Era sábado, pero el deber de los héroes no tenía descanso. Bakugou estaba orgulloso de cumplir y de tener el debido reconocimiento, por eso nunca escucharían una queja de su parte al respecto. Sin embargo, ese día, el patrullaje lo había dejado tan agotado que a duras penas tenía energías para regresar a los dormitorios de UA. Pasaba el mediodía y aún no había comido, el estómago le gruñía y sabía que esperar a llegar para cocinar algo decente le haría sufrir. Esa idea fue la que lo motivó a pasar por ese puesto de comida callejera que quedaba de camino y comprar un plato de yakisoba con pollo para llevar. Pidió que le añadan mucho picante y jengibre con chile. Era fin de semana, así que podría comer en su habitación sin estar pendiente de la hora y sin que nadie lo moleste.

Cuando ingresó al ala común, sus amigos, desde los sillones, le gritaron que se les uniera en su torneo de comer la mayor cantidad de snacks posibles. No dio explicaciones, pero se negó y fue derecho al cuarto piso, por el elevador.

Encontrarse con Todoroki, que subía por la escalera, no estaba en los planes; tampoco que terminaran comiendo juntos en su habitación. "Ah, Bakugou, ¿aún no almorzaste? Tampoco yo". Eso fue todo y él ya estaba dándole permisos inauditos. De verdad se odiaba, ¿por qué simplemente no podía resistir? Lo había hecho excelente el año anterior. Pero no. Bakugou se dio cuenta de que una vez que aceptas que te enamoraste no hay retorno, no hay forma de quedar en pie, solo caes.

Ya tenía superado el tema, se lo repetía como un mantra cada vez que lo veía. Sí, le atraía. Fin. No iba a hacer nada con eso. Por supuesto que no. Y ahí estaban. Los dos, solos, almorzando juntos, sentados en su cama. En su mente, ya se había asesinado a sí mismo diez veces.

No recordaba cuándo se había vuelto algo normal, estar cerca, uno al lado del otro. ¿Fue durante esos tres meses del curso especial para obtener sus licencias? ¿Fue durante las pasantías en la agencia de Endeavor? En algún momento llegó a pensar que todo era consecuencia de la condena que ese villano de cuarta les había hecho pasar al pegarlos (literalmente) con su Don después del festival deportivo. Sí. Tal vez nunca pudieron terminar de despegarse.

Todoroki le preguntó por sus trabajos en la agencia y le comentó lo que le mandaban hacer a él. Era una conversación ligera, amena, le quitaba los nervios. Llenaban la habitación de sarcasmo y una que otra burla. Bakugou estaba tan cómodo que ni siquiera pudo notar lo mucho que se estaba acercando, poco a poco, hasta que sus brazos se tocaron. Todoroki sonrió y murmuró una disculpa, aunque no había sido el culpable, pero no se apartó. Al contrario, estiró el brazo izquierdo para señalar la comida de Bakugou.

—¿Qué es eso?

No retiró el brazo, por más de que se cruzaba entre Bakugou y el plato. Katsuki se tensó de pies a cabeza.

—Yakisoba.

—¿Puedo probar?

Respiró profundo y se atrevió a mirarlo. Para qué. Por qué. Tragó grueso, sus manos comenzaron a sudar. Nunca en su vida había estado tan cerca de alguien (o tal vez sí, pero porque los amenazaba de muerte. Se corrigió, nunca antes había estado tan cerca de alguien sin querer asesinarlo). Demonios, debería estar explotándole la cara y no observándolo como un crío atontado.

Todoroki tenía las cejas suavemente enarcadas, enfatizando el pedido. Bakugou podía ver esa cicatriz rojiza inmutable desde un ángulo nuevo, se preguntó un instante cómo se sentiría si la tocaba. Los ojos, celeste y gris, le recordaron que las imágenes que se venían a su mente no eran correctas.

—Eres un blandito, no te gustará.

Shoto transformó su mirada apacible en una filosa, retadora, provocativa. Katsuki no tardó en seguirlo, su actitud altiva y competitiva regresó como si nunca se hubiese ido. Le mostró su sonrisa más altanera y socarrona. Estaba listo para burlarse cuando quisiera escupirlo todo.

Tabula rasaWhere stories live. Discover now