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Esa mañana Todoroki Shoto salió de la enfermería con más esperanza que nunca (dentro de lo que podía recordar)

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Esa mañana Todoroki Shoto salió de la enfermería con más esperanza que nunca (dentro de lo que podía recordar). La heroína profesional, Recovery Girl, le había dicho que su tratamiento estaba muy bien encaminado, que su actividad cerebral funcionaba perfectamente ante los estímulos y que avanzaba bien en la terapia psicoanalítica. Shoto le había consultado por su sueño recurrente: estar en la oscuridad y ver luces a lo lejos; ella le recomendó anotar en una libreta todas las sensaciones que tuviera en sus sueños y durante el día. Así, su mente se ocuparía del presente y, mientras, intentaría llenar los huecos de su historia. Pero no podía perder el enfoque, si bien era importante recordar, primero tenía que acostumbrarse a la vida que llevaba.

Ser aspirante a héroe era extremadamente agotador, pudo notar de inmediato. Pero su cuerpo se movía con ligereza, acostumbrado a los entrenamientos, a levantarse temprano en las mañanas y dormir poco, también, entendió que era un hábito pasar horas estudiando en la misma posición.

En los últimos días había aprendido muchísimas cosas sobre sí mismo. Le gustaba comer cosas dulces y la soba fría era su platillo favorito; le gustaban los gatos y disfrutaba la música; le agradaba el estilo tradicional japonés, su habitación estaba remodelada así, le resultaba cómodo dormir en un futón y usar yukatas; le gustaba estar con sus compañeros, aunque a veces no los entendiera.

Shoto ansiaba sentir cercanía o familiaridad cuando estaba con ellos. Como le habían dicho los médicos, ninguno de sus compañeros le dijo qué tipo de relación tenían antes del accidente. Así que no sabía cuál era su verdadero grupo de amigos. Tenía sus sospechas, pero agradeció enormemente que no le dieran la presión ni la obligación de sentir amistad o pertenencia hacia alguno de los grupos.

Realmente era un borrón y cuenta nueva, un empezar desde cero, tabula rasa. Y Todoroki quería aprovecharlo al máximo, descubrir poco a poco todo lo que le gustaba y lo que detestaba, lo que quería y lo que rechazaba. Era como un lienzo en blanco listo para llenarse de color. Eso era lo único a lo que podía aferrarse. Si miraba hacia atrás lo acechaba un abismo que amenazaba con engullirlo. Era mejor mirar hacia adelante, se dijo.

Y frente a él, ese chico de ojos rojos caminaba desprolijo con las manos en los bolsillos. ¿Por qué se comportaba así? Le daba curiosidad. Era tosco al hablar, no solo con él, con todos en general. Era ruidoso y se enfadaba fácil. Sabía que sus gruñidos eran un idioma aparte, Kirishima y algunos más habían intentado explicárselo, pero todavía no lograba comprenderlo. Y quería, de verdad intentaba.

Dos noches atrás, Bakugou Katsuki le había aventado el control de mando de una consola por algún motivo que le era ajeno. Kirishima le dijo que tal vez se sintió enojado porque no le gusta perder y avergonzado porque no sabe bailar. Pero no podía validar esa justificación. Quería escuchar la explicación verdadera de parte del responsable. Y, además, le irritaba que el rubio siguiera ignorándolo todo el tiempo.

—Ah... ¿Todoroki-kun? ¿Estás bien? Pareces enojado.

Shoto se giró para ver a Midoriya Izuku, con el nudo de la corbata mal hecho y sus pecas resaltando en su piel, le devolvía una mirada preocupada.

Tabula rasaWhere stories live. Discover now