CAPÍTULO I

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Castillo de Daeryong hogar de los Kim.

Año 1306. Isla de Gyodong-do.

Jimin no había dormido, el sonido del mar, que en su hogar en Yangsan era tan apacible, allí le resultaba atronador. La tormenta había estallado al caer la noche, en cuanto atravesaron los muros del castillo Kim y parecía que no dejaría nunca de llover. Las islas no defraudaron su idea acerca de que eran parajes inhóspitos, de que allí los hombres eran todos bárbaros enormes de modales rudos y rostros severos prestos siempre a la lucha y la confrontación. El paisaje no era menos adusto que sus habitantes, playas azotadas por los vientos del norte, donde apenas había árboles, escarpados riscos que terminaban en abruptos acantilados contra cuyas rocas las olas se estrellaban, caminos llenos de piedras que los caballos a duras penas sorteaban. Los barcos en la costa parecían ligeros y oscuros, mecidos por las corrientes y rápidos como el viento que golpeaba sus velas. El castillo de los Kim era frío, lleno de corrientes de aire, de piedra gris aguijoneada por la brisa continua del mar, con estrechos corredores que los sonidos del exterior no lograban atravesar; las habitaciones estaban desprovistas de grandes lujos y adornos. La sobriedad de cada rincón contrastaba con las voces elevadas y las carcajadas provenientes de cada sala. Las hijas de Sung Jong, el señor de las islas, por el contrario al horrible tiempo, le dieron una cálida bienvenida y se ocuparon de que tuviera una estancia para el solo a pesar de que pertenecía a un clan enemigo. Su altura, para ser muchachas de su edad, imponía respeto, así como su constitución fuerte y su acento hosco. Eran muchachas alegres y escandalosas que lo hicieron reír sin remedio con su curiosidad natural.

En medio de aquella aparente tranquilidad que reinaba a su alrededor, Jimin desconfiaba de aquella invitación, si es que podía llamarse así. Su padre, Park Seung, el gran jefe de los Park, no se había negado a acudir a la llamada de su enemigo Kim. La noche anterior habían llegado, en mitad de un fuerte temporal, de lo que parecía un gran banquete al que no se habían unido, sino que se fueron a descansar y a secar sus ropas empapadas. Jimin solo pudo dormir cuando las muchachas del clan lo interrogaron acerca de su traje y sus extrañas ropas. Tardaron en dejar a Jimin solo en sus habitaciones. El sonido de las olas chocando con fuerza contra los muros del castillo.

Jimin había intentado no perder su propia confianza durante la noche, ahora caminaba tras los pasos de su padre. Al entrar en el austero salón, su orgullo contagió su ánimo, él era el jefe de los Park. Habían viajado durante más de una semana sin apenas detenerse, excepto para dormir unas horas, no en vano atravesaban territorios enemigos y por esa razón su hermano mayor, Bo Gum, había tenido que quedarse al frente de uno de sus castillos, el de Yangsan. Su padre no pondría jamás en peligro a su heredero, ni la posesión más preciosa del clan. Jimin se vistió con sus mejores galas, un traje azul oscuro, aún un poco arrugado por el largo viaje, y descendió la escalera del brazo de su padre. No entendía por qué no le habían permitido traer a ninguna doncella de confianza. Mina estaba con él desde niño y era miembro del clan, desde luego ella jamás hubiera dicho nada del propósito de su viaje.

Jimin entró en el salón del brazo de su padre, a su paso, y ante la sorpresa de los clanes rivales al ver a los Park allí, se iban sucediendo los rumores y exclamaciones por la presencia del señor de Yusan-dong en aquella isla remota.

—Padre, esto no me gusta —susurró Jimin de puntillas, para que solo él lo oyera, y con cierto temor al ver los colores del tartán de sus enemigos y sus expresiones ceñudas. El salón, antes lleno de conversaciones en alto y fuertes risas, se quedó en silencio ante la presencia de ambos y las miradas recayeron sin piedad en Jimin. Se sintió como si alguien hubiera vertido leche agria sobre su cabeza y fuera el centro de todos los susurros maliciosos. Levantó la barbilla, preso del orgullo que su padre le contagiaba desde que era niño para contrarrestar esa timidez tan propia de él.

Mi clan o mi corazónWhere stories live. Discover now