23 | «Las canciones que quiero dedicarte »

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Ni bien Melody abre la puerta de su casa se lanza a mis brazos y me rodea con los suyos en un abrazo. Me toma menos de un segundo reaccionar y devolverle el gesto. No nos hemos visto en cuatro días, pero se siente como si en realidad hubiera pasado una eternidad desde que puso su auto en marcha para abandonar Los Ángeles y regresar a Barstow.

Desde hoy a la mañana, cuando me llamó para pedirme que viniera a su casa al quedar libre, la inquietud está comiéndome los nervios. Hasta llegó a preocuparme porque cuando le pregunté qué pasaba me dijo que debía decírmelo en persona, pero ahora, al ver su sonrisa, toda preocupación ha desaparecido de mi cuerpo.

Me da un beso corto en los labios, toma mi mano y tira de mí hacia dentro de la casa dejando que la puerta se cierre con un golpe detrás de nosotros.

—¿Qué querías mostrarme? —pregunto dejando que me lleve a la sala—. No me digas que te has hecho otro tatuaje —bromeo y ella rueda los ojos.

Todavía estoy asimilando que lleve mi nombre tatuado. Una vez Phebe quiso que compartiéramos un tatuaje con nuestros nombres, en ese momento lo consideré, pero por suerte no nos lo hicimos. Después de que me fuera infiel, juré que jamás iba a tatuarme por ni con ninguna chica, pero ahora mismo no me importaría llenar mi cuerpo con tinta y su nombre.

—Es mejor que eso —canturrea empujándome por los hombros y haciendo que caiga sentado en el sofá—. Espera aquí.

Tamborileo el sofá con mis dedos sacudiendo la cabeza al ritmo de la repentina melodía que aparece en mi cabeza en un intento de no dejar ir el ritmo y poder enseñárselo a los chicos más tarde.

Espero y espero durante largos minutos, lucho conmigo mismo por reprimir el impulso de ponerme de pie y subir por las escaleras en busca de ella. Sin embargo, no parece ser suficiente mi lucha interna, porque termino soltando un suspiro mientras me encamino fuera de la sala. Al llegar al pie de las escaleras sonrío viéndola salir de la habitación del balcón cargando una pequeña caja.

—Tardaste una vida —suelto mirándola a los ojos—. ¿Quieres ayuda con eso?

Doy un paso hacia adelante, pero ella chista y niega moviendo su dedo de un lado al otro.

—Espérame en el sofá, Harry —bufa.

Camino negando con la cabeza de regreso al sofá. Me siento y desde ahí la veo dejar la caja encima de la mesa sonriendo ampliamente.

—Mamá me dijo que te dió una caja con cosas nuestras —asiento—. ¿Puedes traerla luego? Quiero ver qué más hay ahí.

Vuelvo a asentir, mis ojos se fijan en ella mientras se da la vuelta y toma asiento a mi lado.

—Giulia me ayudó a encontrar piezas de mis recuerdos que parecían estar perdidas.

—¿Qué? —frunzo el ceño sin entender mínimamente de qué piezas habla.

—Me contó nuestra historia de principio a fin y, ¿recuerdas la playlist que escuchamos cuando volvíamos de Los Ángeles? —asiento—. La escuché anoche antes de irme a dormir y, como si nunca hubiera olvidado nada, imágenes empezaron a aparecer en mi cabeza.

Suspira viendo al techo y luego regresa sus ojos a mí.

—«Las canciones que quiero dedicarte» —recita lentamente—. Son canciones que me gustaría haber escrito, porque son perfectas para los dos y para todo lo que hemos vivido. En algún punto hasta llegué a pensar que en realidad fueron escritas para nosotros, como si todo esto ya estuviera destinado a pasar y ambos solo nos dejamos llevar por el destino.

Mi ceño se frunce aún más y ella rueda los ojos.

—A lo que voy es que quiero que sepas por qué puse cada canción en esa playlist... Se lo debo a Dakota y ambas te lo debemos a ti.

Las canciones que quiero dedicarte [✓]Where stories live. Discover now