14. Salvador de Bahía, de regreso

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Carminha entraba al pequeño cuarto de la mano de Georges. Las paredes eran blancas, pero estaban llenas de cuadros, figuras y efigies que Georges no lograba entender del todo. Algunos eran figuras de santos católicos, otros parecían serlo, pero con rasgos africanos. Flores, conchas, licor, cigarros, estaban dispuestos como ofrendas por cada esquina de la habitación.

La anciana, quizá nonagenaria, vestida con un vestido largo, blanco, de algodón, inmaculado, con un tocado también blanco que cubría su cabeza como turbante, sobre su pecho multitud de collares de colores y en sus muñecas brazaletes de concha, madera, semillas, cuentas, de todos los colores imaginables. Estaba sentada en una mecedora a la par de una mesita con flores y forrada de estampitas de... ¿santos?, a su lado, un sofá. Ella era la abuela. La que no volvió a hablar nunca el idioma de su amo, el hombre que la había violado continuamente, abriendo un abismo de dolor entre ella y su amado esposo, y que en medio de tanta violencia, había engendrado en ella dos hijas.

Carminha le había contado todo esto a George. La abuela no hablaría con él directamente, pero para ella era importantísimo que lo conociera, que lo aprobara, que le diera su bendición. La abuela tenía otras formas de conocer el alma de las personas. George no entendería lo que ellas hablarían en Yoruba, pero estaba seguro de entender la esencia, lo sentimientos y las emociones que allí se dieran.

- Abuelita, aquí estoy - Dijo Carminha en el único idioma en que era posible comunicarse con aquella venerable mujer. Tomó su pequeña mano, tan ajada que parecía de papel y la besó con respeto. - Abuelita, vengo con mi hombre. Quiero que lo conozcas y que nos des tu bendición.

La abuela la miró desde lo profundo de aquellos ojos que ya casi no miraban lo evidente por la sombra de la edad, pero aún así pudo ver con el corazón el rostro de su amada nieta y de aquel hombre que le presentaba.

- Mi niña, estás preñada - Le dijo sin soltar su mano

- Si abuelita - Dijo ella con una sonrisa.

- ¿Ha sido bueno contigo?

- Si, abuelita, desde el primer día.

- !Estás feliz! Eso es bueno. ¿Él lo sabe?

- No, aún no se lo he dicho, es demasiado pronto.

- Entonces, ¿Está contigo porque te quiere bien?

- Si abuelita, es un buen hombre

- Es un hombre blanco, hija. Esos no son buenos.

- Él sí lo es abuela. Por eso ganó mi corazón.

La anciana dirigió hacia Georges sus ojos opacos y le tendió su mano. Carminha puso la mano del hombre sobre la de la anciana.

- mmm.... veo a Obatalá en él.

- Así es. Es justo, leal, protector

La anciana tocó la mejía de Georges con dos palmaditas cariñosas y en medio de la sorpresa de Carminha, le dijo en Inglés:

- Take care of my child. She is the most valuable pearl of my treasure.

- Lo haré con mi corazón, el resto de mi vida

La anciana sonrió y colocó la mano de Georges sobre la de Carminha, quien no podía retener entre sus ojos los mares de lágrimas que querían salir por ellos.

- Que la madre Yemaya los bendiga siempre, les de muchos hijos y les permita amarse por mucho tiempo.

- Gracias Abuelita - rompió en llanto Carminha abrazándola delicadamente, mientras Georges depositaba un beso en aquella mano venerable.

Un Amor del MAR para el Caballero BlancoWhere stories live. Discover now