Epílogo| Sultanato Griego.

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Hurrem tomó el cuerpo inerte de Humasah con una mezcla de triunfo y pesar en su mirada

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Hurrem tomó el cuerpo inerte de Humasah con una mezcla de triunfo y pesar en su mirada. La muerte de su hermana pequeña marcaba el fin de una lucha por el trono, pero también dejaba en ella una cicatriz que, aunque necesaria para asegurar su reinado, era dolorosa. Sin embargo, Hurrem sabía que esta victoria debía sellarse con la fuerza y determinación que el pueblo esperaba de su gobernante.

Con pasos firmes, salió al balcón del palacio, cargando el cuerpo de Humasah en sus brazos. A su alrededor, los murmullos comenzaron a crecer. La noticia de que Hurrem estaba viva, aquella sultana que había sido tan amada y añorada por el pueblo, se extendió como el fuego. Los rostros de los presentes se llenaron de asombro, incredulidad, y poco a poco, los murmullos se transformaron en una mezcla de júbilo y sorpresa.

—¡Hurrem Sultan! —se escuchó entre la multitud, seguido de más voces que repetían su nombre.

Los susurros se convirtieron en gritos, y cuando Hurrem llegó al borde del balcón, los ojos de todos se clavaron en ella. La imagen de la poderosa sultana, de pie con su oponente derrotada a sus pies, representaba la culminación de una larga batalla por la supremacía. El pueblo esperaba ansioso sus palabras.

Hurrem alzó la mano para silenciar los vítores, y con una voz fuerte, clara y llena de convicción, comenzó su discurso.

—¡Hijos e hijas del Imperio Otomano! —comenzó, mirando a la multitud que ahora guardaba un respetuoso silencio—. Hoy se marca el fin de una era de luchas internas, traiciones y divisiones. Estoy viva, y he vuelto para restaurar la paz y la prosperidad que nos fue arrebatada.

Algunos suspiros de alivio recorrieron la multitud. Hurrem, con su imponente figura y la historia de amor y lealtad que el pueblo había sentido por ella, volvía a reinar sobre sus corazones.

—Humasah, mi hermana, se ha ido, y con ella, las tensiones que han dividido nuestro imperio. Hoy les prometo que, bajo mi reinado, las sombras de la discordia serán disipadas, y juntos forjaremos un futuro brillante. Mi primer decreto como su Sultana es uno de reconciliación. Que todos los niños que fueron separados de los brazos de sus madres, vuelvan con ellas. Que aquellos hombres que fueron llevados lejos para servir en el ejército, regresen a sus familias.

Un murmullo de aprobación recorrió a la multitud. Hurrem había comprendido los sacrificios que las familias habían soportado y ahora prometía alivio y unión.

—Y no solo eso, —continuó Hurrem, elevando la mano con autoridad—, a cada habitante del imperio se le otorgarán tres canastas llenas de comida. Nadie en mi reinado volverá a pasar hambre, nadie será olvidado. Que la paz reine en nuestros hogares, así como reinará en nuestras tierras.

El pueblo, emocionado por la generosidad y firmeza de su líder, estalló en vítores. La multitud, desde el palacio hasta las calles, se llenó de voces que gritaban a coro:

—¡Larga vida a la Sultana Hurrem! ¡Larga vida a nuestra Sultana!

Los aplausos y gritos se mezclaban en una sinfonía de celebración. Hurrem, de pie en el balcón, observaba al pueblo que una vez más la abrazaba como su legítima gobernante. En ese momento, sintió el peso de su victoria y la responsabilidad de mantener su promesa. Pero más allá de todo, sabía que este era el comienzo de una nueva era, una era en la que ella, la Sultana Hurrem, sería recordada no solo como la mujer que recuperó el trono, sino como la que guió a su imperio hacia la paz y la prosperidad.

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⏰ Última actualización: Sep 08 ⏰

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