CAPÍTULO VI

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Jimin esperó a que les confirmaran que Moon Bin y su hermana Somin habían salido del castillo y subió de nuevo a las almenas con paso firme. Frente a él, bajo el sol de mediodía, el pequeño ejército de los Jeon había instalado pequeñas tiendas, en algún lugar sonaba los golpes de un arma al forjarse y algunos gritos ajenos a los sonidos habituales del castillo. De entre todos los guerreros, dos hombres con los colores de los Jeon se adelantaron hasta el estandarte que habían clavado entre su campamento y las murallas del castillo. Desde allí sus arqueros los tenían casi a tiro.

A medida que se iban acercando, Jimin entrecerró los ojos, por fortuna el sol estaba alto y podía ver sus caras. Sin darse cuenta se inclinó sobre el muro apoyado en las almenas, aquel cabello rubio, esa forma de andar... esa sonrisa sarcástica al verlo allí arriba...

Jimin se echó hacia atrás al instante, aquel formidable guerrero era Jeon Jungkook, el hombre que había conocido en casa de los Kim, en Gyodong-do, solo que no lucía igual que aquella vez, su barba estaba descuidada, sus ropas destrozadas, la fortaleza de sus músculos era mayor debido a toda esta guerra, y su mirada... no era tan franca ni tan sencilla de interpretar. Si lo observaba bien podía darse cuenta que ese hombre era muy diferente a aquel que conoció dos años atrás, ahora se veía más brusco y arrogante si era posible, no quedaba nada del gentil caballero que detuvo su impulsivo proceder con delicadeza. Caminó justo hasta donde sus arqueros negaron con la cabeza, en ese punto no podían abatirlo y él lo sabía pues mostró su cuerpo sin amago de esconderse, con la mano sobre la empuñadura de su espada. Había algo temible en la furia de sus movimientos. Detrás de él, el que parecía su segundo adoptó una posición similar a la espera. Jimin lo miró en actitud desafiante, con la barbilla en alto a pesar de que las piernas le temblaban con violencia, Jungkook encontró sus ojos y ambos, él desde abajo y el en las almenas, se retaron como dos viejos enemigos, lejos quedaba aquel instante en Gyodong-do.

—¡Park Jimin!

Sin querer Jimin dio un respingo, maldito traidor, lo había reconocido, seguramente sus hombres los habían vigilado desde hacía días y sabía que era el único al mando en el castillo.

—¿Quién sois? ¿Cómo te atreves a venir hasta la puertas de los Park con soldados armados? ¡Marchaos antes de que nuestras flechas os alcancen!

Se oyó una risa entre los hombres de abajo.

—Sabéis quien soy, señor, y sabéis que estoy aquí para tomar Yangsan. Min Yoon Gi necesita vuestros barcos y emplazamiento. Abrid vuestras puertas y os doy mi palabra de que nadie resultará herido.

¡Claro que lo necesitaba! El castillo estaba a medio camino de las Montañas altas, en todas las rutas marítimas.

—¿La palabra de un Jeon?

—Creo recordar, Jimin, que ya hemos tenido esta conversación —gritó él

—Casi no puedo oíros, no sé a qué os referís.

Suzy se rio cuando Jeon dio un paso más para volver a gritar las mismas palabras en alto. Jimin se llevó la mano al oído como si aún no pudiera oírlo a pesar del silencio sepulcral que se había adueñado de todo, solo las gaviotas que los sobrevolaban eran capaces de emitir algún sonido.

—Dejaos de trucos, señor, ordenad que abran las puertas, sabéis que no podéis resistir un ataque por mucho tiempo, estoy dispuesto a entrar como sea, Jimin. ¿Serias capaz de poner en peligro a todos los de dentro y a vuestros soldados? No seas obstinado.

¿Obstinado? Jimin arqueó la ceja y apoyó sus brazos sobre la fría piedra del muro.

—Nunca os dejaré entrar por voluntad propia, Jeon Jungkook.

Mi clan o mi corazónTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon