13

1K 86 29
                                    

☾ Capítulo 13☽

"Fortalezas"

Regresar a casa fue lo que tanto deseé estos días. Sentir el cálido abrazo de mis padres, charlar con ellos y compartir momentos agradables. Estaba agotada físicamente, pero iba a dar todo mi esfuerzo para poner mi atención en ellos en lo que me quedaba del domingo. Mimar a las personas que me brindaron todo desde el momento en que me hallaron vulnerable era mi principal objetivo.

Arrastrando mis pies en las hierbas ingresé al barrio de caravanas buscando el de mis padres. Muchas personas continuaban despiertas sentadas afuera limpiando botellas de vidrios que recolectaban muchas veces en las basuras, otros hacían tejidos y algunos se metían sustancias extrañas a su cuerpo. Ese lugar era un mundo muy ajeno al que acostumbraba a vivir durante la semana en la mansión de la familia Dianetti o en donde vivía antes con mis padres, y eso me llevaba a mantener distancia de personas que me transmitía mala espinas, pero no dejaba de ser amable con las que me sonreían.

Al llegar a casa, busqué en mi mochila la llave de la caravana y abrí su puerta. Cuando estuve a punto de poner un pie dentro de mi hogar, escuché pasos lentos detrás de mí. Giré rápidamente en alerta, y fue una desagradable sorpresa encontrar a la peor escoria humana en frente de mí. Mi rostro se oscureció al instante y un sabor agrio se estancó en mi garganta.

—Señor Mendoza —musité.

—Vine a buscar el dinero.

—¿Habló con mi padre antes de venir? —pregunté. Siempre tenía la maldita costumbre de querer arrastrar de nuevo a mi papá en uno de sus sucios juegos para salir beneficiado una vez más. Esta vez iba a ser muy diferente.

—No. Repito: vine a buscar el dinero.

Quería saltar por su cuello y morderlo hasta desangrarlo, pero era una mujer muy pequeña que lamentablemente apenas si podía romper en dos una rama. Sin embargo, confiaba en el karma y la justicia divina, ese hombre iba a pagar muy caro todo antes de irse de esta vida, aunque prefería que el karma o la justicia divina actuaran cuanto antes y delante de mis ojos.

—Espéreme, por favor.

Ingresé a la caravana poniéndole seguro y fui hasta la cocina en un rincón secreto donde guardaba el dinero que recaudé para el señor Mendoza. Conté billete por billete junto con lo que había ganado en la feria, y al final se me llenaron de lágrimas los ojos cuando vi que sólo quedaba poca plata para sobrevivir dos semanas como mucho. Me di ánimos a mí misma diciéndome que no volvería a ver a ese hombre nefasto nunca más y que mi padre no se volvería a meter en problemas, pero fue inevitable las ganas de largarme a llorar.

Regresé afuera y entregué el fajo de dinero al señor Mendoza. Él los contó dos veces para corroborar que estuviera la cantidad exacta que pidió y cuando estuvo satisfecho, lo guardó dentro de su chaqueta marrón. Cargué toda mi valentía y dejé que la imagen de mi padre se mantuviera en mi mente, las veces cuando lo vi llorar y sentirse acabado por su problema, o los momentos que se levantó para intentar cambiar su vida a una mejor.

—Señor Mendoza, le pido amablemente que no se acerque más a mi padre. —Mi voz tembló, pero mi cuerpo seguía firme.

—Es él el que se me acerca. Yo no obligo a nadie a jugar.

—Pero tampoco rechaza a la persona que usted sabe perfectamente que está enferma. —Mi voz se elevó—. No se acerque a mi padre y él no se acercará a usted.

El señor Mendoza comenzó a reírse marcando con profundidad todas las líneas de su rostro. Me observaba desafiante esperando ver más de mí como si solo se tratara de un show de comedia. Se acercó a mí y se inclinó hacia adelante hasta llegar a mi altura, su aliento de cerveza agria mezclada con cigarrillo hizo arder mis ojos y que las ganas de vomitar aparecieran en pocos segundos.

Cuando la noche sea eternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora