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El melodioso timbre de la enorme mansión de Axel resuena por fin en el salón y yo casi corro a la puerta, sintiendo cierto apremio después del cansancio acumulado

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El melodioso timbre de la enorme mansión de Axel resuena por fin en el salón y yo casi corro a la puerta, sintiendo cierto apremio después del cansancio acumulado. He pasado todo el día en el rodaje de la nueva película de Axel y, como cada vez que me toca hacer su papel, siempre siento que mi horrible interpretación provocará el despido fulminante del pobre y trabajador Axel, que no tiene la culpa de lo mal que lo hago. Sin embargo, las clases que me da cada semana y los ensayos que compartimos deben de estar dando sus frutos, porque tanto el director como Eva, mi coprotagonista, no paran de alabar los matices que le doy a mi interpretación. No sé si lo dicen para regalarme los oídos o por compromiso, pero me contento con que Axel conserve la fama y respeto que se merece en la industria.

Además, estoy segura de que hoy he estado más distraída de lo normal teniendo en cuenta todo lo que me contó Axel ayer. Entre lo que ocurrió con Leo y Courtney, sus planes para organizarme mi fiesta de cumpleaños soñada y todo ese lío en general, mi cabeza no estaba donde tenía que estar y lo único en lo que podía pensar era en si ese grupito estaría poniendo a Axel en un compromiso de nuevo.

Sin embargo, Axel me ha escrito diciéndome que todo fue bien, especialmente ahora que se ha corrido la voz de mi fiesta, así que dentro de lo malo, parece que la cosa está bajo control.

—Buenas tardes, inquilina del cuerpo de mi mejor amigo. ¿Qué tal te tratan la fama y los focos? —saluda Tyler con una amplia sonrisa en cuanto abro la puerta.

—¿Cómo sabes que no soy Axel gastándote una broma para jugar con tu cabeza?

Tyler me mira de arriba abajo antes de soltar una pequeña risa burlona, cerrando la puerta a su espalda.

—No te ofendas, pero Axel jamás mancharía un chándal de cinco mil pavos con polvito de Cheetos porque él no come esas cosas y casi no viste de chándal. Lo considera una ordinariez.

—¡¿Esto cuesta cinco mil dólares?! ¡Si he cogido el que parecía más normal, ¿cómo puede ser tan caro?! —exclamo, sintiendo puro pánico al ver el polvito naranja sobre mi pecho. Una nueva preocupación florece al darme cuenta de esto y suelto un quejido—. Por favor, dime que esto se puede lavar y no es de una tela carísima que solo puede encontrarse en el rincón suroeste de Madagascar. ¡Como Axel se entere de que he comido Cheetos me va a matar!

¡Devuélveme mi cuerpo!Where stories live. Discover now