerta! ¡Por favor, sáquenme de aquí! —gritó, su voz resonando en la fría oscuridad. Golpeó la puerta una y otra vez, pero no obtuvo respuesta. Sus gritos desesperados llenaron el cuarto, pero la única respuesta fue el eco de su propia voz.

Finalmente, sus fuerzas la abandonaron y se dejó caer al suelo, sollozando incontrolablemente. La realidad de su situación la golpeó con fuerza, dejándola en un abismo de desesperación. Estaba sola, atrapada en la oscuridad, lejos de su familia, lejos de todo lo que conocía y amaba. Y la única compañía que tenía eran sus propios miedos y lamentos, resonando en la penumbra de la kafe.

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