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☾ Capítulo 21 ☽

"Un alma sin vida"

Ver a mi padre con los labios rotos, sus ojos morados y rojos, y su rostro hinchado y lleno de hematomas, me destruía. Quería llorar, gritar y enfrentarme a Mendoza. Sin embargo, trataba de dejar de costado la rabia y agradecer a Dios que mi papá estaba despierto y vivo.

Si bien recibió muchos golpes, su cráneo resistió la batalla, por lo que no hubo daño interno; no obstante, eso no significaba que había que olvidarse de los estudios, claro que no, porque quizá podían aparecer secuelas o síntomas que todavía no fueron detectados. Rogaba y rezaba porque mi padre estuviera cien por cien sano, su sonrisa me decía que solo fue un mal momento que quedaría en un recuerdo horrible.

Papá despertó con hambre lo que le pareció muy extraño a los médicos, primero le hicieron una rápida revisión y luego le permitieron cenar algo extra liviano. Como él seguía adolorido, me pidió que le ayudara con su sopa. Varios recuerdos de cuando yo era pequeña y él me daba de comer en la boca ya sea por estar enferma, capricho por no querer alimentarme o estar jugando y robarle un poco de su comida, vinieron a mi mente, el rol había intercambiado.

—¿Cuándo podré ir a casa? —me preguntó.

—Cuando los médicos vean que estás muy bien.

Mi padre miró detrás de mí.

—¿Y tu novio también cuida de mí?

Me puse pálida cuando escupió esa pregunta. Dam estaba detrás de mí, apoyado de espalda en la puerta, por lo que era muy seguro que escuchó a mi padre. Me sentí avergonzada.

—No es mi novio —susurré—. Es uno de los hijos de mi jefe, solo somos amigos.

—Pero los amigos no se miran como él lo hace contigo —dijo en voz baja.

Entrecerré mis ojos, tratando de no sonreír. Papá se reía de mí, él sabía que Dam me gustaba, me conocía muy bien como para descifrar mi comportamiento.

—Mejor cene, señor —le dije, dándole un poco de su sopa.

Por un momento disfrutó de su comida mientras pensaba, observaba todo su alrededor, estudiaba las mangueras que tenía conectadas a su cuerpo, incluso miraba el techo. Su mirada inquietante me decía que no veía la hora en irse del hospital, seguramente al día siguiente estaría trepado a las paredes pidiendo por su alta. Mi papá era un hombre que odiaba estar encerrado, amaba salir a caminar, disfrutar del sol, de la brisa fresca, del atardecer y, sobre todo, ver cómo en el cielo aparecían sus diamantes en la noche, momentos que allí dentro se lo iba a impedir bastante. Y, aunque había ventanas que mostraban un hermoso paisaje, no le iba a satisfacer de igual modo.

—¿Podrías averiguar cuándo voy a irme? Extraño mucho a mi esposa.

—Primero los médicos necesitan verte fuerte y sano, tendrás que quedarte aquí al menos un día más —mentí. Eran más días—. Además, ella vendrá pronto. También te extraña.

—¿Me puedes peinar un poco antes de que ella llegue? Quiero verme bien.

—No hace falta, tú siempre estás guapo. —La voz de mi madre se hizo presente, había llegado antes de lo acordado. Con ella estaba Arianna, busqué a Dam y ya no estaba en la habitación—. Ve a descansar, Ara. Estaré con mi esposo un rato —dijo mamá, acercándose a la camilla en su silla de ruedas.

Hice señas con la mirada a mi padre, él de inmediato lo entendió. Tuvimos una charla antes, acordamos en mentirle a mi madre con decirle que él estuvo todo el tiempo despierto después de la cirugía para que no se preocupara y así alterara. Nos dolía mentirle, pero era por su bien. Ella deseó tanto poder verlo que hablé con los médicos para que le permitieran venir en horario fuera de visitas, ellos dudaron un poco hasta que nos concedieron el favor.

Cuando la noche sea eternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora