Cap.2 - Un Río Color Carmesí

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— Bienvenida señorita. ¿En que puedo ayudarla?
— ¿Es usted el Duque?— dije con miedo.

— Lo soy. ¿Y usted es?
—Me llamo Ivetta. Necesito que ayude a mi mamá. ¿Se encuentra aquí el Doctor Gilbse?
—Aaahhh... pequeña... cuanto lo siento... pero justo acaba de marcharse. Se ve que tenía otra urgencia esta noche.— mi corazón se estranguló de angustia.

— No... Mi mamá lo necesita... Se está muriendo..snif snif
— Lo siento mucho pequeña... Pero que descortés por mi parte. Estás empapada y se nota que no comes mucho. Déjame llamar a una de las criadas. Te traerá una manta y algo caliente, o también puedes comer de este riquísimo pastel. Es el favorito de mi hijo Klaus. El tiene más o menos tu edad.
— Disculpe Duque. Pero me marcho. No puedo dejar a mi madre sola y tengo que encontrar al doctor.

En ese momento el Duque cogió el cuchillo junto a la tarta. Y comenzó a girarlo mientras daba la vuelta a la mesa con paso lento.

— Aahh... creo que eso no va a ser posible. Pequeña, la diosa da solo una oportunidad, si la dejas correr, nunca podrás volver a tenerla. Y yo, no pienso dejarla escapar. — Sus ojos sanguinarios se posaron sobre mi, sedientos de muerte y fue entonces cuando se abalanzó con fiereza.

Aún sigo sin saber que fue lo que me hizo reaccionar, pero me tiré al suelo y repté como serpiente en busca de una salida, mientras de fondo oía su risa delirante y sacaba la hoja del sofá donde había estado sentada.

No me pare a pensar, me levante rápidamente y salí corriendo de la sala. Oía de fondo sus carcajadas y amenazas. Tenía tanto miedo que creí que se me pararía el corazón. Y casi es así cuando me vi totalmente perdida entre los pasillos de aquella enorme mansión. Aunque por suerte un rayo me dejó ver la salida al jardín trasero. Jardín digno de reyes por su extensión, aunque también digno de muerte por sus laberintos.

Seguramente no fueron más de cinco minutos lo que me llevó atravesar el laberinto, pero para mi fueron horas. Cada esquina que giraba o pared con la que chocaba me hacía sentir más perdida. Además la oscuridad parecía ir en mi contra, pues ni siquiera la luna llena me indicaba el camino. Para colmo de males, la lluvia. Haciéndome resvalar a cada paso, calando el frío en mis huesos y casi cortando mis mejillas con su fuerza. Y como no, el chirrido de un cuchillo acariciando desafiante los muros de piedra.

Me seguía los talones. Tan cerca que podía notar su aliento en mi nuca. Tan cerca, que sus pasos parecían ser los míos al escucharse. Tanto que ya sentía la fría hoja rebanando mi cuello. En consecuencia caí con la última esquina, no sin antes ver a unos metros la verja que daba pie a mi libertad.

— ¡Ivetta! !No podrás ESCAPAR DE MÍ! — Corrí con las fuerzas que me quedaban para comprobar tristemente que estaba cerrada, y que atravesarla era tarea imposible.

En ese momento tomé de rodillas el suelo. Pensaba en mi madre, en que debía estar preocupada por mi — eso si no había muerto ya.— Pensaba lo sola que debía sentirse y lo triste que fue su vida. Y en como lo único que podía hacer por ella no lo había conseguido. El llanto estrechaba mi corazón como si lo aplastase, y la lluvia camuflaba los ríos de lágrimas que por mi corrían.

Realmente no había esperanzas para mí. Así que cuando la tormenta dibujo la sombra del Duque, me resigne cual cervatillo herido ante el cazador. Cerré los ojos y respire profundo. Esperando que la muerte me llevará. Pero entonces...

— ¡IVETTAAA!— El grito de terror de mi madre hizo que abriera los ojos con sorpresa. Su brazo me lanzó contra el suelo, y pude ver como el cuchillo se clavaba en su pecho.

La sangre salpicó mi rostro horrorizado y antes de que mi madre cayera, me levante del suelo y empuje al duque con todas mis fuerzas, haciendo que este tropezara, cayera, y su monstruosa cabeza se abriera contra una piedra como una sandía en verano.

Respiraba rápidamente, perpleja ante los hechos que acontecieron aquella noche. Pero después de unos segundos, la razón volvió a mí. Me giré despacio y caminé hasta el cuerpo de mi madre. El cuál yacía aún caliente y en agonía en el suelo.

— Mamá...
— I...Ivetta...
— Lo siento... todo es mi culpa...— la voz se me rompió bruscamente. Aunque teniendo en cuenta la situación, mucho había tardado.
— Shhhh... no... nadie tiene la culpa... esto tenía que pasar... antes o después... tenía que pasar...
— No entiendo nada...
— Algún día lo entenderás Ivetta... vive sin miedo y rencor... así entenderás la verdad...

El último aliento abandonó su cuerpo igual que la lluvia arrastraba su sangré. Podía notar como me quedaba sola ante el mundo.

Raíces del SilencioOnde histórias criam vida. Descubra agora