🥀 Capítulo 15: Las reinas. 🥀

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La reina Stephany permitió que el rey le apoyase la cabeza sobre el pecho. Ella se concentró en los latidos del corazón, en la respiración y el aliento aún dulce. Tenía la esperanza de que tales cosas causaran que lograse dormir. Despertar al lado de su rey, era algo por lo que rezó noche tras noche. Sin embargo, la felicidad se le borró del corazón y fue reemplazada por la angustia. Oyó de los labios de Edward un nombre que no era el suyo. Acababan apenas de yacer juntos, la poción logró lo que tanto buscaba.

—Aurora —la reina Stephany se sobresaltó, al escucharlo una vez más.

¿Aquel era el nombre de la mujer que, una vez, le dijo que amaba? ¿Por el que tanto insistió? La joven reina quería morderse los labios, hasta notar el sabor metálico de la sangre en ellos. Cual veneno el odio comenzaba a recorrerle el cuerpo. Ahora tendría a quien maldecir, por la desdicha de no ser amada.

Cuando los primeros rayos de sol accedieron a la habitación, el rey ya no estaba. La reina fingió que ese detalle no la entristecía. El rostro sonriente de Francis, se tornó su consuelo. Ocultos en una de las torres, él le recitaba poemas. Estos iban sobre la belleza, las estrellas, el cielo. Ofrecían calidez a un corazón que siempre se mantenía frío. No obstante, las veces que se entregaron al deseo naciente entre ellos, la reina tomaba cierto preparado de hierbas. Jamás se le ocurriría concebir a un bastardo.

—¿Qué vestido elegiréis, mi reina?

Stephany reparó en la presencia de las sirvientas, dejó atrás los recuerdos sobre Francis. El aspecto de estas le pareció demasiado ordinario, como para que alguna fuese esa tal Aurora. Por ello, adoptó una actitud más relajada.

—Es mi deseo llevar el dorado, junto a los pendientes de igual tono.

Las sirvientas se movilizaron ante el pedido, por lo que la reina no tardó mucho en estar lista. Con paso seguro caminaba por los pasillos, en busca del rey Edward. No tardó mucho en hallarlo, ni en recibir una sonrisa de este.

—Mi reina, vuestros invitados quedarán deslumbrados.

—Agradezco el halago, mi rey.

La reina le ofreció la mano y el rey se la tomó. Con tal gesto más de uno notó lo cómplices que parecían, nadie creería que todo se debía a cierta poción. Salieron fuera para recibir en persona a los reinos aliados. Un carruaje, escoltado por varios caballeros, se detuvo cerca. Al ser abierta la puerta bajó un hombre, quien primero fue al encuentro del rey Edward.

—Me alegra veros en perfecto estado de salud, sobrino —se abrazaron y dieron unas palmadas en la espalda.

—Podría decir lo mismo de vos, rey Egberto.

Con la mirada, este último buscó unos instantes a alguien.

—¿Acaso vuestra madre se halla enferma? Es una pena que no me deleite con su presencia.

—Podréis reuniros con ella tras acomodaros. Aprovechad y descansad un poco, tío.

—Razón tenéis, sobrino —le dedicó una mirada a la reina —Imagino que debéis quedaros a saludar a los otros que vendrán, ¿cierto?

—En efecto, el rey se encargará de escoltaros.

La sonrisa de Egberto le pareció enigmática a Stephany. Los ojos, del mismo tono azul que los de Edward, eran capaces de ver a través de ella. Cuando él le besó la mano, sonrió pese a sentirse de tal forma. Contuvo los deseos de suspirar de alivio, al este centrarse en una plática con el rey. Otros carruajes escoltados se aproximaban. Del primero bajó un joven de mirada astuta, el cual le besó la mano antes de hacer una reverencia.

—Reina de Beyorn, Lady Stephany, es un honor conoceros.

—Príncipe de Essex, lord Siegfried, espero que la estancia en mi reino os sea grata.

Fuerza de amorWhere stories live. Discover now