🥀 Capítulo 11: Los secretos. 🥀

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Tres jóvenes hermosas caminaban con rapidez por los pasillos del castillo. Sus vestidos de disímiles colores, uno rojo, otro violeta y el último amarillo, se arrastraban por el suelo de mármol. Cada una de ellas tenía en las manos un cuenco de agua con miel y se dirigían a la habitación del rey Edward. Ellas eran las tres princesas de Beyorn, hermanas de este.

Tras ser anunciadas por uno de los guardas que custodiaba las puertas de los aposentos, pudieron acceder. Allí hallaron a Edward sentado delante de una mesa, con una escultura de madera recién iniciada entre las manos.

—Hermano, traemos algo que os ayudará con vuestra dolencia —la voz cantarina de Adeline rompió el silencio de la estancia.

Edward dejó sobre la mesa el cuchillo de tallado y la escultura.

—Agradezco vuestra preocupación, hermanas mías. El dolor que me aqueja causa latidos en mi frente, mas pronto se irá.

El rey les sonrió a sus hermanas y acto seguido, las invitó a tomar asiento en las tres sillas vacías alrededor de la mesa. La mayor de las tres dió un paso al frente y, como si se deslizase, dejó el cuenco que trajese a la vez que cumplía el pedido de él.

—Os dejamos la miel con agua aquí, hermano mío. Procurad tomarla una vez estéis solo —tanto Emily como Elizabeth pusieron los cuencos sobre la mesa junto al de Adeline.

Edward les regaló una sonrisa. Pese a hallarse cansado, por no pegar ojo desde que llegara al castillo, le gustaba pasar tiempo con sus hermanas.

—Sois mis ángeles, veláis por mí en cada momento.

—Por supuesto, hermano, siempre os aseguraremos de que todo dolor se aleje de vos —Emily, quien al sentarse quedaba cara a cara con él, sonrió tras decir esto.

—E intentaremos aliviar vuestro corazón —Adeline estiró las manos sobre la mesa y Edward las tomó entre la suyas —Por la tirantez de vuestro semblante, diría que os halláis angustiado. Vuestros ojos brillan, mas no de alegría.

Y así era, Edward no solo estaba preocupado por su amigo Francis, sino por lo que este pudo haber visto en el bosque. ¿Notaría acaso que él era el único humano presente la anterior noche? ¿Sería capaz de llegar a una conclusión que pusiese en evidencia su secreto? Esperaba que no. Al menos se había asegurado, una vez el médico de la corte le informó respecto a la situación de su amigo, que Francis apenas recordaba algo de lo sucedido.

—Hermano, puedo notar que algo os preocupa —la voz de Elizabeth le alejó de sus cavilaciones e hizo que le mirara con fijeza —Podéis decírnoslo si vos lo deseáis, prestaremos nuestros oídos y sellaremos nuestros labios.

—Os agradezco, hermanas mías, mas solo deseo distraerme a vuestro lado.

Adeline se levantó, le mostró a todos los presentes una radiante sonrisa.

—Si es lo que buscáis, lo tendréis hermano mío. Es un hermoso día, pensamos preparar un picnic para deleitarnos con las flores de vuestros jardines.

Edward también se alzó del asiento, la idea de su hermana le parecía maravillosa. Justo cuando pensaba responder a la invitación, los guardias avisaron la llegada de su Mano y supo entonces que tendría que declinarla.

Las tres hermanas compartieron miradas, mas fue Adeline quien respondió.

—No os preocupéis hermano, vuestro deber como rey es lo primero.

—Otro día disfrutaré más de vuestra compañía, hermanas.

—Por supuesto —Elizabeth hizo una reverencia a la vez que sus otras hermanas y salió de la habitación junto a estas.

Fuerza de amorWhere stories live. Discover now