XVII

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Llamaron a la puerta

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Llamaron a la puerta.

Bakugou se insultó a sí mismo veinte veces antes de que la joven abriera la puerta.

No había podido resistirse tras una semana (bueno, cinco días) de ruegos incansables, hora tras hora. Luego del concierto, Shoto había ganado con él una confianza que no podía disimular. A Katsuki le llenaba de emociones la simple idea. Pero ver esa expresión, escuchar ese tono de voz, tener esos ojos sobre él todo el tiempo. ¿¡Qué no se daba cuenta de que lo estaba tentando!? Probablemente sí, y por eso siguió haciéndolo. Porque, en el fondo, sabía que al final ganaría. Y ganó. Todoroki Shoto se salió con la suya. Otra vez. Maldito bastardo manipulador.

Fuyumi, delante de ellos, lucía un esplendor tímido. Shoto, a su lado, estaba congelado.

—Bien, regresaré en un par de horas para que volvamos a la academia.

Bakugou rompió el silencio y se dio vuelta para comenzar a caminar, pero Todoroki lo tironeó del brazo al instante con ojos suplicantes. Podía leer el claro mensaje: "no me dejes" que le destruyó toda defensa.

Fuyumi interrumpió con un carraspeo suave.

—Bakugou, puedes quedarte también.

Ese tipo de cosas a Katsuki lo ponían nervioso, bien de malas. No estaba en los planes. Y, aun así, le seguía la corriente. Porque era él. ¿¡Por qué no podía simplemente ignorarlo!?

Entraron, Bakugou arrastrando los pies hasta el mueble donde se cambiaría los zapatos. Las tradiciones nunca le salían de forma natural, pero en el último tiempo sentía que eso había cambiado: que Shoto lo había cambiado.

Natsuo esperaba adentro, tan nervioso (o más) que Fuyumi, con las manos hechas puños. Katsuki se sintió con la habilidad de leerle la mente. Estaba seguro de que el joven intentaba con todas sus fuerzas no echarse sobre su hermano menor a lloriquear como un bebé. Ya lo había visto en ese estado.

Los dos mayores se presentaron correctamente, los invitaron a la sala. Tenían preparado sobre la mesa una variedad de platillos tradicionales y una bandeja con variedades de té. Shoto tenía los ojos brillantes y aflojaba los músculos, se mostraba cómodo ante el aspecto tradicional japonés (idéntico a su habitación de UA). Quizá hasta le hacía sentir que obtenía respuestas.

Se sentaron en almohadones alrededor de la mesa baja y Fuyumi les ofreció té y dulces. Katsuki aceptó una porción de una tarta de frutas, Shoto eligió un daifuku mochi. A Fuyumi se le empañan los ojos cuando Shoto descubrió que estaba delicioso.

—Esos siempre te gustaron —se le escapó decir.

Después se tapó la boca, pero Shoto sonrió. Así, como lo hacía ahora que no tenía malos recuerdos, dejando asombrados a sus hermanos.

—Qué bueno, mis gustos no han hecho más que cambiar en este tiempo. Todos lo dicen.

Bakugou bufó. —No es verdad.

Tabula rasaWhere stories live. Discover now