🥀 Capítulo 18: Encuentro apasionado. 🥀

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Cuando el sol se encontraba en lo más alto, un joven llegó a cierto hogar. Transitó por los callejones del reino, oculto el rostro por una capucha. Venía de lo que él consideraba un terrible ritual pagano, del que temió no salir con vida. Pidió una audiencia con lord Herbert, antes de siquiera poder verlo se desmayó. Los guardias de la puerta se asombraron, uno de ellos trató de despertarlo. Tal conmoción llegó a oídos de Herbert, el cual ordenó que se socorriese al joven. Lo adentraron al castillo de Beyorn, le alojaron en una de las habitaciones.

Aquel joven abrió los ojos, los posó sobre la Mano del rey.

—Lord Herbert, disculpad que no me arrodille ante vos.

—Os halláis débil —la Mano se fijó en los arañazos del rostro y las vendas en los brazos —Con las heridas que tenéis, es un milagro que lograseis llegar hasta aquí.

El joven asintió, fijó la mirada en la esquina de la habitación. Herbert no se molestó en seguirla sino que se cruzó de brazos.

—La sombría mirada que tenéis, sin duda me dice que lograsteis lo que os pedí.

Tras volver a mirarle, el joven suspiró cansado.

—Fingí ser uno más de esos devotos de viejos dioses, pagué el precio por ello. Os contaré todo lo que he visto, lord Herbert.

—Hacedlo pues, no os guardéis ningún detalle.

El joven se sumió en los recuerdos de aquella noche, volvió a mirar al vacío. Tenía la vista nubosa, como si algo le hubiese poseído.

—Aquella noche no fue igual a las otras. Planearon una especie de ritual, cuyo objetivo era el de invocar a la diosa que idolatran.

Lord Herbert ocultó la curiosidad que tenía, prefirió esperar a que el joven acabase el relato. Este le habló de como ataron a una sirvienta a una piedra y le colocaron un paño en los labios.

—Ella no dejaba de llorar, mi lord, incluso gimió por el miedo. Aquel que llevaría a cabo su sacrificio, acercaba la daga al cuerpo desnudo e ignoraba las agitaciones de la joven. Por un momento quise detener tal barbarie. La sonrisa que el hombre ostentaba, al clavar la daga justo en el centro del pecho, me llenó de furia. Comenzó a bajarla por la pálida piel, dejó un hilo de sangre que pronto se tornaría mayor.

—Puedo empatizar con vuestro enojo, lord Alland. Por lo que contáis, los métodos de tal culto son temibles.

—En efecto, mi lord, son unos bárbaros carentes de piedad alguna. Entendí que el diablo se apoderó de las almas de todos los presentes, al verlos clamar por su diosa. Eran ajenos al olor de la sangre, al sufrimiento de la joven —Alland apretó los puños —Alzaban las voces para repetir tal llamado, al mismo tiempo, el hombre apuñaló el abdomen de la pobre sirvienta. El grito de esta quedó ahogado por el paño, mas noté en sus ojos el brillo del dolor. Entonces la luna iluminó la piedra y el silencio reinó.

—¿Qué sucedió después?

—Alguien que no había visto hasta ese instante, se abrió paso entre los que allí estaban. Estos se arrodillaron mientras la llamaban diosa Artemisa.

—Algo sé de los viejos dioses ¿Os referís acaso a quien consideran la diosa de caza?

—Así parece, lord Herbert, aunque no creía en absoluto que a quien contemplaba fuese la misma. Sin embargo, tal presencia me hacía sentir un profundo respeto y la sonrisa que mostró casi provocó que temblase.

—¿Algo en su actuar hizo que os sintieses de tal forma?

—No, quizás su sola presencia tuvo la culpa. Tras acercarse, ella deshizo los amarres de la sirvienta. Los presentes se mantuvieron arrodillados, sin decir palabra alguna. La supuesta diosa nos observó a todos y, en un pestañeo, se desvaneció para reaparecer ante mí.

Fuerza de amorWhere stories live. Discover now