First impression

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Sejanus siempre hablaba de su hermana como si de una niña pequeña se tratara, ante sus ojos Penelope era solo eso, una niña.

Y esa era la única forma en la que Coriolanus podía imaginarla, con dos trenzas cayendo sobre sus hombros, brillantes ojos cafés y más pecas de las que podría contar, tal cual como las fotos que había visto enmarcadas en la mansión Plinth. Para él debía ser una pequeña ingenua, ¿Cómo alguien tomaría la decisión de quedarse en un distrito cuando tenía la oportunidad de vivir en el Capitolio?
No creía que fuera la más lista considerando la pobre educación impartida en los distritos, no le sorprendería que no supiera escribir o hablar apropiadamente.

Sejanus solía quejarse todo el tiempo de lo injusto que había sido su padre con ellos, forzándolo a él a mudarse al Capitolio y cambiar su vida por completo y dejando a Penelope a un lado, creyendo que una mujer no sería capaz de manejar su negocio y justificando su decisión al alegar que su hija era feliz quedándose en el Distrito Dos.

Por años Sejanus se rehusó a ser su heredero e hizo todo a su alcance para volver a su vida anterior, sin éxito. Eventualmente se dio por vencido y se resignó a que este sería el resto de su vida y que su padre nunca cambiaría su forma de pensar, así que comenzó a hacer todo lo que este le pidiera sin discutir, eso hacía su vida un poco menos difícil.

Coriolanus jamás entendería que se podía extrañar de un lugar como los distritos, menos cuando ya lo tenían todo en el Capitolio. Pero para eso estaba él, para poner los pies de su mejor amigo sobre la tierra cuando fuera necesario.

"¿Cuándo llega tu hermanita?" Le preguntó a Sejanus mientras se sentaba a su lado en el sofá.

"Ma dijo que fueron a buscarla hace rato, debe ser solo cuestión de minutos." Respondió moviendo la pierna nerviosamente. "No la he visto en tanto tiempo, estoy algo nervioso." Confesó.

"No tienes porqué estarlo, no muerdo."

Coriolanus levantó la mirada encontrándose con la dueña de aquella voz femenina, llevándose una sorpresa. La pequeña Plinth no era exactamente una niña y para nada era parecida a lo que se había anticipado. La vio saltar a los brazos de Sejanus y no pudo evitar detallar su cuerpo, su largo cabello castaño llegaba a su cintura, sus firmes piernas y trasero lucían demasiado bien en esos pantalones ajustados y llevaba puesta una blusa cuyo escote dejaba mucho a la imaginación.

"Estoy tan feliz de verte." Dijo Sejanus, separándose de su abrazo. "No sabes cuánto te extrañé."

"También te extrañé mucho." Respondió ella. Para luego posar su mirada en Coriolanus, cambiando la expresión en su rostro de una sonrisa a confusión. "¿Quién es este?"

¿Este? Repitió Coriolanus en su mente, perplejo. Esa pequeña pregunta cayó como un balde de agua fría en su mente borrando todos los pensamientos anteriores.

"Oh, él es mi mejor amigo, Pennie. Te he hablado sobre él."

"Ah, tu debes ser Cornelius." Respondió ella sin cuidado, dandole la espalda para seguir hablando con su hermano.

"Es Coriolanus, de hecho." Corrigió.

"No hay mucha diferencia, ambos son nombres feos."

Coriolanus apretó la mandíbula conteniendo una mala respuesta. La evidente falta de clase de esta chica ya estaba comenzando a relucir y apenas llevaba unos minutos en el Capitolio.

"¡Penelope!" Sejanus la reprendió. "No seas grosera,
discúlpate."

"Está bien." Respondió volteando los ojos, para luego mirarlo fijamente. "Lamento que tengas un nombre horrible."

Desde aquel primer encuentro Penelope había parecido odiarlo por el simple hecho de ser del Capitolio, así que Coriolanus se sintió en el mismo derecho de odiarla por no ser parte de este. Intentó ignorarla en sus siguientes visitas a la mansión, pero era casi imposible, su molesta presencia siempre conseguía la manera de atormentarlo.

Siempre se paseaba por ahí con ropa lo suficientemente corta como para hacerlo perder la cabeza. La chica no sabía cuándo era conveniente cerrar la boca y Coriolanus sólo deseaba poder ponerla en su lugar, tomarla del cabello y hacerla caer sobre sus rodillas para enterrarle la polla en la garganta, quizás así conseguiría callarla de una vez por todas.

Coriolanus intentaba reprimir esos pensamientos en la parte de atrás de su mente, recordando las miradas de desagrado que ella le daba al topársela por los pasillos y lo irritante que era su voz, pero ella era desagradablemente atractiva y su cabeza siempre terminaba volviendo al mismo lugar.

Unos días más tarde había quedado en verse con Sejanus en su casa nuevamente. Al entrar se la encontró sentada en la mesa, con un montón de papeles esparcidos sobre esta. Estaba despeinada y parecía no haber dormido en días.

"Te ves fatal." Le comentó en burla. Realmente no se veía mal, solo cansada.

"No estoy de humor para ti, Snow." Respondió mirándolo mal.

"¿Qué tenemos aquí?" Coriolanus tomó uno de los papeles en la mesa y comenzó a leerlo.

Era un pobre intento de ensayo para La Academia, Coriolanus reconoció el tema pues lo había visto en clase un año antes. Ella se levantó intentando quitarle el papel de las manos, quedando realmente cerca de él.

"Es verdaderamente malo." Dijo él. "Tendrás que esforzarte más si quieres que te acepten en La Academia."

"No te pedí una opinión." Contestó intentando alcanzar el papel en las manos de él, pero no era lo suficientemente alta. "¿Puedes dejar de ser un maldito imbecil y entregármelo?"

"¿Cómo me llamaste?" Preguntó Coriolanus mirándola a los ojos. Dejó el papel a un lado y la tomó de las manos, pegándola contra la pared, llevando una de sus manos al cuello de ella, apretándolo suavemente. "Repítelo y verás las consecuencias."

A veces creía que esto era lo que ella necesitaba, una pequeña ahorcada, un castigo, a ver si así aprendía a comportarse. Para su sorpresa ella no parecía molesta o disgustada con esto en lo absoluto, por el contrario, lo estaba mirando expectante con una sonrisa en el rostro.

Forbidden | Coriolanus Snow +18Where stories live. Discover now