CAPÍTULO XI

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En cuanto supo que Jungkook no podía verlo, Jimin echó a correr escaleras arriba. No quería que nadie viera cómo lloraba de nuevo una pérdida, su padre, su querido padre, había muerto. Sabía que debía contárselo a Jisoo y a Suzy, pero las fuerzas lo abandonaban, no llegó siquiera a sus aposentos, sino que se dobló de dolor en mitad del corredor. Se dio cuenta de que el gigantón lo vería en ese estado, pero al darse la vuelta lo vio bajar las escaleras. Serían los únicos momentos que se le permitiría volver a estar solo, los de duelo. Solo al caer la noche se permitió salir de sus aposentos, sabía que a esas horas ya nadie se encontraría despierto en el castillo. Llevaba en la mano la joya que Bo Gum le había enviado, el broche del pretendiente Min Yoon Gi, ganado en la batalla. Descendió las escaleras sin hacer el menor ruido y fue hasta el que había sido el estudio de su padre, se deslizó entre las sombras, conocía el castillo a la perfección y el resplandor de la luna iluminaba lo suficiente para guiarse y no chocar contra los muebles. Escondió el broche en un hueco de la piedra casi oculto en una de las esquinas y se dispuso a salir.

Un sonido alertó a Jimin, se escondió entre las sombras del salón esperando a que el peligro cesara cuando alguien pasó muy cerca de él. Era un hombre que caminaba guiado por la escasa luz de la luna que entraba por los ventanales. Jimin sabía que debía aprovechar que estaba de espaldas a él para huir, pero algo conocido en aquella figura entre las sombras hizo que permaneciera oculto. No se había equivocado, al traspasar un claro pudo ver su rostro, era Jungkook. ¿Pero qué hacía deambulando solo por el castillo? Lo vio detenerse frente a la chimenea apagada a estas horas y elevar la mirada al estandarte de los Park para después apoyarse en la repisa con un gesto pensativo. Nunca imaginó ver a Jungkook en una situación parecida a la suya al ser el conquistador y se preguntó qué sería aquello que no le dejaba dormir. Jimin dio un paso en silencio, conmovido por la soledad de Jungkook, tan parecida a la suya. Dudó y se detuvo, asombrado por la fragilidad de su odio hacia el Jeon. Si ahora caminaba hasta él tendría que explicar que hacía vagando por el castillo a esas horas y entonces él lo miraría y probablemente lo vería sonreír de nuevo, esa media sonrisa juguetona, y estaría perdido. Jimin se dio la vuelta en silencio, caminando de puntillas hasta el refugio de las escaleras y se tapó la boca con las manos al comprender lo que le ocurría en presencia de Jungkook, le tenía miedo, no a su fuerza física, sino a lo que sentía a su lado.

—Jimin, no me hagas despertar a Han Jo para que te persiga de madrugada por el castillo.

Jimin dio un respingo al oír la voz de Jungkook desde el otro extremo del salón. Se giró para enfrentarlo con la mirada y se sintió aliviado, desde allí ni él podía ver su rostro ni Jungkook el suyo.

—No podía dormir, pero al parecer no soy el único. Solo intentaba llamar al sueño con un paseo.

Jungkook fue acercándose despacio, dando tiempo a Jimin por si quería huir corriendo. Pero él no era un cobarde, solo levantó la barbilla y espero a que él llegara a su lado.

—Siento de verdad lo de tu padre, ¿estás bien?

Aquellas pocas palabras hicieron a Jimin mirar a los ojos a Jungkook, se había acercado tanto que ante el reflejo de la luna su rostro parecía una aparición.

—No, Jungkook, pero pasará, las pérdidas se hacen más pesadas cuando pasa más tiempo, aún no puedo creer que jamás volverá. Estos salones aún conservan su voz y sus risas. Tal vez algún día pueda recordar a mi padre sin que la pena me envuelva, solo las cosas que me hacían reír de él.

Jungkook quiso abrazarlo, que por unos momentos Jimin se sintiera cobijado, necesitaba calmar el dolor que veía reflejado en su rostro. Nunca había sentido la intensa necesidad de aliviar el sufrimiento de nadie y ahora, frente a aquel chico que parecía por fuera tan fuerte, sus brazos sentían que querían abrazar a Jimin. El suspiró, como si no supiera qué hacer en ese momento.

—No debes preocuparte por tu gente, ni por tus hermanas, sois mis prisioneros, pero no es mi intención haceros daño.

—Nunca lo pensé, Jungkook, quizá solo al principio —afirmó Jimin. Sin querer su vista se fue hacia la daga que pendía del cinturón de Jungkook. El sí, una y mil veces había imaginado hacerse con ese cuchillo.

—Hace años, en el lecho de Jeon Yesung, el padre de Hoseok nos hizo jurar a ambos odiar a los Park, perseguirlos hasta la muerte, hostigar sus tierras y matarlos.

Jimin retrocedió ante las palabras de Jungkook, había oído hablar innumerables veces de Jeon Yesung. Era horrible que alguien, antes de morir, exigiera a los que entonces nos serían más que dos niños una venganza tan brutal.

—No deberíamos cargar con los pecados de nuestro padres —susurró Jimin nervioso.

Jungkook apartó su mirada de él y se separó varios pasos.

—Eso es lo que siempre he pensado, Jimin, por ello acepté casarme contigo para acabar con toda esta rivalidad entre ambos clanes, fue el momento en que tu padre se echó atrás.

—¿Qué quieres, Jungkook? ¿Qué seamos amigos? Tal vez en otras circunstancias podría dejar de odiarte, pero así no, has conquistado mi hogar, sometido a mi gente de una forma u otra. Al final has cumplido los designios de los Jeon.

—Tal vez tengas razón, Jimin, soy el conquistador y como tal actuaré.

Jungkook se dio la vuelta con los puños cerrados, la tensión marcando los músculos del cuello y aquello que realmente quería decir escondido en la penumbra del salón. Miró hacia el frente, sobre la chimenea el estandarte de los Park lo provocaba tanto como las palabras de Jimin. Sin pensar en las consecuencias lo cogió del extremo y tiró con fuerza, arrancado de su lugar la tela no era más que eso, un trozo de lana. Lo arrojó contra el suelo mientras Jimin lo miraba horrorizado.

—¿Piensas que al arrancar mis colores me doblegarás a mí? ¿A mi gente? Jungkook, antes me verás muerto que suplicando.

Jungkook vio cómo Jimin se agachaba y recogía el estandarte. Con el reflejo de la luna vio pequeñas lágrimas en sus ojos. Decidió no seguir al señor de Yangsan, estaba avergonzado por haber perdido la razón, lo que provocaba Jimin en él ni lo entendía ni su corazón podía negárselo. Se arrepintió al instante de no saber manejar su carácter, de mantenerse orgulloso e intentar doblegar a Jimin. No era como otras personas, en realidad, como nadie que hubiera conocido antes, era fuerte en su carácter y a la vez creía ver escrito en sus ojos la soledad.

La figura oscura que había oído las palabras de ambos se deslizó por la entrada a las cocinas, estaba en su mano echar a los Jeon del castillo, agarrado con cuidado llevaba el pequeño tónico que había preparado horas antes. Conocía el castillo tan bien que no tropezó con los sacos de harina en la entrada a las cocinas. Se acercó a los barriles de cerveza y movió la tapa con cuidado de no hacer ruido, derramó el contenido de la pequeña jarra en uno de ellos y abrió el siguiente sin la seguridad de si era suficiente. Se aseguró que fueran los más cercanos a la puerta, los que la cocinera reservaba a los soldados, los Jeon serían los primeros en probar su mezcla. Con la seguridad de la oscuridad salió al exterior por la pequeña puerta de madera que daba al patio y vertió el veneno restante en el pozo de las caballerizas para asegurarse de que los hombres del clan que entrenaban en el patio también lo bebieran. A la luz de la luna sonrió al completar su misión, se había arriesgado demasiado, pero pronto tendrían su recompensa, expulsar a los Jeon de Yangsan.

Nos leemos... Cuídense mucho... Besitos...


Mi clan o mi corazónWhere stories live. Discover now